La madrugada del dos de noviembre de 1944, Adolph Hitler despertó bajo inusitado temor.
Abrió los ojos, pero no quería levantarse, ni siquiera la avanzada de los aliados le paralizó
tanto como la idea
que rondaba su mente:
- “¿qué haré
cuando muera el último judío?”- pensó.
Dio media vuelta y
se acomodó sobre su lado izquierdo, mientras nostálgico recordaba el
inicio de “la
solución final”. Entonces era el Fürher, ¡mesías de Alemania! A su lado,
profundamente
dormida, Eva Braun esbozó una involuntaria sonrisa que exaltó la
megalomanía del
dictador:
- “quizá me sueña
convertido en portador del anillo nibelungo”- dijo apenas entre dientes.
La amaba, por eso
se abstuvo de despertarla. Acariciándose el bigote con mano temblorosa,
tartamudeó la
respuesta al infame interrogante que se atrevió a desafiarle el sueño:
- “cuando muera el
último judío, dejaré de ser… ya no habrá razón para mi nombre. Ni a mí
mismo podré
reconocer”-.
Lloró aprisionando
la almohada sobre su cara. Durante ese amanecer, murió sin necesidad
de apretar todavía
el gatillo de su Walther ppk 7.65mm.
*Carlos
Andrés Romero López (Umberto Marhe). Santiago de Cali, 1975. Licenciado
en filosofía por la Universidad del Valle. Caminar en contra de la multitud,
una de sus mayores aficiones. Escribir, su forma de persistir, y existir.
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