Ver una entrada al azar

miércoles, 26 de febrero de 2025

"Exhumación del recuerdo" Poemas de Jazmín Arroyave


Patria 

Han buscado múltiples formas 
de nominar las regiones más abismales. 
Las escondidas entre todas, 
las olvidadas a causa de todos.

En un extremo, han apilado todos los huesos de sus muertos. 
Han llorado hasta el amanecer:
aunque no conocieran sus nombres, 
aunque no recordaran sus rostros.
Han hecho una masilla de hueso y lágrimas 
y han escrito el nombre de su nación en el suelo. 
En la parte de tierra que aún les pertenece. 

Del otro extremo, han salido de las casas 
cargando costales repletos con la ropa de sus desaparecidos. 
Se han reunido en la caseta comunal
y han juntado cada pedazo de tela con hilos hechos de sangre. 
Así han creado su bandera. Su lengua de llanto y búsqueda.

¿Bajo qué piedra se alberga un trozo de sueño sin herida?
sin rastros de plomo, sin bordes espesos como el pantano. 
¿Bajo qué territorio aún fluye el agua límpida y cristalina?
Para no ver más que mi reflejo
uno que no lleve las remembranzas 
de desconocidos pidiendo auxilio. 

¿Qué he de reclamar en este lugar de paso 
en el que yo misma 
he sido masilla de hueso, 
bandera de retazos y espesura en el pantano? 


Hoguera

A mí en este instante me basta la pequeña hoguera, la llama encendida para recordar la noción de hogar. Sabiendo que la palabra hogar, etimológicamente, proviene del latín hispánico focaris, y este derivado del latín focus 'hoguera', 'hogar'. Me es suficiente para sentir la calidez de la compañía. ¿Cuándo fue la primera vez que fui consciente de ese fogaje? Me sitúo en un recuerdo específico. Estaba sentada cerca del fuego mientras la abuela encendía un cigarrillo y me pasaba una taza de peltre con restos de café. El sabor, que ahora conozco como nicotina, lo impregnaba todo. Tomar café, cerca al fogón de leña, era un ritual secreto entre ella y yo. La llama se nutría con las hojas de un cuaderno viejo que la abuela lanzaba continuamente a la madera seca pero ese secreto no me era compartido. Yo no me atrevía a preguntar, los suspiros de ella tras cada hoja arrancada se llevaban las palabras de mi aliento. Había una hoja en limpio, la última del cuaderno, que la abuela no rasgaba. Allí hacía la lista del mercado y entre la canasta familiar agregaba: “arroz, fríjoles, panela, azúcar, café, condimentos, sal… y un cuaderno”. La acción se repetía cada mes. Terminé por familiarizarme con las palabras siendo incineradas. Sentía que el fuego abrazaba lo dicho y lo no nombrado. Me gustaba pensar que las letras se hundían en los troncos de madera, que eran las palabras quienes avivaban el fuego y volvían al centro de la tierra cuando las cenizas reposaban en el campo, cuando el viento las arrastraba hasta los sembrados del abuelo. Yo creía -y quiero seguir creyendo- que todo lo que la abuela escribía permitía que crecieran los cultivos del jardín.


Hombre sabio

En medio de la lumbre
permanecen los vestigios de tu imagen
entre bayas y raíces
tus pasos agotados.
Sé de tus huesos redondeados,
de tu escasa protuberancia frontal.
No hallo, aún, formas de nombrar la ausencia
los rastros de muerte entre las manos.
Reconozco la memoria ancestral de caminar erguida
en medio de las ramas
pero, a veces, soy la sombra de un árbol
que no se mueve.
Imagino tu desnudez expuesta
la necesidad de crear vestiduras…
Hombre sabio, ¿cómo se arropa el frío del alma?
Todavía no comprendo la instrucción de caminar a dos patas;
he querido hundirme en el lodo donde surgió la primera risa
moldearme en el barro, desconocer mi propia figura,
asistir al nacimiento del fuego,
a la fragilidad del aliento, al soplo de aire que te acogió
ciento veinte mil años atrás.


Exhumación del recuerdo

La tarde cae a remolinos despiadados:
otra vez el viento filtrándose por la grieta del pecho
Los dedos que no alcanzan,
las palabras que no llenan,
la sangre desbordándose
por la herida que no cierra.
Hay aquí una tumba de pájaros violetas,
un manto de sílabas que enmudece.
Soy un cúmulo de carroña:
exhumación del recuerdo,
incineración del llanto detenido.
Veo una multitud que se acerca
y las flores se marchitan en sus manos.
Que alguien plante margaritas
en casa de mi madre
y los claveles crezcan, todavía, del otro lado
de la montaña.
Las lágrimas se congelan sobre la tierra
que cubre mi cuerpo.
No siento frío:
Siempre tuve vocación
de planta subterránea.


Silencio

El silencio es una extensión de mi cuerpo:
se desliza sobre mis hombros cansados 
y hace una cuna en mi pecho.
Entonces me faltan las palabras; el pálpito se hace tenue,
casi imperceptible… hasta que dicen mi nombre:
alguien susurra “nube” y miro despistada, 
gritan “bosque” y la primavera nace en mis entrañas.
El silencio se escurre entre las venas: palpa mis tejidos, 
hurga el contorno de lo no nombrado, tan solo el borde… 
El silencio es una extensión de mi cuerpo 
y se sumerge en mí
hasta ser aire: 
frescura del llanto atascado

El silencio me recuerda siendo rama en el costado de una herida
me hace llaga a la orilla de la violencia
de la rasgadura
de lo que no enuncio
de lo que callo

de lo que en silencio
al silencio le digo.


Alba

a mi madre

Varias veces a mí se me ha ido lentamente la vida y ella me ha dado parte de la suya. Cuando me sumerjo en la infinita oscuridad, donde no hay amaneceres posibles, llega el alba: su rayo de luz atraviesa mi pecho cansado. En repetidas noches he dejado de dormir porque el alma me pesa demasiado y ella ha dejado de dormir para acostarse a mi lado, Hay días en los que olvido: no recuerdo el ritmo correcto de la respiración, ni cómo se articulan los sintagmas nominales de un abrazo. Extravío las indicaciones para bombear sangre desde el corazón… olvido… no sé caminar, mis pies se enmudecen. Siento frío. Mi madre me sostiene, me recuerda cómo caminar, su latir de luciérnaga enaltece mi latir de pájaro agotado. Me muestra todas las palabras. Respira a mi lado, sostiene mi mano y el calor regresa a mi cuerpo. En ella están todas las razones y causas justas: los motivos de lucha. Mi madre es, sin duda alguna, un revolotear de aves, partera del viento, brisa fresca en la mañana. Aire de claridad. En mi madre están todas las palabras, desde rama seca hasta árbol florecido.


*Jazmín Alejandra Arroyave Londoño, 1997. Actualmente es estudiante de Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia. Tallerista en Artesanos del lenguaje, Taller de la Palabra, UdeA  y en Comfenalco, Antioquia. Escritora e integrante del Taller de Literatura Rayuela desde el 2015 hasta el 2021. Tallerista de Poesía en el colectivo Enviletrados, Envigado desde 2021 a 2022. Editora de textos académicos y literarios. Coorganizadora del Décimo Encuentro Nacional e Internacional de Escritores, Ciudad de Envigado, 2022. Ha sido publicada en la revista El Transeúnte (2016), en las antologías del Taller de literatura Rayuela desde el año 2015 hasta el año 2021, participando con textos como cuento, crónica y poesía. Asimismo, en la Red de Mujeres jóvenes Escritoras de Antioquia. (2021); Revista Alter Vox Media (2022) Sus poemas han sido intervenidos en formatos audiovisuales y se han transmitido en canales de televisión locales como Capsos Tv, Santa Rosa de Osos (2016) y metropolitanos como los medios de Otra Parte, Envigado 2022 y la Biblioteca Pública Piloto. (2023) y realidad aumentada, mediante collage audio visual  y murales interactivos dentro de la ciudad de Medellín por el colectivo Nuevas voces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario