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martes, 12 de septiembre de 2023

"El buen hijo" cuento de Mario Ángel Quintero



Veo la dificultad con que se despierta cada día. Él se levanta, aún con el cansancio del día anterior. Su voluntad lo impulsa a atravesar los deberes de la mañana. Se pone su uniforme de celador. Sale de la casa para cumplirle al mundo. Es de un pueblo errante, de una tribu aporreada por las circunstancias, despreciada por sus vecinos. El desafío que se le ve en la mirada no es orgullo, sino el peso de las expectativas de su pueblo de llegar a mejores días. Aun así, sus hombros son otra joroba cualquiera entre las filas de miles que entran a las fábricas en la madrugada

De repente los árboles, las nubes, las piedras, todos dicen: Heme aquí.

A la orden. Cuando digo estas palabras, es con la certidumbre de mi oficio. Sé cuál es mi papel en este texto épico. Esta es la dirección que toma mi vida hacia cumplir con su propósito. No sé si usted se acuerda cuál soy. Soy el mayor, el primogénito. No es falta de respeto. Usted como patriarca asume todo nuestro pueblo como sus hijos.

No lo promueven. Es favorito de nadie. Lo castigan por lo que hace y por lo que no hace. Cada interacción con la autoridad es una oportunidad para humillarlo, para hacerlo parecer ridículo. Las condiciones más adversas, estar listo para que lo llamen en cualquier momento, todas sus decisiones cuestionadas; la culpa, los malentendidos, las sanciones, las cartas de censura, una cascada de agresión y mala fe. Se buscan razones para multarlo y así pagarle menos. Siempre el sueldo se demora, se cometen errores administrativos. Saben que controlarlo es controlar todo un pueblo.

Esto lo ha decidido usted. Me quedo mudo frente a semejante determinación. Niños masacrados no significan nada al lado del respeto que le tengo a usted. Me mira con ternura, me dice que esta decisión le ha sido impuesta desde arriba. Ya me había enseñado hace mucho tiempo que la inacción interviene más que la acción. Es más, si la voluntad viene desde más arriba, de alturas inimaginables para mí, esa voluntad tiene que ser parte de su misma identidad, en el mismo sentido que, por haberme creado, usted siempre ha cargado también con la posible responsabilidad de tener que consignarme de nuevo al vacío.

Era un hombre profundo, sin embargo tenía necesidades; se mostró fuerte y también débil. Sabía cuándo pactar y cuando obedecer. Aunque era un hombre de paz, la rabia lo volvía un tirano. Mentía para salvar su vida pero también tuvo la valentía de rescatar a otros.

Que mi padre me sacrifique a dios es tan buena idea que no la entiendo siquiera. Lo intuitivo, lo racional, quedan en pedazos al ascender a esas alturas de fe y austera redención. Yo aspiro a sentirme partícipe en este gran ritual. Como otro enano espiritual más de esta corte, capto solo fragmentos de conversaciones susurradas que he escuchado a duras penas por puertas y ventanas. Mi conocimiento lo voy armando sílaba por sílaba, pasos de una danza hacia la pronta prueba de mi mortalidad.

Mientras más misterioso, más alabado. Abrazo con entusiasmo el rito de mi liberación. Mi corazón se rebosa con gratitud hacia usted, mi padre y guía en todo asunto mundano y espiritual.

 

Está sentado en la plancha donde todavía no ha podido construir. La utiliza de balcón donde disfruta la fresca por las tarde-noches. Está reclinado en una silla playera y hay una lata de cerveza a medias sobre el concreto a su lado. La luna, borrosa e inquieta, lentamente busca su lugar en el cielo.

Es un gran alivio poder cumplir con mi esencia sin tener que planear toda una vida adulta y luchar para ser un éxito en ella. Esta debe ser la dicha rebosante que dicen que surge en uno cuando se entrega a la fe y a la obediencia.

Toda la tribu somos una conciencia, un solo latido, un sentir en armonía, generación tras generación. Yo moriré, pero todos viviremos mi dolor y sacrificio, todos sabremos reconocer ese momento de exultación en la tradición.

Su maldición era ser amigo de Dios en una ciudad de muchos dioses. Esas caminadas largas y esas conversaciones, aparentemente con sí mismo, lo convirtieron en un objetivo militar. No se admitía su reverencia, no se soportaba su humildad frente a sus creencias. Mientras que su dios se mantuviera en el cielo, el pagaría por su piedad.


Siento una lástima profunda por usted, padre. Usted tendrá que seguir viviendo, logrando su destino de prueba en prueba por muchos años todavía. Lo esperaré con los ángeles en la meta eterna de todo esfuerzo y sacrificio.

Habla quién ha sido el tanto amado. Habla quien ha escuchado susurros de ser ofrecido en holocausto.

Madrugamos. Ese es nuestro hábito, ese es nuestro deber. Viajamos con un asno y dos mozos. Partimos la leña para el holocausto. Viajamos por tres días como bestias perdidas en el bosque. El tercer día, entre las copas de los árboles, se veía una altura en la lejanía. En ese momento nos apartamos de los mozos y del asno. Nosotros solos, padre e hijo, iremos a adorar.

Cargo la leña. Usted lleva el fuego y el cuchillo. Pregunto:

--Pero padre, la res para el holocausto ¿dónde está?

Usted responde:

--Dios proveerá.

No le alcanzaba el sueldo. Siempre nos veíamos alcanzados. Me criaron para entender que el sacrificio es parte de la vida. Me enseñaron a dejar para mañana. A veces pasábamos la noche esperando el desayuno. Una madrugada, un temblor rajó un muro de la cocina. Pasaron meses sin tener con qué arreglarlo. Nos cortaban el agua, y él seguía rezando. Llegaban a la casa a cobrar, y él los recibía amablemente. Su fe era algo intuitivo que no correspondía a nuestra vida cotidiana. A él se le iluminaban estrategias para prosperar más allá de la escasez. Siempre tenía algún negocio que estaba a punto de salir.

Llegamos al lugar. Alzamos juntos el altar.

Veo la esperanza, la confianza, el orgullo en sus ojos cuando me ata al altar. Parece una explosión, como se expande la certidumbre del instante en que sube la mano con el cuchillo, para degollarme y adornar el altar con mi sangre.

¡Qué momento! ¡Ser el instrumento mismo de la adoración!

Una tarde, mi padre llegó a la casa con tres señores desconocidos. Los había conocido en un paradero de buses. Le habían dicho que eran viajeros, que venían de, e iban a, sitios muy lejanos. Les tocaba pasar la noche en nuestra ciudad, pero no tenían dónde dormir. Mi padre les ofreció nuestra casa. Esa noche en la cena comimos de a media porción para que los señores pudieran comer. Todos los de la casa dormimos en una pieza para que los viajeros tuvieran pieza propia. Él les dio cobijas y almohadas. En la mañana, desayunaron y se fueron. Mi padre estaba feliz que les había podido ayudar. Yo luchaba contra el tedio de los días. Él veía un universo que para mí era invisible.

Luego, inexplicablemente, se detiene. Cae la cortina oscura de la confusión.

Susurra: Heme aquí.

Mira hacia arriba. Decepcionado, suelta mis ataduras. La fe sin las obras es muerta.

Ese día ya es un recuerdo. Usted vio un carnero enredado por los cuernos en la espesura. Este lo ofrecimos en holocausto. Pero me sentí menos, mucho menos que ese carnero. Ese humilde animal cruzó el puente de luz hacia sus antepasados, pasó por ese umbral de liberación que solo la ofrenda conoce.

En cambio ahora ¿qué me queda? Servidumbre anónima con una lista sin fin de tareas para mantener la tribu y su influencia, que algunos siempre le dirán ilegitima. Retomar batallas y luchar para mantener la falsa gloria de este mundo.

Pudimos llegar tan cerca a ser eternamente mucho más que reyes o caciques, a estar por encima de todo ese miedo que empolva al mundo.

Pero llegó la duda, y el gesto limpio se quebró en pedazos para siempre. Ahora caminamos en la penumbra, la ceguera de lo terrenal nos ancla, padre mío, y, abandonados por la gracia divina, usted no me ve ni yo lo veo. Solos nos movemos entre las sombras efímeras de un relato.

 

¡Heme aquí! ¡Heme aquí!

 

*Mario Angel Quintero. Hijo de padres colombianos, George Mario Angel Quintero nace en 1964 en San Francisco, California. Estudia literatura en la Universidad de California y es becado en creación literaria en la Universidad de Stanford. Como George Angel, publica poemas y prosas en revistas literarias estadounidenses y canadienses; también publica los libros en inglés: Globo (1996), The Fifth Season (1996), On the Voice (2016) , A Sheaf of Feathers (2022), y gossamer buttresses (2023). Desde 1995 reside en Medellín, Colombia, donde, como Mario Angel Quintero, publica los libros de poesía Mapa de lo claro (1996), Muestra (1998), Tentenelaire (2006), El desvanecimiento del alma en camino al limbo (2009), Keselazboga (2014), Mapa de las palabras (2014), la materialidad (2020), y Cardos (2020), los libros de dramaturgia Cómo morir en un solar ajeno (2009), La sabiduría de los limones (2013), y Calamidad Doméstica (2016),  y el libro de cuentos Siete Retablos (2022). Su obra ha sido traducida al macedonio, portugués, sueco, croata, búlgaro, francés, italiano, albanés y árabe. También se publicó, en Italia un libro de sus poemas al italiano, Diventa l’albero (Samuele Editores, 2020), en Croacia un libro de sus poemas al croata, Moje svjetlo i druge pjesme (Druga priča, 2020), y en Líbano un libro de su novela al árabe, Aqrab (Dar Al-Rafidain, 2020).

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