“Que piensen lo que quieran, pero no pretendía
ahogarme. Tenía intención de nadar hasta hundirme –pero no es lo mismo.”
Mamá, ¿dónde pusiste el camafeo con
la cara de Eva? No lo encuentro y busca
que busca y rebusca; lo tocas todo, lo viras todo al revés. Necesito ese camafeo que me regaló Amencia,
mi mejor enemiga. No lo encuentro por
ningún lugar y mira qué hora es ya, mamá, mamporrera, mamarones…
Petronila, espérate un instante, amiga,
que Victoria me está llamando, bueno, llamándome no, sino vociferando como una fiera
desde el otro lado de la casa. Mamá,
deja el teléfono y ayúdame a encontrar ese camafeo. Si no lo encuentro, no salgo de esta pocilga
más nunca.
Déjame colgar, Petronila y te llamo
en unos minutos, cuando esta hija mía se haya largado de la casa de una vez y para
siempre, si es que los santos oyen mi súplica.
Sí, hija, ya se va, con el favor de Dios. ¡Cuánto hemos esperado! Yo soy una vieja y mártir a la misma vez. ¿Qué
te parece? Dice ahora que no encuentra
un camafeo viejo que le regaló no sé quién.
No puedo creer que tenga que lucir tan emperifollada para acabar de
hacer lo que hace mucho debió hacer. Tanta
excusa, tanta bobería. Cuando uno se
quiere liberar de verdad, no encuentra excusa alguna. Aunque tengo que ser
sincera, ella ha tratado un par de veces de acabar esta rutina, pero no ha
tenido mucha suerte. Siempre hay algo que le salva el pellejo. Ya lleva cinco
años en este jelengue y la señora muerte no es suficientemente generosa para acabar
de llevársela, ¿te imaginas?
Mamááááááá.
Hablo contigo después, Petronila.
Hasta luego que la cosa por esta casa no está muy buena. ¿Qué quieres
Victoria María? ¿Es necesario armar esa
algarabía para llamar a tu madre? Yo tengo muy buenos oídos y lo oigo todo muy
bien, gracias a Dios.
Es que te enganchas el teléfono en
la oreja y pareces una maldita muerta. ¡No hay quien te lo despegue! Lo haces
todo con el teléfono a rastro como una babosa. Es más, creo que ya
apestas.
Sabes bien que desde que me
abandonó tu padre, solo el teléfono me trae un poco de placer, hija. No hagas a tu madre sufrir. Sin ese teléfono sagrado, qué hubiese sido de
nuestras vidas. Porque no me dirás que
no te he apoyado en todas tus decisiones sin jamás darte la espalda. El teléfono me ha dado ese espacio necesario
para ser yo misma y la otra, tu madre.
No hables tanto y busca el camafeo. Ese regalo de mi peor enemiga. Lo tengo que llevar conmigo hacia el final…lo
juré y lo seguiré jurando. Hablando de
camafeos, hija. míralo ahí está sobre la cama.
¿Ves que lo tenías delante de los ojos y no lo veías? Ahora, ya está todo bajo control. ¿Te sientes mejor, Victoria María? Tengo que
ser sincera: mirándote de arriba a abajo me doy cuenta de que luces preciosas:
como una paloma. Tienes más luz que una
estrella. Te has vestido como una reina,
quiero que lo sepas bien. Ese vestidito
blanco con el encajito azul vitral por las mangas te queda bello.
¿Ahora comprendes, mamá por qué no
me quería dar candela? Se hubiera echado
a perder este vestidito tan lindo que me lo compuse yo misma. Hija, la verdad que tengo que reconocer que
desde hace unos seis meses para acá cuando, por fin, te decidiste a matarte
finalmente tirándote delante de una rastra, hasta luces más hermosa, más
envuelta en carne, no sé, voluminosa.
¿Qué me dices de la posición en el
banco que me ofrecieron la semana pasada?
Me siento tan completamente realizada.
¿No sabes las ronchas que he levantado con todas esas solteronas
pellejudas que me envidian? A ellas no les dieron nada; a mí hasta un diploma
con el mártir de la patria en una esquina.
Ven acá y dame un beso, mi Victoria
querida. No, no me beses que me embarras
de tu sudor y se me fastidia este maquillaje. ¿Ves qué bello es? Por los ojos, sombra azul pavo real, y el
creyón de labios se llama azul vaquero, ¿lo ves? Estos ramalazos violáceos entre la nariz y las
orejas con ese color azul almirante impone ese tipo de realidad espesa sobre la
cara: muerta en vida
¿Te gustan estos tacones chinos que
llevo puestos, mamá? Me gustan mucho,
Victoria. Te dan un contraste entre la
libertad y la sensualidad. Los chinos
son divinos para hacer cosas para los pies.
Lo sé muy bien, hija. Desde los
ungüentos hasta los torniquetes, no hay nada como las cosas chinescas para
realzar ese estilo cadavérico tan elegante.
Tu tía, que en paz descanse… ¿De qué tía, hablas? Amarga, la hermana menor de tu padre. Esa era toda una princesa real. Antes de lanzarse del piso veinte del
edificio más alto de la ciudad se puso una toca de enfermera y unos espejuelos
de sol que- los que la vieron morir- decían que parecía un ser que había volado
de otro mundo.
¿No recuerdas que tú querías que yo
hiciera lo mismo, mamá, lanzarme de un edificio para abajo? Eso no sirve para nada. El que imita, fracasa. Las cosas se tratan
una vez y ya. La novedad le proporciona sabor a la vida. Yo necesitaba mi propia autonomía, mis
propias ideas. ¿Comprendes? Es que te demorabas tanto con matarte, hija. Un día con una navaja, otro que te ibas a
tirar en la jaula de leones del zoológico, hasta el día en que pensaste en
comer y comer hasta reventar. Algo siniestro.
Nunca has comprendido que soy una
mujer original y siempre lo seré. Esta
vez, tirándome frente a una rastra me llenará de gloria. Lo sé y lo presiento, hija mía. Recuerda, y no lo tomes a mal, ir hasta la
calle 127 y la avenida Okeechobee. Por
ahí pasan unas rastras maravillosas. De
esas con el acero níquel brillando desde el parabrisas hasta el
parachoques. Fíjate bien que tenga las 18
ruedas. Las cuentas todas si es
necesario antes de lanzarte. Es mejor
tomarse el tiempo y hacer las cosas bien.
No seas como el tonto de tu padre que hasta para dejarme inventó la excusa
de que lo llamaban del más allá y tenía que acudir.
¿Y esa estola, amor? Mamá, la estola va sobre la cabeza,
¿ves? La cosa virginal. La idea de la perfección en un ser humano
como yo. No habido un día de mi vida que no haya sido perfecto y tú lo sabes
bien.
Cierto, hija mía. Mejor que tú no la quiero, ni la querré. Me has dado mucho placer en la vida. Sí, tienes razón. Muy auténtica la estola. Además, te cubre la cara, o sea, da la
impresión de que eres una mujer algo penosa.
La gente penosa tiene más derecho a morir tranquila que cualquier otra
persona. ¿Quién va a ahora a criticarte
cuando te vean muerta bajo la rastra?
Parecerás una verdadera santa a todas, no sabrán descifrarte ni vivos ni
muertos, y muchos menos los malandros que viven en esta ciudad calentona.
Bueno, nos vemos un día de estos. Cuando te enteres y todo este jelengue haya
salido bien, te pido que vendas todo lo mío. ¿Ves todo empaquetado ya? No regales nada. El dinero me lo entierras al lado de mi
tumba. No se te olvide. No le des un centavo a nadie. Que tú eres muy
caritativa con la plata ajena. Yo te doy
potestad para vender mis cosas. No
quiero que se queden metidas en esta casa vieja sin progresar. Contigo en el teléfono, no hay forma de que
el mundo avance. Ah, y mañana bien
temprano llamas a mi trabajo y le das la noticia de mi muerte a mi jefe. No
hables con ninguna otra pelandruna. Aquí te dejé el teléfono de su oficina. Está bien, haré todo lo que me pidas y buena
suerte, hija. Adiós…
Petronila, ¿eres tú, mi querida
amiga? Sí, ya al fin se fue. Tenía unas ganas que se acabara de ir a matar que
no sabes cuánto me importunaba su presencia por toda la casa, aunque la voy a
extrañar un poco.
Era día y noche escogiendo lo que
se iba a poner o lo que tenía que botar de su cuarto, o esto o lo otro. No tenía final. Al menos, ahora pienso, y creo que estaré en
lo cierto, que no va a regresar. Mira,
Petronila, si hay alguien que le conviene acabar con su vida es a esa hija
mía. Todo lo que toca se vuelve agua y
sal, aunque tengo que admitir que para lo único que es buena es para el
trabajo…lo demás, es por gusto. Ni
marido fijo ha podido conseguir en toda la vida. ¡Es un horror! Sí, ya sé que me desespero un
poco, Petro, pero, amiga, es el tiempo que pasa y esta hija mía sigue en veinte
lugares al mismo tiempo. Mira, mi prima
Zulma, el día que decidió matarse se sentó en la mesa a la hora de la cena y
los soltó así de rápido a toda la familia: mañana a esta hora soy hueso y
polvo. No le creímos nada. Pero si tú
supieras que se metió candela como toda una yegua y cuando llegaron los
bomberos lo que quedaba de la pobre Zulma era una pila de baba prieta y unos
mocos largos. Fíjate que creían que una aparición de esas de más allá…Al verle
el diente de oro que ella guardaba en su boca con tanto orgullo nos dimos
cuenta de que era ella…
Ay, Petronila, alguien me estará llamando ahora. Espérate un segundo y te llamo de vuelta. Esto me suena a llamada de policía, muertos, ese misterio. Ya lo huelo. Sí, sí, nos hablamos. Hola, ¿quién habla? ¿Quién? ¿Victoria María? ¿Cómo? ¿Qué? ¿Dónde? No lo puedo creer…Serás tan mala hija. ¿Qué te enamoraste del rastrero y te vas a vivir con el de marido? Noooooo. Pues a mí no me vuelvas a llamar ni a buscar jamás en tu vida. Olvídate de que eres mi hija…y la tumba que esperaba tu cuerpo, voy mañana mismo y me voy a mear en ella. Ay, tengo que llamar a Petronila o me da algo.
*Félix Rizo, mejor conocido por también por el seudónimo de Cristiano M. Jaime nació en la isla de Cuba de padre cubano y madre de descendencia portuguesa. Reside en la ciudad de Miami, pero vivió la mayor parte de su vida entre Nueva Jersey y Nueva York. Todas sus poesías, dramas teatrales y novelas giran sobre el tema central de la realidad paralela o paralelismo que el autor maneja con buena precisión literaria. Ha escrito desde los 12 años y publicado, entre otros: cuentos: De Mujeres y Perros, Cuentos de Caronte; novelas: El Mundo Sin Clara; El Extraño Viaje de una Salamandra; La Eternidad en una Hora. Tiene cuatro libros de poesía publicados: Pasado Pluscuamperfecto, El Extraordinario Moño de una Dama, los Poemas de Facebook y la antología: El Tiempo es para Siempre. Sus obras de teatros han sido presentadas en Nueva York, Lisboa y Miami. Es editor de la revista Rácata de arte que se distribuye en Miami, NY, y Latinoamérica.
Premios: Guardarraya de Ensayo. Cuando Cabalgan los Tigres. Premio Casa Poseída, Nueva York, segundo lugar. La Divina Garza Envuelta en Huevo. Premio: Cien Poemas por la Paz de Colombia. Poema: Por una luz color blanco Primer Premio de la Audiencia del Festival de Teatro LGBTQ de Miami los años: 2017 y 2018 por sus obras: Un hombre en la Ventana y Trama.
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