La Magdalena penitente de Heinrich Fürger retrata a
una mujer con el torso descubierto, recostada sobre el suelo con un pergamino
sobre el cual reposa su brazo. Su rostro y la postura son de ensoñación, hablan
de recuerdo, de fantasía. A diferencia de la adusta escultura de Rodin con sus
facciones ceñidas y grave rostro, Magdalena yace ilusa, acaso circunspecta. A
mi parecer, este contraste resalta las concepciones en torno a la mujer,
porque… ¿cómo una mujer ha de poder pensar?
Me sumerjo en mi interior y encuentro ahí resquicios
de esas ideas anquilosadas que bosquejan a la mujer soñadora, tierna, ilusa,
fantasiosa. Trazos que delimitan el precepto de la mujer. Lo constriñen a las
bellas artes, hacia lo simple, lo superfluo, incluso fatuo. Reflexiono, vuelvo
a mí, profundizo y en las capas más hondas me encuentro con el recuerdo de
aquella pareja en Israel camino a casa: el marido con sus leyes contoneándose a
cada paso y su mujer detrás. Subrayo el “detrás”, siempre detrás.
Contra esas lisiadas ideas, sí, sólo ideas, los
rostros de tantas mujeres en mi vida impelen y agitan mis profundidades de modo
que siempre encuentro contraejemplo para esa “ley” enquistada en nuestra
sociedad, la cual desdeña a lo femenino. Re-cuerdo entonces a Paty por quien me
viene el amor a las matemáticas, ciencia pura y dura como dirían los ilusos.
Recuerdo a Cristina quien con meticulosidad extrema me guiaba en la
investigación sobre la literatura y la filosofía. Ella es signo de precisión
máxima, de prístina redacción. También Sofía para quien los músculos, tejidos,
sistemas, y órganos son hilos con los cuales teje, diagnostica y crea. Priscila
con su minuciosidad, su profunda dedicación para preservar la vida de los que
atraviesan las fronteras. Ellas y muchas
más son los contraejemplos que me sitúan en la realidad. Ellas con su vida, con
su trato, con su dedicación agitan esos sedimentos de privilegio profundamente
soterrados en mi conciencia. Se levantan como voces en el desierto para gritar
y reclamar que su lugar no es detrás, su lujar es junto con, a la par.
Women who read are
dangerous [1] porque al leer, reflexionar y pensar remueven desde
dentro al pensamiento operante. Desde el pensamiento y la reflexión mismas
desarticulan esos mecanismos bien trabados dispuestos para la exclusión. La
mujer (el hombre también solo que por ahora no merece el escribir al respecto),
al seguir los preceptos délficos γνωθι σεαυτόν, cuestionan los modos de
proceder, cuestionan los presupuestos invisibles por la cotidianeidad.
Después de este clavado a mis adentros, me doy cuenta
de que esas mujeres de carne y hueso, con su entrega me van transformando. Con
su entusiasmo y dedicación se entreveran en mí de tal forma que me constituyen
de manera distinta, hasta el punto en que al contemplar la pintura de Fürger
resuena en mí la diferencia, lo otro pues el punto de referencia es ellas.
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