LÁGRIMA SOBRE UNA BRÚJULA
I
La curva de una lágrima
esconde una pequeña galaxia
bajo el brillo de su catástrofe
al seguir su caída
una multitud espejeante
de astros sin nombre
semeja una constelación de
ilusorios pájaros que se desbandan,
como el jaspeado vidrio
de una daga de obsidiana.
Así el camino azaroso de un fantasma
deja sus embrumadas huellas
en el norte de la aguja
ahí sobre la piedra de los rumbos,
frente al horizonte náutico,
donde la Rosa de los vientos
se ha desvanecido.
II
Delira ensangrentada
la herida brújula del amor
sobre la palma de la mano.
Ya todos los astros
han perdido
la silueta luminiscente
de sus cuerpos;
y ahora, resquebrajados,
se han vuelto la cobertura
dentro de la noche imprecisa
de la memoria
Jamás hubiera querido
que esto fuera así…
pero esta obstinada
y enrojecida hoja de liquidámbar,
aunada con el cierzo,
anhela irse de mi lado
hacia un violento
y dorado atardecer,
donde todas las hojas
habrán de perder el peso
y la sombra,
que más que visibles
las vuelven latentes.
SU CUERPO, OTRO FIRMAMENTO
A Cindy Yaremi
Alguien dijo alguna vez
que los ángeles ignoran
si viven ensombrecidos
bajo las alas de los muertos,
o quizás,
denodados y transparentes
sobre las huellas de los vivos.
En realidad yo no podría
asegurarlo,
como tampoco podría
unir con el tacto
las constelaciones
que aparecen, cada noche,
entre los lunares de tu cuerpo.
Porque el anhelo
siempre se deshace
como una pluma que
va gastando su sombra,
de lado a lado,
con la misma certeza
de un espejismo.
Pero, aun así,
me gustaría creer
que de vez en cuando
nuestros reflejos coinciden,
por un instante,
como dos gotas abismadas
frente a una misma resquebrajadura.
O quizás, sobre el espejo tatuado
de un manantial.
CACOMIXTLE
Durante las noches he visto pasar
la sombra de un cacomixtle,
elusivo como un escorzo de anillada cola
o una serpiente de intermitentes pasos,
sobre los angulares techos de la vieja colonia.
En el traspatio su aullido plañidero se aleja
cada vez más, como el rastro de una luna
fragmentaria, sobre las hojas plateadas
de una hiedra venenosa.
Su pareja desapareció hace tiempo,
y, bajo la luz del día, su progenie se esconde
en la grieta horizontal de la gran ciudad.
Ante el asedio de la humana depredación,
¿qué será de este bello ejemplar encerrado
en el anillo concéntrico de la catástrofe
o en el ojo azulado y magnético del cosmos?
EL ÁRBOL LUNAR
A Juan Guillermo Lera
Mi amigo y yo íbamoshombro a hombro,
en medio de una oscura bocacalle,
cuando de pronto apareció
en el borde de la acera, frente a nosotros,
un árbol lunar.
Tal vez un árbol común y corriente
durante el día, pero que con el extraño
brillo del farol, sobre las pálidas ramas,
le daba justamente un brillo espectral.
Se levantó de pronto con sus hojas de gasa,
sobre un tronco blanquecino,
como otro habitante
de la noctámbula ciudad.
Atónitos, frente al enigma de su misterio,
fulgurante de silencio desde la raíz
hasta lo alto del tronco, se platinaba
hasta llegar a aquellas flores níveas,
que sostenían la oscuridad
de un cielo sin estrellas.
Así mi amigo y yo nos desvanecimos
ante el indicio perentorio de su frágil
existencia: una rama de luz
que solitaria sostenía el fragmento inasible
de una noche citadina.
*Miguel Ángel Corral Albarrán (1987) estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM en la Facultad de Filosofía y Letras. Trabajó como ayudante de profesor de Literatura mexicana del siglo XIX en la misma casa de estudios. Realizó su servicio social para la Academia Mexicana de la Lengua como revisor de textos en la elaboración del CORDIAM, proyecto que es codirigido por las doctoras Concepción Company Company y Virginia Bertolotti. Asistió al Taller de poesía y al Taller de ensayo que es impartido por Héctor Carreto y René Nájera Corvera, respectivamente. También ha participado como ponente en el Coloquio 100 años de vanguardia en América Latina: Memoria y presencia, que es organizado por la UAM. Azcapotzalco.
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