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viernes, 27 de mayo de 2022

"Aria ciega" cuento de Neftalí Nava


Cuando la conocí, fue en un escenario. Ambos éramos jóvenes. La orquesta detrás suya empezó a entonar el aria de Casta Diva, de Vicenzo Bellini. Yo estaba dormitando en el soporífero hastío del tiempo inerme, aguardando mi turno para recitar mi paradójico Nessun Dorma. Hasta ese momento, todos los tenores y las sopranos me habían parecido mediocres, gente que solamente cantaban, pero que no recitaban adecuadamente las notas de las dálmatas partituras. Y para mi incredulidad aburrida, escuché la voz etérea e intérprete de una diosa. La melodía en clave de Sol, emitida por sus prolijas cuerdas vocales, me izó de mi asiento con la intención de divisar la figura de la furtiva solista. Entonces, admiré su cuerpo iluminado por la Gracia Divina, y sus labios; que se abrían y cerraban al compás de las flautas. Fue su bel canto romántico lo que me causó una emponzoñosa limerencia, en ese instante infinito, hacia la Norma de aquella femenina divinidad.

Al acabar su recital, todos en el teatro se pusieron de pie, vitoreando. En cambio, yo, quedé mudamente tullido ante su hermosa y afinada voz, y su belleza plenilunada. En cuanto bajó el telón carmesí, corrí hacia los camerinos, con la ilusión envenenada de saber su nombre. No demoré mucho en verla, no recuerdo todos los detalles, solo sé que la cogí del brazo y la felicité por tan excelsa actuación. Ella quedó absorta, sus ojos aborregados espiaban por todos lares, sin verme directo a mí, como evitando mis sinceros y apasionantes halagos. Una vez más pregunté su nombre sin conseguirlo. Solo me dio las gracias, y se marchó pavorida. Honestamente, mi corazón sinfónico silenció el aria que le había compuesto a esa mujer, aunque esta seguía retumbando en mis tímpanos. Intrigado, le pregunté al director y a cuanto ápice de cantante pude respecto a la identidad de la prodigiosa e inefable voz…y nada, nadie. El recital era un evento cultural, en el cual podría inscribirse cualquier persona, siempre y cuando tuviera experiencia musical. El director me dijo que nunca antes la había oído, pero él estaba igualmente anonadado ante el canto de la sirena clandestina. Decepcionado, me rendí de seguir indagando las letras de su nacimiento, pero recordé la escaleta de inscripción del recital, en donde viene el programa de toda la noche, con los nombres de las piezas y sus copleros… Para mi infortunio, en la hoja funesta, divisé que aquel ser celestial había firmado como Norma, el personaje del aria que interpretó.

Nunca volví a saber de ella, se fue con las notas negras del mundo terrenal. Se extravió entre las cumbres de las melodías del desamor. Pero, muchos quinquenios después, escuché su canto enamorado…Solo que ahora fue en el Instituto Nacional de Bellas Artes,  en Guadalajara. Yo tenía una presentación especial, por mis treinta años en los escenarios y en la cátedra. Ese día me sentía muy nervioso, lo que jamás aconteció en mi vida (seguramente mi inconsciente vaticinaba su retorno). Yo sería el último en subirme al escenario, interpretaría el primer acto de La Traviata, haciendo dúo con una de mis más talentosas alumnas. Nunca me gusta ensayar en camerinos, me parece un acto de mal augurio, y que solo los neófitos intérpretes cometen. Por eso siempre estoy sentado con el público, escuchando a los demás, durmiéndome por la nula afluencia de verdadero talento. Esa noche no fue la excepción, pero una vez más, mi letargo somnoliento fue subyugado por la talentosa y ensoñada voz de mi Norma; entonando la misma canción de otrora. Sin duda era ella, esa laringe, esas notas que despedía completa y verazmente…y su embelesa, sus luceros aborregados y su cuerpo iridiscente debido al halo del reflector de otro mundo. Su rostro era el mismo, delicado, precioso, aunque ya no era suave debido a los surcos dibujados por la edad. Me puse de pie para saber si no era un sueño, y caí en la afortunada cuenta de que no era así. Antes de que acabara el aria, recordé que tenía en mi asiento la escaleta con las participaciones nocturnas, e inmediatamente me puse a buscar la canción a la luna de Casta Diva. Y, al final del panfleto, con profundo anhelo y emoción leí: “Casta Diva…intérprete: Contratenor, Mauro Moreschi”.


*Neftalí Nava, nació en Guadalajara, Jalisco en el año de 1999. Actualmente reside en Matamoros, Tamaulipas. Ha participado en las revistas literarias con diversos textos, como lo son ‘Zompantle’, ‘Entre comillas’ y ‘Herederos del Kaos’, ‘El Narratorio’, ‘Delatripa’, ‘Hipérbole Frontera’ y ‘Perro Negro de la Calle’. 

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