Muerte a la dualidad de la flor
Al dulce y nauseabundo aroma del encierro
Muerte
A todas las flores y el sutil veneno que inyectan
en la memoria de lo vivo y en lo muerto
En el destierro
En la orfandad
Muerte a las flores
que se van soltando al amanecer
mientras todo arde, crece
y se pudre enemistado.
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No colmados pero triunfantes
exploramos los secretos del útero y su amparo
tú, viudo en las cenizas de un abrazo
reconociste la tumba que nos separaba
pero aún con mayor pasión abrazamos el uno
en el otro lo imperfecto
escollo cristalino en duro reposo.
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Un día descubre las artes decorativas para disimular la locura.
Para inclinar a un costado el dolor que ya no sirve a la vida.
Es demasiado joven para ocultar la mirada rota
duerme dentro de una pequeña caverna,
se levantan jovitas que acaricia con resplandores
de bronce y deseo
Es la locura necesaria que aparece con la primera muerte.
La gran partida de cabeza y la sangre otra vez
del cráneo como un ángel diciendo adiós, hasta siempre.
Porque no hay dolor mas grande que recordar tiempos felices
cuando el frío amor de la luna consuela a los muertos
y les da en breves sueños la ternura que perdieron.
Ya lejos el sol soplaba su aliento sobre la cabeza
Jugando a distintos amarillos y conduciendo los sentidos
por canaletas de cálida espuma hasta ser levantado por ángeles.
Elevados por zorzales conteniendo la respiración,
¿Qué relieves dorados contienen los ojos de los muertos?
Mapas astrales silenciados a toda voluptuosidad
Una vez que enfrentan el muro de los lamentos
todo el resto les parece un agua corriendo desde el cielo
hasta sus cabezas, hasta la ropa mojada, hasta levantar nuevamente la espuma de la acequia, los besos donde se conocieron, el aliento de niño con humor cambiante, barco zozobrando y hundiéndose de improviso, damasco terso hundido al fondo de un estanque de agua clara.
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Esa noche bajo el cielo de venus era propicio hablarles de amor
porque todo resplandecía de hermosura en los confines de una y otra luz pura.
Cálidos si las almas se tocan, tímidos, si los ojos los miran, sin saber si estaban vivos o muertos
si de piedras o azucenas se escucha algo y en un canto se elevan
retirados ya de toda fuente seca y luz fría
porque en ciego estrago de amor persistían
A los muertos se les ofrecía agua o un poco de vino
coros de nostalgia, estrellas que orienten al madero vencido y al animal con la inocencia de los pies fríos
No era tiempo de culpas ni de sucumbir al altivo sol de la mañana hasta dejar sus almas desnudas bajo una fría envoltura.
No había que decir nada ni había necesidad
desde otras orillas en un reino estable
tálamo en íntimo retiro se quiere olvidar
para que en cada intento que se esfuma
entre amantes y antiguos rendimientos
surja la llama apretada esperando una señal.
Solo había que hablarles de amor para que siguieran siendo
incendio en pétalos y diluvio de rosas. Campanada de lo que sueñan desde el más allá.
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Tal vez llegará el día en que nos sentaremos
a la resplandeciente mesa de los huesos
testigos del dolor eterno o ignorantes de toda humanidad
Disidentes o restos
Pero huestes aladas con cercos de mar.
La muerte entre dos luces volverá a sorprendernos
en la intimidad con un éxtasis que hasta la luna se conmueva
Átomos de hielo en quebradura y orfandad
Volverá a reducirnos a obediencia
acariciando esa muerte entre todas las demás
Esa aparecida de noche, siniestra ensoñación detenida en el umbral.
Tristemente aprende
cuando se está desprovisto de toda voluntad.
*Magdalena Benavente Vio (Santiago de Chile) Estudió filosofía y publicó un poemario; Abotonándose Luz en 1993. Fue miembro del grupo surrealista chileno Derrame. Realizó su primera individual en el Museo Eugenio Granell; Santiago de Compostela-España en el 2018. Ha participado en diversas muestras surrealistas en Chile, como la gran exposición surrealista internacional El umbral secreto el 2009. Así mismo participó de la exposición Abya Yala, con el grupo Ojo Salvaje, realizada en diferentes lugares como el centro cultural de república dominicana en Nueva York.
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