Miró las negras cortinas. Intentó demostrarse osadía al abrirlas por sí
mismo, pero el temor a la posibilidad de volver a ver a Annie lo mantuvo en su
silla. ¿Estaría ahí, como siempre, leyendo algo cerca del ventanal de su
apartamento de enfrente? ¿Despertaría sus ansias de tomar fotografías y buscar
melodías para compartirle? En ese instante aceptó que no estaba listo para
correr las cortinas hasta que doña Julia aseara las ventanas sin él presente. Volteó
su rostro hacia su ordenador y siguió trabajando. Así trató de evadir el
mosaico de sentimientos dentro de él, quien se encontraba ya cansado por un día
largo.
Semanas antes, habría estado absorto en una charla con ella,
reaccionando ante sus mensajes con tal encanto, que no habría podido dormir sin
fantasear con un encuentro en un lugar lejano donde nadie censurara sus
intenciones. Pero en esta noche en particular, William cedió más a la reflexión
que a sus fantasías. «Soy un idiota», pensó. «Quedé como un estúpido inmaduro. La
muy creída debe estar contenta por haber terminado con esto». Poco a poco, su
incómoda conclusión le trajo memorias de las temporadas compartidas con Annie. Tales
recuerdos, cuadros muy claros en su mente, comenzaron a cobrar vida cuando
revisó el celular y se dio cuenta de que conservaba la fotografía utilizada en
una aplicación para predecir la apariencia de sus posibles hijos juntos, en un
futuro ficticio. Borró la imagen del teléfono y deseó ardientemente, borrarla de
su cabeza a ella también. Sin embargo, volvió a la primera vez que la tuvo en
frente tantos años atrás, cuando todo era más sencillo en sus vidas y ella parecía
cargar menos peso sobre sus delgados hombros desnudos.
— ¿Usted
es de Medellín? —preguntó él, mirándola a los ojos, durante la impuesta
dinámica del primer día de inducción en la universidad que los unió por más de cinco
años.
— ¡No!
—respondió Annie entre carcajadas de sorpresa—. ¿Por qué cree eso?
— No
parece de acá.
Aunque muy corta, la interacción les permitió seguir hablando numerosas
veces en los años posteriores. Se contestaban preguntas entre clases u otras
oportunidades por los casi dos años iniciales de su carrera universitaria;
temporada duranta la cual se estrecharon lazos de compañerismo. Más tarde, al
dejar de compartir clases en común fueron separándose gradualmente, sumado al
incremento en las ocupaciones de Annie al estar más adelantada en el programa y
haberse comprometido en una estable relación romántica, por fuera del ambiente
académico. De esa manera, el vínculo de compañerismo entre William y Annie comenzó
a deshacerse a medida que pasaban los años y ella se notaba más entretenida con
más actividades.
«No podría estar a su nivel ni ser como ella», caviló William, una vez
más, mientras repasaba los momentos cuando Annie le mostraba los exámenes
aprobados que costaba pasar. De repente, recordó la ocasión cuando la vio en una
empresa, ya trabajando, y en donde él aún era un aprendiz. Se dio el permiso de
rememorar ese día en que la saludó, aunque ella llevara evidente prisa y tuvieran
menos temas en común. Tiempo después, según
los recuerdos de William, experimentó una sensación de despedida cuando revisó
sus redes sociales y notó que ya no eran amigos ni siquiera en la virtualidad. Para
él, ella siempre había marcado la pauta de sus interacciones. Le había cerrado
las puertas una vez, por años, pero él había consentido abrirlas de nuevo en los
últimos meses, en este enigmático e incompleto regreso. Revisó, entonces, sus
últimas conversaciones y con más calma se dio cuenta de que la había alejado de
él, como lo había hecho antes, debido a su implacable deseo de expresar lo que
sentía por ella, sin el filtro con el que ella acostumbraba a comunicarse.
Regresó a aquel fin de semana cuando ella lo había agregado de nuevo y le había
comentado un estado. Continuaron la conversación activamente sobre sus actuales
vidas, hasta que él lanzó una abrupta confesión, al parecer, la responsable de
su actual situación.
— ¿Por
qué no me lo dijo en esa época? —indagó Annie con evidente sorpresa ese domingo.
— Por
temor al rechazo. Usted parecía tener más experiencia; mucha madurez y seriedad.
Yo no tenía nada para ofrecer, ni emocional ni económicamente.
— ¿No
cree que ya no vale la pena decírmelo?
— Todo
debería decirse.
— Pero,
¿ya para qué? ¿Después de tantos años en medio de otra vida?
El pulgar de William se desplazó por varios chats y percibió que Annie
había cambiado su actitud con él desde aquel día. Ella se mostraba más
vulnerable. Para él, eso era fascinante. Fue consciente de la paradoja egoísta
que le permitía hablar más con ella debido a sus constantes cambios anímicos. Al
caer la noche, ella se conectaba y le hablaba en medio de sus trances emocionales
y llantos silenciosos debido a su condición mental provocada por la presión sobre
diversos asuntos personales y laborales que afectaban su sosiego, en ese
momento de la vida. Fue así como Annie llegó a aceptar su deseo por que la
confesión sobre su interés en ella hubiera ocurrido en aquellos años, con más
juventud y libertad. En esta lectura más meditabunda, William visualizó a Annie
como a un huracán de sentimientos. Era una mujer complicada, según las
expectativas de él. «Complicada y quejumbrosa. Reclama por todo. Solo a ella le
he dado explicaciones y le he aguantado caprichos. Me elimina y me agrega a su
antojo cuando se siente sobreexpuesta, pero ya no doy más», prosiguió él con su
reflexión.
A medida que procesaba sus pensamientos sobre el comportamiento de
Annie, William trataba de entender el propio. ¿Cómo podía una mujer tan
compleja, extraña y cambiante ser protagonista de las fantasías con las cuales
él se recreaba durante algunas horas del día? La había imaginado junto a él
ciertas mañanas frías, hablando de la vida. En los atardeceres, era fácil
imaginarla observando el ocaso, rodeados de ambientes naturales o, en las
noches, usando trajes ajustados para ceder a juegos inimaginables para ella. ¿Por
qué disfrutaba tanto de enviarle fotos de lo que hacía, a donde iba, o lo que
compraba? ¿Qué tenía Annie? ¿Era tal vez una especie de hechicera, quien lo
envolvía con consejos como si fuera la tía sabia, pero al mismo tiempo una
inocente criatura recién destetada y frágil? Annie era un enigma cristalino.
Era fácil para él sucumbir a la profundidad de ella y distinguir su genuinidad,
pero era dura de traspasar hasta su vida íntima. La fragilidad de Annie era
engañosa. Lo acogía en un par de alas abriéndose, permitiéndole acercarse a
consolarla, pero con suficientes advertencias, de tal manera que William
comprendiera que ella volaría en cualquier momento, debido al fuerte lazo que
la unía a su estable pareja desde su edad casi adolescente. Ella se alejaría si
así lo deseaba, tratando de evadir la necesidad de compartir con él parte de su
flaqueza interior. Aparentemente no era algo grave. Después de todo, no se
encontraban frente a frente como el primer día que la vio. William pagaba el
precio de hablar con ella en las noches, enviarle sus canciones favoritas, las
cuales le facilitaban expresarse con la dulzura de la que él carecía al
conversar normalmente, pero que deleitaba a Annie cuando se dejaba llevar por sus
facetas más dóciles entre reclamos, cierres, reaperturas, risas, dudas y vuelo.
William alzó los ojos para descansar de la pantalla, miró alrededor, y
siguió esforzándose por mantenerse alejado de las cortinas oscuras. Se dio
cuenta de que era hora de pasear a Nino, su bulldog, y su única compañía. Pensó
en Sofía, su actual novia, y si podría él llegar a tener la misma determinación
de Annie con su respectiva pareja, por mantenerse comprometido con Sofía. Se
preguntó por un instante si debería ser como el hombre a quien Annie parecía
respetar tanto. O ¿era Annie la responsable de que dicha relación funcionara
por tanto tiempo? «!Bah! Ya no más. Me cansé», concluyó William. «Siempre que
aparece termino cuestionándome y muriendo por descifrarla». Se desplazó hasta
la última canción compartida con Annie y, en vez de escucharla, la ignoró. Se
levantó de la silla y le ató la correa a Nino. Acto seguido se dispuso a abandonar
el edificio.
Mientras caminaba por su vecindario, observó el cielo nocturno y notó la
cantidad de estrellas cubriéndolo. Tomó fotografías. Se sintió tentado a
compartirlas con Annie, pero entonces recordó el último reclamo y el pacto al
cual habían llegado. Para enviarlas, sería necesario desbloquearla de todos los
medios, explicarle que no tenía ninguna mala intención al enviarle dichas fotos
y quizá volver a leer los larguísimos mensajes enviados por ella cuando no
estaba de acuerdo con él. Largos mensajes que él ignoraba por unos días, para
así continuar la conversación después, y posiblemente llegar a escuchar cautivadoras
notas de voz de ella: la única manera de oírla cerca. Especuló, por lo tanto: «si
le enviara esto, pensaría que soy un psicópata, tal como cuando le envié la
foto de la puerta del edificio donde vive, el día en que se mudó a este sector,
sin saber que sería mi vecina. Creería que me la imagino durmiendo conmigo,
mirando las estrellas en un camping. Esa mujer parece una vidente. Adivina pedazos
de la realidad, pero se asusta rápido. Mejor no». De regreso a casa, llamó a
doña Julia.
— Hola,
don William —escuchó a la mujer al otro lado del teléfono—. ¿Desea que vaya
mañana?
— Sí,
sra. ¿Podría venir?
— En
la tarde. ¿Me deja la llave y luego se va como siempre?
— Sí,
me voy a las 2.
Al día siguiente, tal como lo acordaron, William dejó la llave y salió
del apartamento. Cuando regresó en la noche, doña Julia seguía adentro del
reluciente domicilio, después de una exhaustiva limpieza.
— Don
William —inició ella la charla, con la confianza y cortesía de su servicial relación
desde hacía varios años—. Quisiera preguntarle por esas cortinas que puso al
lado de su computador. La verdad no se ven muy bien. Le tapan toda la luz y no
le combinan con el resto de las cortinas.
William se sonrojó ligeramente a la vez que pensaba en cómo dar una
respuesta sin ahondar en el asunto.
— Si
tu ojo te hace tropezar, arráncalo de ti —contestó mientras acariciaba la
cabeza de Nino—. Hay cosas más importantes que la decoración, Julita.
Ella lo miró con un maternal gesto de
ternura, le entregó la llave, caminó hacia la salida y justo antes de ajustar
la puerta, se despidió:
—Y, ¿cómo va a tapar los recuerdos?
*Yury J. Sandoval Rosas. Escritora, editora, traductora, gestora cultural y poeta bumanguesa YURY J. SANDOVAL ROSAS es licenciada en inglés de la UIS. Es docente de lenguas extranjeras y creadora de contenido en Youtube. Es autora del poemario ‘Cuando Despiertas’, la novela corta ‘La Tiranía del Elogio’ y el libro de cuentos ‘Historias para Almas Sensibles’, el cual fue seleccionado en Ulibro2024 (Feria del Libro de Bucaramanga), en la tarima independiente. Actualmente, es colaboradora de la Fuerza Cultural SanGilarte y la Provincia: un colectivo de mujeres poetas, quienes han gestionado recitales y eventos literarios en Colombia. Yury Sandoval lanzará el libro infantil bilingüe 'La Camiseta Rosada/The Pink T-shirt' en marzo de 2025. En la actualidad, se encuentra trabajando en su quinta obra poética.