Durante el año que
llevamos de pandemia he escuchado a varios amigos decir que añoran volver a la
normalidad, que extrañan esto y aquello, ver caras nuevas, rostros conocidos,
hablar, abrazarse, besarse, y reírse juntos sin miedo a que el virus se filtre
y les ocasione un caos de garabato. De garabato…pido una disculpa si no sé expresar
estas cosas de la ciencia, pero mi profesión es el diseño de obras, el cimentar
las bases de grandes construcciones, y principalmente, visualizar a partir de
una pequeña piedra o de una línea una gran edificación o historia. Pero de entre toda la clase de preguntas
curiosas y comentarios que he escuchado, hubo una pregunta que me desconcertó
bastante; ¿Y tú no extrañas intimar con alguien que acabas de conocer? Lo
preguntaban porque, de acuerdo con sus percepciones, me veían demasiado
tranquila al respecto. Yo sencillamente les respondía que no, que era el menor
de mis prioridades actuales, pues sólo quería ver de nuevo a mi padre, quien se
encontraba trabajando en el extranjero y no había tenido oportunidad de volver
desde la pandemia. Por supuesto que a veces pensaba en ello como un ser humano
cualquiera, pero no como una necesidad constante.
Hace poco cumplí treinta
años, y una vez leí en un libro de Balzac, que los treinta era la edad
peligrosa de la mujer. En mi caso no encuentro el peligro que hay en cumplir
treinta años, incluso mi vida hasta se ha vuelto más sencilla; trabajo todos
los días a pesar de la pandemia, y sólo los fines de semana me sobra tiempo
para descansar o ver a un par de amigos. Mi familia no vive conmigo desde hace
varios años; sólo mi hermana menor me visita, y lo hace ocasionalmente. Un fin
de semana, de haces tres meses, si mal no recuerdo y reviso bien el calendario,
mi hermana vino a visitarme a mi departamento. Me dio mucha alegría verla y
platicar sobre lo mucho que ambas extrañábamos a papá. Las noticias se
limitaban ahora a personas conocidas que se habían contagiado-: “¿te acuerdas
del papá de Emilio, mi amigo de la secundaria? Pues falleció esta semana… no
podía respirar, y no pudieron conseguirle un tanque de oxígeno, pobre de él”.
Pero entre todas las noticias convencionales hubo una que me conmovió pues fue
inesperada hasta para mí: mi hermana acababa de romper con su novio, con el
cual llevaba ya casi dos años de relación. Cuando me lo contó no pudo evitar
romper en llanto, y decir que las cosas no habían funcionado, que la lejanía
por la pandemia había terminado por agravar los problemas que ya había entre
ambos, y que sólo había potenciado lo ineludible. Lamenté mucho lo de mi
hermana, sabía cuánto lo amaba. Ella lo había conocido en esta ciudad, siendo
más exactos en la universidad, cuando vivíamos juntos como familia en el
departamento que ahora habito a solas.
Nunca he sido buena para las cuestiones sentimentales, pero traté de
consentirla todo ese fin, con la comida y juegos que más le gustaban, y así,
con su llanto en mi hombro nos dijimos hasta pronto.
Pasaron dos semanas de
rutina insufrible; de aislamiento forzado por el aumento en las cifras de
contagios, de comida a domicilio, de maratones de series los viernes, de
botellas de vino acabadas en una sola noche y a solas y de libros
releídos. Una tarde, harta de estar
trabajando en unos planos, decidí salir a comprar lo que pudiera encontrar, hábito
bastante convencional de las mujeres aburridas o deprimidas. Comencé a tomar
cuantos productos atrajeran mi atención, mientras quemaba un poco de tiempo
leyendo las letras pequeñas de las cajas, y las oraciones escritas en francés y
en inglés sobre las indicaciones de uso (vaya situación más engorrosa), y me
fui directo a pagar, cuando alguien me llamó con una voz un poco dudosa y
afeminada: - “Lucía, hola”. Yo volteé y
era el ex de mi hermana; se había dejado crecer un poco la barba, vestía el
mismo estilo de ropa, algo ñoño para mi gusto, pero parecía ser el mismo traga
años que había conocido hace un par de años:
- ¡Ah, hola!, ¿qué tal
te va…? -Había olvidado su nombre por completo.
-Excelente, muchas
gracias. ¿y a ti? Bueno, ni preguntar… se nota te va bien. No pensaba encontrarte por aquí…
- En todo caso soy yo
quién no pensaba encontrar un hombre aquí: ¿qué haces en una tienda de
cosméticos? -
-Cosas de ustedes, algo
que me encargo mi hermana, me conoces lo servicial que soy, eso es todo. -Respondió
riendo con esa risa juvenil que seguro había enamorado a mi hermana.
-Perfecto, pues me dio
gusto verte -decía la mentira del día-: que estés bien, ¡bye!
Salí de prisa al
estacionamiento para descansar mis manos de las cajas que se desbordaban.
Cuando abría la puerta del auto escuché de nuevo su voz:
- Lucía, espera…
- Tú de nuevo... ¿Qué pasa? -respondí
apresurada y con tono de enfado.
-Verás, es relacionado
con la arquitectura. -Dejé las cosas sobre el asiento y me volteé pese a sentir
enfado-: ¿Sí? ¿Qué cosa?
- Es sobre un amigo, él es
ingeniero civil. Acaba de llegar a la
ciudad para un trabajo de diseño de caminos, y necesita una cámara como la que
tú tienes, la que usan los ingenieros civiles, con su trípode y eso, recordé
que tú tienes una, no sé si podrías prestársela...-Hizo una pausa y continuó-: Sinceramente,
después de un rato de verte me acordé de que tú tienes esa cámara; él es
principiante pero muy responsable, te garantizo que cuidará bien de ella. -Me
habló con esa timidez llena de seguridad que le caracterizaba, la cual siempre
había sido su ironía más grande. Quería que dejara de hablarme, así que le que
dije que sí para deshacerme de él.
-Perfecto, ¿me pasas tú
número para avisarle? De una vez te paso el suyo – No había contado con que
tenía que darle mi número, ni siquiera había pensado en prestar la cámara que
más bien se llama Teodolito. A estas alturas sólo quería irme y que me dejara
en paz, por lo que esta vez tuve que recurrir a hablar con la verdad:
-Está bien, lo guardo, yo
me contacto con él, hasta luego.
Cuando llegué al
departamento no pude pensar en que le iba a hacer un favor al tipo que había
terminado con mi hermana. Probando cada uno de los productos pensé en contarle,
pero justo cuando estaba a punto de tomar el celular, desistí de hacerlo:
recordé que a esa hora ella estaba en clases virtuales y no quería
importunarla. En cuanto a José, sin duda ya no era el mismo de antes pese a
seguir tragando años. La barba no le sentaba mal, y se había ensanchado un poco
más de hombros, y caminaba más erguido, pues cuando lo conocí se doblaba su
espalda a causa de su estatura. Al
inicio se me hizo algo feo, no me gustaban tan ñoños y altos, pero aquí estaba,
al parecer estudiando o trabajando, y probablemente superando la ruptura con mi
hermana.
Dos días pensé en escribirle
un mensaje a mi hermana para contarle todo, que me había encontrado a su exnovio
y me había pedido prestado el Teodolito, pero cuando me disponía a escribir,
tocaron el timbre y fui a abrir la puerta:
- ¿Tú eres Lucía? Soy
Juan, el amigo de Pepe, me dijo que tú me prestarías el Teodolito.
-Hola, sí mira... aquí
está, en excelente estado como le comenté a José, te lo encargo mucho, ¿vale?
¡Nos vemos!
-Espera, es que no sé
muy bien usarlo y te quería pedir si me enseñaban, aunque sea lo básico o cómo
funciona…-No estaba dispuesta a perder mi tiempo con él, sin embargo, cuando
iba a darle una negativa y a cerrar la puerta, llegó José quien al parecer lo
estaba esperando….
-Qué tal Lucía, veo que
se cayeron muy bien ambos. Me agrada, ¿no tienen hambre? Les propongo lo siguiente: si tú le enseñas a
usarlo correctamente y mi amigo Juan aprende a usarlo de manera correcta, los
invito a cenar a ambos. ¿Qué les parece? Así celebramos que Juan al fin es útil
para algo y que Lucía es una excepcional maestra. Les advierto: no acepto una
negativa por respuesta, los tiempos no están para negarse a cenar con amigos.
No me agradaba la idea,
no obstante, su amigo se veía bastante amable y fue imposible no negarme a
ayudarlo; contaría por mucho veinte años, y desde lo que vi, por alguna razón,
me cayó bastante bien.
- Está bien, lo de la
cena ahórratelo, terminemos esto rápido.
Juan aprendió a usarlo
en menos de media hora, por lo que no tardamos en ponernos a jugar a las escondidas
y otros juegos de la infancia. Tenía años sin correr y divertirme tanto. Los
tres sin duda afectados por la pandemia, parecíamos estar sumidos en un estado
de euforia y absoluta alegría; risas, gritos, una que otra caída, peleas por
niñerías, así corrió el tiempo. Por un
momento olvidé que acababa de conocer al chico y que José le había roto el
corazón a mi hermana; por un momento fuimos los mejores amigos del mundo, y los
problemas de mi hermana y del mundo cesaron de existir. Terminamos exhaustos, y al final accedí a
cenar con ambos.
Mientras platicábamos y
reíamos abrí una botella que había comprado a inicios de la pandemia con la
esperanza de destaparla cuando toda esta desgracia acabara. Después de agotar
hasta la última gota, José y su amigo se despidieron, no sin acordar que nos veríamos
la próxima semana para continuar con la partida de juegos. Luego procedimos a
despedirnos como amigos de toda la vida y nos dimos las buenas noches.
Cuando me disponía a
dormir, escuché que alguien tocó el timbre, la voz de José respondió:
- Lucía, olvidé mi
celular, disculpa. -Su celular, estaba en el sillón, y yo estaba demasiado
cansada, así que le dije que pasara, aún no cerraba con llave.
-Muchas gracias – me
respondió mientras entraba. Después de cambiarme salí a ver si ya lo había
tomado y se había ido. Cuando salí estaba mandando un mensaje mientras se
dirigía la puerta.
- ¿Ya lo encontraste?
-Sí, gracias, estaba en
el sillón. Oye, que bien no la pasamos hoy, ¿no crees? Tenía meses sin reír
tanto y pasármela tan bien.
-Sí, igual yo, estuvo bien
-me dirigí a la cocina a tomar un vaso de agua, sin embargo, el garrafón no
estaba puesto.
-Espera, yo te ayudo
-mientras cargaba el garrafón no pude dejar de observar sus brazos. El alcohol
había inflamado mis sentidos; no lo veía tan feo como antes y en mi limitado
entendimiento comprendía por qué mi hermana se había enamorado. Cuando terminó
de colocarlo, nos miramos fijamente y me besó. Transcurridos unos segundos
comprendí que besaba a alguien ocho años menor que yo; para él debía ser una
fantasía cumplida…quizá sí, quizás no, pero yo no pude separarme de sus labios.
Me había gustado besarlo, y deseché la idea de que me había gustado por los
efectos del alcohol. Acto seguido me tomó de la cintura y me juntó a él para
sentirlo y despojarme de mi ropa. Llegamos a mi cuarto, las luces estaban
apagadas, y yo volvía a recordar la desesperación de los que tenía a los veinte
años por sentir la piel de otra persona; la necesidad que tenía por sentirme
deseada o amada por alguien:
-Eres bellísima, me
encantas. -Le escuché decir mientras me quitaba la última prenda, y me pregunté
de nuevo si ese deseo suyo por mí existía desde que salía con mi hermana y yo
lo veía como un sujeto sin gracia alguna:
-No sabes cuánto había
deseado este momento, Lucía. -Le escuché decir mientras cumplía en mí todo su
deseo.
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A la mañana siguiente
pensé en culpar al alcohol, aunque fuera mentira, pero ya no tenía la edad para
mentirme a mí misma con fruslerías. Sólo me dio los buenos días y se vistió,
mientras que yo me alisté para moverme al escritorio a trabajar. Esta vez la
clásica escena de dos personas que se despiden con la frase “iré al trabajo”
después de una noche de sexo no tenía cabida; él ni siquiera tenía trabajo o
clases presenciales y mi oficina estaba cerrada por la pandemia. Por lo que, cuando le abrí la puerta me dijo:
- “mañana no se conectará mi profesor, podría verte un rato”. - “Ya veremos”- respondí.
No dejé de pensar todo
el día en que había intimado con el ex novio de mi hermana, y que para el colmo
me había gustado sobremanera. Sentía una mezcla de culpabilidad y vergüenza
mezclada con un desasosiego y confort corporal que alguna vez dudé haber
vivido. Es probable que lo haya sentido, al menos en una ocasión, seguro que
sí, sólo que ya no lo recordaba. Quería llorar y al mismo tiempo reír; quería
recordar y al mismo tiempo olvidar; quería decir que no y al mismo tiempo decir
que sí; quería no sufrir y al mismo tiempo amar: Quería vivir hasta donde este
estúpido aislamiento me lo permitiera.
A la mañana siguiente le mandé mensaje;
acordamos vernos por la tarde. Y así fue; inmediatamente que entró, se quitó el
cubrebocas y me besó la boca con esa delicada pasión que me recorría en
escalofríos todo el cuerpo. Si anoche no me había importado que tuviera el
virus en su saliva, hoy no tenía sentido que me empezara a importar. De la nada
recordé que era guapa, que había sido el adjetivo más frecuente para mi persona,
pero jamás imaginé que tuviera tantos atributos físicos como él con sus manos y
su voz me los hacía notar y saber. Mordidas por aquí, mordidas por allá...,
besos justos, ahí, en mi suspiro... Repasaba insistente cada una de mis formas,
y yo acariciaba su cuerpo que gritaba a los cuatro vientos por sentirse
correspondido y amado. Me tocaba como si conociera los puntos que más
disfrutaba sentir, y por un momento me pregunté si tenía algo de relación con
que su exnovia fuera nada más y nada menos que mi hermana. ¿Sería posible que
mi hermana y yo sintiéramos igual, las mismas caricias, los mismos puntos
detonantes de placer, la misma tristeza, el mismo amor?
-José, ¿te imaginabas
haciendo el amor conmigo?
-Sí, muchas veces. En
secreto, a solas, o en compañía de tu hermana, en la mesa con tus papás, me lo
imaginaba y disfrutaba imaginarlo. Cuando salías con sujetos que ni siquiera te
agradaban, y yo me percataba que sólo salías con ellos para no hacerlos sentir
mal o no sentirte a solas contigo; yo fantaseaba con hacerte el amor y
provocarte todo eso que ellos no podían provocarte. Siempre te deseé Lucía,
siempre deseé tu alegría desenfadada, tu soledad y desesperanza, tus caprichos
por exceso de feromonas, y tu mirada que siempre esperaba, que ya no espera…
Tenía razón, yo en el
fondo, anhelaba ser amada por alguien que me igualara o me superara. No tenía
certeza si José me igualaba o superaba, pero sí estaba segura de lo plena y
feliz que me sentía estando desnuda a su lado. No obstante, aún esa terrible
duda me embargaba:
-José … ¿Cuándo estás
conmigo…? piensas también en mi hermana?
Se quedó un momento
callado.
-No, no lo hago.
- ¿Por qué lo pensaste?
- No lo pensé, sólo que
me sorprendió me preguntaras eso. ¿Por qué lo preguntas?
Quería decirle que
cuando me tocaba lo hacía siempre en mis puntos preferidos. Que me tocaba como
si me conociera de años, que parecía como si me conociera a la perfección, e
intuyera con malicia, todas las cosas que hacían regocijarme de placer. Pero no
le iba a elevar el ego; bastantes experiencias habían tenido con narcisistas.
Y, además, llegué a sentir que en el fondo no me importaba con tal de ser
feliz. AL fin y al cabo, se trataba de mi hermana, y no de una desconocida, y
no podía negar que era mi hermana, y que en la sangre es casi seguro que venga
codificado también la forma de sufrir y sentir.
-Olvídalo, sólo recordé
que somos hermanas.
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Los días, las noches,
las mascarillas por el suelo con nuestras ropas, él y yo, y el mundo afuera
infestado de muertes y contagios. Fue hasta entonces que pude comprender la
ansiedad que interrogaban mis amigos, y así me pregunté entonces cómo es que
olvidé lo bien que sentía ser deseada, y quizás, amada. Tenían razón, vivir
aislados, encerrados y sin alguien con quien compartir las horas de
aislamiento, es algo que a nadie le deseo y que ya no pretendo de nuevo
vivir. Días, semanas, meses, en las
tardes sin nada que hacer, abría la puerta, dejaba caer mi bata y la felicidad
no tenía fin. Si él tenía una hora libre, apagaba la cámara web, suspendía la
computadora, y me encerraba para demostrarme lo mucho que me adoraba.
-Lucía, ¿sabes que te
adoro con locura, lo sabes, ¿verdad?
-Lo sé, lo sé -yo me
reía siempre a la par que le hacía cosquillas y le besaba esa boca de
veinteañero ansioso que tenía.
- ¿Crees que acabe algún
día todo esto?
-No lo sé querido, no lo
sé. Pero podría nunca acabar, y no me
molestaría, ¿y a ti? -Pregunté mientras recorría su pecho con mis dedos.
-Tampoco. ¿Pero y si
acaba pronto? ¿Qué será de nosotros? -Me miró con sus ojos inquietos y llenos
de inocencia a punto de agotarse, con esa mirada que está a punto de despedirse
de una etapa de la vida en la que se deja de descubrir y de sorprenderse con la
misma intensidad para vivir cada momento a plenitud y conciencia. ¿Se
acostumbraría a mí como a la pandemia? Cuándo salga de nuevo al mundo; ¿dejará
de sentir deseo por mí? ¿Me convertiré en su rutina o hábito como lavarse las
manos o subirse el cubrebocas? No lo sabía, no podía saberlo, y mejor que fuera
así. Por primera vez en mi vida no podía visualizar a partir de una piedra el
destino de una edificación:
- Sí acaba…, sí acaba habrá que comenzar todo de
nuevo… ¿Divertido, no crees?
Transcurrió un silencio
más largo que todas las pandemias ocurridas y por ocurrir, más largo que el
tiempo que alguna vez esperamos para sentirnos amados, y aún más largo que la
necesidad del affaire.
- “¿No crees?” –
respondió con tono burlón y soltó una carcajada suave pero pilla-: ¿Tú qué
crees Lucía?
No creía nada, nunca le
creería nada, tan sólo sentí sus labios tibios, me acomodé la sábana en el
pecho, y me dejé caer en un suspiro.
*Luis Vargas, Puebla, Pue, (1996). Se debate entre la literatura y la ciencia. Apasionado de ambas disciplinas, ha traducido a Lord Byron y Robert Browning en revistas nacionales. Antes de ser escritor, es lector, y siempre lo será hasta que la vista y la vida lo permitan. Actualmente se dedico a la investigación y es candidato a Máster en Biomedicina y Biotecnología por el CICESE.
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