Los estruendos en las nubes pesan como pianos que
caen en picado al mar. Mi sombra se cierne con alas de plomo sobre el lomo
blando del abismo desnudo. Elegí zapatos verdosos, brillantes como el ajenjo.
Cuento mis pasos, babilónica, vierto constelaciones, rojas y azules.
Lujuriosa, intento adivinar el diseño de tus labios
bajo la máscara blanca, una escafandra contemporánea para pulmones temerosos.
Pienso en el grosor, la textura y el rubor, la barba rodeando la raja enervada.
El borde, el margen húmedo. La saliva, la lengua, serpentiforme... soy yo,
ávida, sedienta, pantagruélica.
Tiamat estrangulando mi tormenta.
Sangre mezclada con tierra, las placentas se
estremecen.
A través de la ventana, observo cómo se desvanece el
remolino. Bajo a por un vaso de agua, deslizo mi vestido revoloteando de
voluptuosidad sobre ti, mi cuerpo anhelando el vino, el agua sosteniendo el
frenesí. Respiro tu pavor, araño la fiebre de tus rugidos. Nuestros espectros
brillan en la pantalla de la célula androide, animales pixelados en un
dispositivo sensible al apocalipsis.
Siete minutos. Resuenan las alas. Mis silbidos
devastan la ciudad.
Sólo me regala ojos almendrados, estupefactos y
hambrientos. Conozco todos tus movimientos. Toco tu virulencia, devoro tu ira,
cobijo tus artimañas. Apuñalo tu piel con mi lengua de puta.
En tu carne, todas las hembras comulgan.
Quiero oírte susurrar mi nombre mientras te corres.
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