ALEJA
Tengo ganas de salir corriendo-. Piensa Aleja,
siente como si toda su vida la hubiese vivido en una celda en la que no hay
fantasías, ni sueños y recordar su infancia la pone abajo de lo más bajo.
Recuerda cuando jugaba con las dos únicas muñecas sucias y viejas que cargaban
ella y su hermana Cami, o cuando se sentaban a la orilla del caño a lanzarle
piedras a las ratas. El recuerdo le sirve para reconstruir momentos que le
ayudan a resistir y a permanecer de pie en esa tormenta espantosa que
representan su casa, sus amigos, su barrio, su vida. Pero al mismo tiempo, el
recuerdo se convierte en uno de sus más fuertes enemigos; cuando recupera esos
sueños, esas fantasías que aun hoy vagan por su cabeza y la sumergen en una
angustia terrible.
A sus doce años ya sabía dónde comprar
marihuana, como armar un cacho y como evitar que su madre se diera cuenta de
que había llegado trabada.
Todas las noches se reunía en una cancha, con sus amigos a fumar marihuana y a comentar las próximas vueltas que iban a hacer. Ahora, a sus veintisiete años siente que en su vida no ha pasado nada; que toda su vida ha sido como una inmensa rueda que gira y gira sin sentido alguno; cayendo siempre en el mismo sitio. Miguel su amigo de infancia, hoy el padre de su hijo, fue quien la relaciono directamente con el parche de Hugo “el Flaco”. Aleja llegaba en las noches y sin que su madre se diera cuenta entraba, sacaba un cuchillo de cocina muy afilado, un arma hechiza de un solo tiro, varias bolsas de marihuana, una blusa y salía sin que nadie lo notara. Al otro día, llegaba con un mercado y dulces para sus hermanitas. Siempre trataba de llevarse bien con todo el parche, ellos sabían que con Alejita “lo que sea”, por eso ella suponía que si necesitaba algo o algún problema con alguien podía contar con ellos. Pero también sabía que los favores recibidos, tarde o temprano y de manera alguna serian cobrados. Cada paso se convertía en un eslabón más de esa cadena infinita. Minutos antes de cada vuelta, se reúnen en la tienda de don Rosemberg, unos cigarros, gaseosas, a veces cerveza y luego todos se dispersan alrededor de la calle. Solo quedan Aleja y el Flaco. Ella saca un revolver calibre 32 negro y se lo pasa, luego sale de la tienda y avanza hacia la esquina. El Flaco se pasa al frente y se sienta sobre el césped. Al cabo de unos minutos Aleja les hace una señal con las manos. Una buseta Montebello cruza la esquina. Ella le pone la mano desesperadamente para que se detenga. El conductor frena una cuadra después e inmediatamente todos se suben a la buseta. El primero que lo hace es el Flaco apuntándole con el arma en el rostro al conductor, mientras que los demás empiezan a registrar a todas las personas que aterrorizadas permanecen inmóviles en sus puestos. Esa vez, fueron cien mil, contando con lo que la chinga le quito al viejo del último puesto. La calle oscura, queda desolada, algunas ventanas se abren; pero la calma y tranquilidad que se respira las hace cerrar de nuevo. Excepto una, las de la tienda de don Rosemberg que siempre permanecen abiertas, observándolo todo. Aleja Llega a su casa, se quita la ropa que lleva y se lanza sobre su cama a disfrutar el sabor de la victoria, se regocija en su cama, se ríe, saca el dinero que ha recibido lo cuenta una y otra vez; piensa en todo lo que va a comprar mañana y una estruendosa risa asusta a sus hermanas que distraídamente miraban la televisión. De un momento a otro, su rostro se ensombrece cuando vuelve a pensar en “mañana”. Sumergirse de nuevo en esa gigantesca rueda de vueltas sin fin la aterra. Piensa en la vuelta que acabo de hacer; y una fría sonrisa aparece en su rostro, al minuto desaparece como si nunca hubiese estado allí, piensa en Miguel su novio; y una gran manta de incertidumbres cae sobre ella, piensa en su familia; y queda presa en un llanto imparable…
“Dizque el tiempo lo cura todo” …
Unas
veces lo advertía, otras no tanto, pero alcanzaba a presentir que ese día no
llegaría. Entonces bajaba y se acostaba en el sofá, encendía la televisión y
subía el volumen de tal manera que el ruido de la soledad fuera absorbido por
el audio de la televisión. Sola, Inexorablemente sola. Se recostaba en el sofá y
pensaba como sería un día de su vida si no hubiera salido esa tarde con su
familia y los amigos de unas tías en los cuales venía Miguel. Vive con él hace
quince años. Sofi, su hija tiene nueve años y vive con sus abuelos, los padres
de Miguel que viven a la vuelta de su casa. Decidieron que se quedara con ellos,
mientras ella consigue un trabajo que le permita cuidarla y dedicarle tiempo.
De eso hace ya cinco años. Miguel viaja todo el tiempo por las carreteras del
país, conduce un bus Expreso Bolivariano y pasa por fuera la mayor parte de su
tiempo.
Esa
noche decidió salir a caminar, pero una sensación extraña que la habitaba desde
hacía días, la hizo devolver, sacar su celular, su cartera y parar un taxi. –
Me lleva a la Loma de la Cruz me hace el favor-. –Bueno señora, “la loma de la
cruz”. Replico el conductor a baja voz. Veía las luces encendidas de las casas,
personas afuera, sentadas en el antejardín, unas reían, otros conversaban. Esas
escenas agudizaban esa extraña sensación que la había intranquilizado durante
toda la semana. –¿Aquí o más arriba? – Déjeme por aquí me hace el favor. Subió
y se sentó en la glorieta, por unos minutos, sintió una brisa fuerte que enfrió
su rostro. De repente, el lugar se llenó de jóvenes con camisetas negras,
cabellos largos, y con grabadoras sentados en el suelo escuchando Heavy Metal,
y moviendo sus cabezas. Ella y Verónica sentadas en el piso reían y cabecean
cantando a gritos Breaking the law. Esos destellos del pasado iluminaban sus
ojos, la hacían girar su cabeza hacia el otro lado y de repente, verlo con una
botella de vino en la mano, cabeceando y gritando la canción. Luego se detenía
y sus ojos se encontraban con los de ella, ese momento no lo pudo olvidar
jamás. Fue como si ese día, el pacto entre ellos lo hubiera firmado sus ojos a
través de una mirada cómplice, de reconocimiento en la que ambos habían quedado
atrapados. Compró una cerveza y empezó a beberla de prisa, más rápido, quería que
pasara ese momento y volver a sentirse… “normal”. Pero el recuerdo ahora era
impasible y su presencia parecía inmutable en esa noche tan larga.
Termino su cerveza y vio unos ancianos que
pasaban frente a ella cogidos de la mano. Se levantó, sonrió, una lagrima mojó
su mejilla y murmuro, - adiós Danny…
TODAVÍA…
-Hola, Isabela. En algún momento pensé que tenía que acostumbrarme a no volver a hablarte…pero mira, aquí voy de nuevo. Isabela no respondió, no se movió, solo lo miraba como queriendo descubrir o entender ese grito que desde dentro intentaba decirle algo. – Sabes. -Continuo -. El viernes me encontré a Gabriel. Dijo que si podíamos arrimar a su casa que nos quería mostrar algo que nos interesa. Isabela caminó hasta el fondo de la sala y se sentó sobre el sofá, junto a la ventana. Miraba a un habitante de la calle que se había detenido a escarbar en su basura. Cuando notó que ella lo miraba, le hizo un gesto con sus manos, desafiante. Pareció no importarle y siguió con los ojos fijos en algún lugar de la calle. – Pareces a la muerte. Repuso Isabela de repente. -Sí, ya sé, la verdad, no sabía cómo regresar, como aparecer de nuevo y la mejor manera que encontré fue sin avisar. Isabela se tumbó en el mueble y rompió en sonoros sollozos. Recordó que un par de años antes se había ido sin razón alguna, y su llanto se hizo aún más desesperado.
Los primeros días fueron difíciles. No era sencillo despertarse
sola cada mañana. Se sentía perdida, sin saber qué hacer. Poco a poco se fue
acostumbrando. Hasta que de repente se volvió una mujer tranquila y retraída. -
¡No me abandones! Su voz era de angustia y resentimiento. Miro fijamente sus
ojos. Isabela lo rosó al pasar. Pudo sentir su aliento al alcohol. Cerró la
puerta, subió a su cuarto. – En la nevera hay comida. Grito desde arriba.
*Rubén Darío Reyes. Profesor de lengua castellana y literatura. Director del club internacional de lectura las palabras no muerden, director de eventos académicos del Instituto Cultural Iberoamericano (ICI), conductor y productor de los programas radiales “Domingos de café con el profesor Rubén Darío” para Radio Trilce, (Perú) “Conversando con el profesor Rubén Darío” para Radio Satelitevisión y Americavisión (Chile), conduce el ciclo de charlas y conferencias magistrales del ICI, escribe artículos sobre educación y didáctica de la literatura para revistas y diarios internacionales, gestor y promotor cultural colombiano.
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