Cada
minuto que pasaba, los elementos de aquel paisaje parecían volverse cada vez
más dramáticos. Alargaban sus sombras como tentáculos. Era el momento mágico
del ocaso, y por eso no tenía miedo. No pensaba en el fenómeno natural
descubierto gracias al prisma de Newton, con todos esos colores no aceptados
por los objetos y procesados por la retina. Imaginaba mezclas de pintura, una y
otra vez realizadas sobre la paleta para quedar fijadas finalmente en los
lienzos que había pintado a lo largo de su vida. Pero ahora él no era dueño de
las imágenes, sino que ellas se habían apoderado de él. Ya no había una
historia que contar, sino que él formaba parte de la obra de teatro. ¿Qué
podría suceder en aquel lugar desconocido para él? Algo le había hecho detener
su coche al comienzo de aquel camino que surgía fuera de la carretera. Llegaría
tarde a casa, pero tampoco le esperaba nadie. La cena podía esperar. En la
radio había estado sonando el Cuarteto de cuerda en Fa Mayor de Maurice Ravel,
como prediciendo el misterio que le aguardaba, invitándole a participar de él.
Cogió del asiento de atrás la bolsa de tela en la que llevaba el termo con el
agua y, tras bajar del automóvil y cerrar tras de sí la puerta, se quedó unos
instantes detenido. A su alrededor sólo había silencio; sólo sus pisadas
rompían aquella sensación de un tiempo anterior a la existencia del universo.
Respiró profundamente e inició sus pasos por aquella senda, adentrándose cada
vez más en una especie de bosque frondoso. Así estuvo caminando como un cuarto
de hora, hasta que algo dentro de él pareció decirle: “Ahora es cuando va a
suceder”. Como cuando se vuelve a ver una película que no se había visto desde
la infancia, y la mente comienza a recordar lo que va a suceder en cada escena
segundos antes de que suceda, de repente. Algo mágico haciendo una conexión
neuronal imposible de advertir científicamente. Cuando fue a beber del termo,
recordó El silencio de las sirenas, que había acabado de leer recientemente.
Ayer, justo antes de dormir. La historia de una mujer obsesionada con un
recuerdo, con aquel hombre que había acabado inventando. Una narración
hipnótica, misteriosa e intimista, justo la que a él mismo le hubiese gustado
escribir de dársele bien la escritura. En el fondo aquella situación parecía
haber sido escrita también por Adelaida García Morales. ¿Dónde estaba y por qué
había decidido estar allí? Era algo más que un impulso lo que le había llevado
allí. Como una descarga eléctrica procedente del bulbo raquídeo. Todo aquello
parecía existir antes en su memoria, aunque nunca lo había visto: aquellos
árboles, ese olor a tierra húmeda, ese atardecer tan naranja… Justamente lo
había soñado la noche anterior. “Ahora, al doblar el camino por la derecha, voy
a encontrarme un riachuelo”, pensó. ¿Sucedería como lo que sucedía al volver a
ver una vieja película y recordar lo que parecía olvidado? Comenzó a caminar
con mayor velocidad, impaciente y temeroso a la vez de que aquello pudiese ser
así. Poco a poco, empezó a escuchar un murmullo leve y continuo, producido por
el fluir del agua: allí estaba aquel pequeño río, fluyendo hacia la nada o
hacia el todo, perdiéndose por la izquierda. “Pero yo no estaba sólo… estaba
aquella mujer sentada, mirando al agua”. Giró la cabeza y la advirtió. Pensó si
debía acercarse a ella para interrogarla sobre lo que estaba sucediendo. “Tal
vez sea eso lo que tenga que hacer. puede que ella sepa el sentido de todo
esto…” Trató de recordar si en su sueño había entablado conversación con aquel
personaje surgido de la nada, misterioso. Sólo recordaba que nunca pudo verle
la cara. - Ven, acércate. No te quedes ahí... Al final había sido ella la que
había dado el paso, le había evitado tomar cualquier decisión por su cuenta y
riesgo. Obediente, avanzó hacia ella. Comenzaba a hacer frío, el sol estaba
perdiendo fuerza. Cuando casi estaba a su lado, la mujer le dijo que se
detuviese. “Como en el sueño, ahora tampoco puedo verle la cara”. - ¿Qué estás
haciendo aquí?- escuchó que le preguntaba, con un hilo de voz más leve que la
vez anterior. No sabía qué contestar. Tenía miedo de decir que todo aquello
creía haberlo soñado hace una noche, que todo podía ser fruto de su
imaginación. Pero eso anularía la realidad, le conduciría a la nada. No quería
descubrir el truco, si es que había alguno. Entonces, optó por decir algo
también sincero, sin entrar en más detalles escabrosos. - Me gustó este camino
desde la carretera, detuve el coche y he llegado hasta aquí. Se produjo un
silencio un tanto incómodo. La mujer parecía no decir nada, pero movió su mano
derecha hacia algo que tenía cerca. Cuando él se fijó, se dio cuenta de que se
trataba de un ejemplar de El silencio de las sirenas. Parecía con ello querer
indicárselo, como diciendo que había descubierto que había pensado en esa
novela momentos antes. Sólo un gesto, nada más. - Te diré lo que vas a soñar
esta noche. Escucha atentamente. La mujer -seguía de espaldas, sin darse la
vuelta para ofrecer su identidad- movió esta vez el otro brazo, el izquierdo, y
apuntó hacia el río. El rumor del agua parecía ser la voz que le iba a dar la
información del futuro sueño. Intentó prestar atención, tratando de descifrar
cualquier mensaje oculto en el murmullo acuático. Entonces descubrió que sonaba
a Ravel, a aquel cuarteto que había dejado atrás, en el coche. Cuando levantó
la mirada, la mujer parecía haberse quedado petrificada. Nada se movía en ella
ni nada se oía. Comenzó a avanzar hacia ella lentamente, tratando de que sus
pisadas no produjeran un excesivo ruido en la hierba. Cuando llegó hasta ella
decidió no mirar su rostro, sino observar el reflejo de éste en el agua. Algo
indirecto. Fue en ese momento cuando descubrió que el rostro de la mujer era en
realidad el suyo, y que él sin embargo no se reflejaba en el agua.
*Javier Mateo Hidalgo (Madrid, 1988). Doctor en Bellas Artes por la
Universidad Complutense de Madrid, investigador independiente y crítico
cultural. Ha participado en distintos periódicos y revistas como articulista,
destacando El periódico de aquí, Crónicas de Siyâsa, Cualia, El cuaderno
digital o Revista de Letras, así como en programas de radio como Frecuencia 7
de la Cadena Ser. En el 2019, recibió el accésit Leopoldo de Luis por su libro
de poemas “El mar vertical”, publicado por el Ayuntamiento de Madrid. Ha
pronunciado diversas comunicaciones en congresos organizados por el Instituto
Cervantes, la Universidad de Alcalá de Henares, la de Huelva, Valencia o la
Autónoma de Madrid. Sus publicaciones académicas pueden consultarse en revistas
científicas como Síneris, Cuadernos de la Filmoteca, Re-visiones o Femeris.
Actualmente compagina su labor como escritor con su trabajo como docente.
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