Cuando la conocí, fue en un escenario. Ambos éramos
jóvenes. La orquesta detrás suya empezó a entonar el aria de Casta Diva, de Vicenzo Bellini. Yo estaba
dormitando en el soporífero hastío del tiempo inerme, aguardando mi turno para
recitar mi paradójico Nessun Dorma.
Hasta ese momento, todos los tenores y las sopranos me habían parecido
mediocres, gente que solamente cantaban, pero que no recitaban adecuadamente
las notas de las dálmatas partituras. Y para mi incredulidad aburrida, escuché
la voz etérea e intérprete de una diosa. La melodía en clave de Sol, emitida
por sus prolijas cuerdas vocales, me izó de mi asiento con la intención de
divisar la figura de la furtiva solista. Entonces, admiré su cuerpo iluminado
por la Gracia Divina, y sus labios; que se abrían y cerraban al compás de las
flautas. Fue su bel canto romántico
lo que me causó una emponzoñosa limerencia, en ese instante infinito, hacia la
Norma de aquella femenina divinidad.
Al acabar su recital, todos en el teatro se pusieron
de pie, vitoreando. En cambio, yo, quedé mudamente tullido ante su hermosa y
afinada voz, y su belleza plenilunada. En cuanto bajó el telón carmesí, corrí
hacia los camerinos, con la ilusión envenenada de saber su nombre. No demoré
mucho en verla, no recuerdo todos los detalles, solo sé que la cogí del brazo y
la felicité por tan excelsa actuación. Ella quedó absorta, sus ojos aborregados
espiaban por todos lares, sin verme directo a mí, como evitando mis sinceros y
apasionantes halagos. Una vez más pregunté su nombre sin conseguirlo. Solo me
dio las gracias, y se marchó pavorida. Honestamente, mi corazón sinfónico
silenció el aria que le había compuesto a esa mujer, aunque esta seguía
retumbando en mis tímpanos. Intrigado, le pregunté al director y a cuanto ápice
de cantante pude respecto a la identidad de la prodigiosa e inefable voz…y
nada, nadie. El recital era un evento cultural, en el cual podría inscribirse
cualquier persona, siempre y cuando tuviera experiencia musical. El director me
dijo que nunca antes la había oído, pero él estaba igualmente anonadado ante el
canto de la sirena clandestina. Decepcionado, me rendí de seguir indagando las
letras de su nacimiento, pero recordé la escaleta de inscripción del recital, en
donde viene el programa de toda la noche, con los nombres de las piezas y sus copleros…
Para mi infortunio, en la hoja funesta, divisé que aquel ser celestial había
firmado como Norma, el personaje del aria que interpretó.
Nunca volví a saber de ella, se fue con las notas
negras del mundo terrenal. Se extravió entre las cumbres de las melodías del
desamor. Pero, muchos quinquenios después, escuché su canto enamorado…Solo que
ahora fue en el Instituto Nacional de Bellas Artes, en Guadalajara. Yo tenía una presentación
especial, por mis treinta años en los escenarios y en la cátedra. Ese día me
sentía muy nervioso, lo que jamás aconteció en mi vida (seguramente mi
inconsciente vaticinaba su retorno). Yo sería el último en subirme al
escenario, interpretaría el primer acto de La
Traviata, haciendo dúo con una de mis más talentosas alumnas. Nunca me
gusta ensayar en camerinos, me parece un acto de mal augurio, y que solo los
neófitos intérpretes cometen. Por eso siempre estoy sentado con el público,
escuchando a los demás, durmiéndome por la nula afluencia de verdadero talento.
Esa noche no fue la excepción, pero una vez más, mi letargo somnoliento fue
subyugado por la talentosa y ensoñada voz de mi Norma; entonando la misma
canción de otrora. Sin duda era ella, esa laringe, esas notas que despedía
completa y verazmente…y su embelesa, sus luceros aborregados y su cuerpo
iridiscente debido al halo del reflector de otro mundo. Su rostro era el mismo,
delicado, precioso, aunque ya no era suave debido a los surcos dibujados por la
edad. Me puse de pie para saber si no era un sueño, y caí en la afortunada
cuenta de que no era así. Antes de que acabara el aria, recordé que tenía en mi
asiento la escaleta con las participaciones nocturnas, e inmediatamente me puse
a buscar la canción a la luna de Casta
Diva. Y, al final del panfleto, con profundo anhelo y emoción leí: “Casta
Diva…intérprete: Contratenor, Mauro Moreschi”.
*Neftalí Nava, nació en Guadalajara, Jalisco en el año de 1999. Actualmente reside en Matamoros, Tamaulipas. Ha participado en las revistas literarias con diversos textos, como lo son ‘Zompantle’, ‘Entre comillas’ y ‘Herederos del Kaos’, ‘El Narratorio’, ‘Delatripa’, ‘Hipérbole Frontera’ y ‘Perro Negro de la Calle’.
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