Silvana era
una rana como muchas otras de color verdoso que le permitía camuflarse para no
ser vista. Así evitaba poder ser atrapada por jovencitos humanos con fines nada
saludables para ella. A pesar de su juventud ya conocía muchos de los peligros
que debía evitar pero la mayoría de las veces no lo hacía, era bastante
temeraria, no le tenía miedo a casi nada. Ésta forma de ser le daba más de un
susto diario. Saltaba de charca en charca, usando la vegetación como
trampolines para llegar más lejos. Con más frecuencia de la deseada por su
familia, sus piruetas la llevaban a pasar de un lado a otro de caminos
transitados por coches, camiones de obras cercanas y por grupos de gente en
plan excursión. Saltaba, se apoyaba en
alguna rama de un árbol o arbusto y cómo
sí fuera Tarzán de los monos aparecía a varios cientos de metros. Eso sí, nunca
caía en seco.
Un atardecer, cuando el sol estaba a punto
de desaparecer en el horizonte, nuestra amiga, la rana Silvana encontró en
medio de unos juncos un artilugio que ella no conocía. Cómo aventurera que era
se subió a él, era una tabla con ruedas, ósea un monopatín. Estaba viejo y
despintado pero sus ruedas giraban y giraban, tanto que comenzó a coger
velocidad. En un momento determinado y sin que Silvana pudiera evitarlo, las
ruedas del monopatín tropezaron con una piedra, al borde de su charca
preferida, con lo que salió volando con Silvana sobre la tabla. Maravilla -
gritó ella emocionada-. No se paró al atravesar el agua, continuó corriendo por
los senderos y cruzando por el aire nuevas pozas y riachuelos sin descanso.
Silvana se sentía feliz viajando en la tabla con ruedas, en aquella que le
parecía mágica. Con la ilusión de aquel viaje, no se percató que el cielo se
cubría de brillantes luceros acompañados por la luna nueva de plata. Rodando
por los caminos de tierra, por las pistas asfaltadas, por arriba, por debajo de
los puentes, cruzando pueblos se fué alejando de su hábitat conocido. De
pronto, las pequeñas ruedas del monopatín frenaron en seco al enredarse en unos
arbustos, sin darle tiempo a reaccionar nuestra protagonista, la rana Silvana,
salió despedida de la tabla aterrizando panza arriba en la piscina de un chalet
con el agua templada. Con más miedo que otra cosa, salió de la enorme piscina
más grande que las charcas conocidas, pero no encontraba un mínimo hueco por
dónde huir, ni siquiera un árbol a donde saltar para salir del lugar rodeado
por un enorme muro de piedra. No podía hacer otra cosa que regresar al agua y
esperar el momento oportuno. Al día siguiente, todo seguía igual o eso parecía.
Vió aparecer un niño que se dirigía directamente hacia ella. La había visto
desde su ventana y traía una red para cazarla.¡¡ Qué miedo!!- pensaba Silvana
mientras le temblaba todo el cuerpo pensando en su próximo futuro. Quizás haría
un guiso o una parrillada con sus ancas. Antes de ser atrapada y con un gran
esfuerzo saltó a la cabeza del crío y desde ésta, a la parte más alta del muro
antes de que aquel niño impertinente le echara el guante, como se suele decir.
¡¡ Milagro, la tabla con ruedas está justo debajo!!- se dijo-. Sin perder
tiempo saltó sobre ella, sólo le hacía falta el impulso necesario para
emprender el regreso con su familia. Y sucedió, un coche dió marcha atrás
chocando con él monopatín. Ese golpe fué suficiente para impulsar la tabla y a
Silvana cuesta abajo.
Por fin regresaba a su charca. De nuevo,
atravesando pueblos, puentes, caminos y pozas, parecía que volaba. Según se
acercaba escuchaba cómo el croar de todas las ranas pidiendo ayuda para
encontrarla. Su color verde destacó con él brillo de la luna para que todas la
vieran llegar saltando como siempre de arbusto en arbusto. Pero eso sí, sin el
monopatín que tan lejos la había guiado. Allí, semi hundida en el agua quedó para siempre la tabla con
ruedas.
La aventurera rana Silvana se tomó desde
entonces la vida con más calma mientras no llegó a ser adulta. Nunca se volvió
a alejar de su hábitat, la lección le sirviera para mucho. Sólo con sus
allegados es la forma de vivir con la seguridad necesaria y el amor enorme e
incondicional de sus progenitores. La aventura no está reñida con la prudencia.
La temeridad trae aparejados peligros insospechados.
Me encanta la historia de " rana silvana ". Gracias por compartirla Carlos
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