Del otro lado encontré una suerte de patio con muchas áreas verdes que se
extendían hasta varios metros detrás. Era una hermosa escena de campo con día
soleado y aves cantando incluido. Se respiraba calma y hasta podría decirse que
bastante paz. Algo muy distinto al frenético, ruidoso y estresante ambiente de
mi vida actual. Y cuando estaba pensando regresar por donde ingresé lo vi.
Sentadito de espaldas estaba un niño que seguramente debía tener apenas unos 6
o 7 años, vestía un pantaloncito corto rojo, un polo verde con rayas y unas
medias blancas y zapatillas que me recordaban a las que yo usaba cuando era
pequeño. Esas prendas limpias que sin ser de marcas costosas, solíamos lucir
contentos y agradecidos por tenerlas. Eran otros tiempos.
Pero su imagen me generaba cierta familiaridad, ese corte de cabello con
remolino y esos codos raspados me dejaban una cierta curiosidad por lo que me
acerqué y lo pude ver mejor. No solo no tenía miedo, sino que estaba excitado, animado,
contento de poder verlo y no sabía muy bien por qué. Me acerqué a él con cariño
y curiosidad, él tenía entre sus manos un carrito de plástico, sencillísimo,
era de color rojo oscuro y le había pintado un techo negro con tempera de ese
mismo tono. Me miró y se rio y eso me dio buen talante. Me lo obsequió. En
seguida intercambiamos algunas preguntas que no vienen al caso contarlas en
este momento, pero debo señalar que fue una buena conversación y hasta creo que
me aportó más a mí que a él. Luego se acercó y me brindó un consejo. ¡Y vaya
que estaba necesitando de uno!, me despejó la duda que traía hace un par de
meses y le comenté que lo emplearía. Me dijo algo que me emocionó: que me
conocía mejor que ninguna otra persona, que me quería más que nadie en el mundo
y que él era más fuerte de lo que yo pensaba. Luego me señaló la puerta y me
dijo que debía irme, que lo dejara en su tiempo y en su mundo y que yo
regresara al mío, y que no me preocupara por nada. Pero yo quería quedarme,
quedarme ahí con él. Me importaba poco regresar al presente, sinceramente.
Sonrió también, dijo que eso nos pasa a todos, pero es lo que nos toca.
Se levantó y me abrazó muy fuerte. Al despedirnos pude sentir su
cuerpecito. Lo acaricié y me surgió hacerle una promesa. Se la dije al oído
como quien susurra un secreto. Me miró con complicidad y volteando dijo “eso
espero”. Volvió a mirarme y siguió sonriendo. Volvió a señalar la puerta a la
que empecé a encaminarme. Debía regresar.
No sé muy bien si fue un sueño o si realmente puede viajar al pasado esa
noche de octubre y encontrarme con ese pequeñín. De eso hace tres meses y cada
vez que visito mi biblioteca vuelvo a ver la foto de ese niño acompañado de su padre y su madre. Delante de un
Datsun rojo con techo negro.
*Manuel Arboccó de los Heros. Lima (1974) Psicólogo y escritor. Docente Universitario. Fue articulista del Diario Oficial El Peruano desde el año 2014 al 2020. Divulgador en temas psicológicos y sociales, desde su espacio en el blog llamado Nos sobran las palabras. Ha escrito el libro Tiempos inciertos: aproximaciones a la sociedad posmoderna (Atenhea Editorial, 2020). Además de muchos artículos académicos psicológicos, todos ellos disponibles en la web. Ha publicado cuentos, poemas y ensayos en diversos espacios físicos y virtuales.
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