Se llamaba Luis Alberto y su viejo le puso así
por Spinetta. Aunque tenía veinte años solo escuchaba la música que ponían en
la radio local. Casi todo era basura. Nada más alejado de la poesía de ese gran
artista argentino que pudo con el sistema pero no con el cáncer.
Su profesor de Derecho pensó que se llamaba Luis
Alberto por Sánchez, el histórico líder aprista y rector de la San Marcos. Pero
él no tenía la menor idea de la obra y legado a la historia, a la política y la
literatura peruana de su genial tocayo, pues a sus veinte años jamás había
leído por propia cuenta algo más que sus textos escolares.
Sus amigos lo llamaban simplemente Lucho pero
él prefería que lo llamaran por su segundo nombre, Alberto. O mejor aún, Beto.
Solo una persona lo llamó así en toda su vida, su primera novia, su gran amor.
Ella dejó de llamarlo así cuando terminaron y no quiso volver a verlo ni
escribirle jamás. El engaño le había dolido mucho.
Luis Alberto tenía casi veintiún años cuando
viajó en el 2009 a Montevideo para vivir un tiempo con su padre, quien se había
separado de la familia luego de iniciar un romance que duró lo que dura el paso
de un cometa. Luis Alberto nunca imaginó que ese era el último año junto a él y
en general el último año de su existencia. La absurda explosión casera por una
mala instalación del servicio de gas los arrancó literalmente de la cocina y de
la vida.
En su tumba, ya en el cementerio de Lima, muy
de vez en cuando aparece un geranio hermoso con un globo en forma de corazón y
una nota que dice “Beto descansa en paz aquí”.
*Manuel Arboccó de los Heros, Lima. Psicólogo clínico. Con formación psicoterapéutica humanístico existencial. Magister en Psicología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Cursa estudios de Doctorado en Psicología en la UNIFÉ. Miembro de la Asociación Peruana de Psicología Fenomenológico-Existencial (APPFE) y de la Asociación Latinoamericana de Psicoterapia Existencial (ALPE). Facebook de divulgación psicológica: Nos sobran las palabras.
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