Las cortinas vuelan y el ladrillo se ajusta
para resbalar en mi ventana
a la luz del primer proveedor.
Entonces un demonio conocido
aparece en su vasija,
pero sabiendo el recipiente
por donde entra,
no lo voy a dejar salir.
El tipo de espectro que te enseña
la diferencia entre agarrar, coger, y quitar,
mientras dormías a su lado esperando que
te devolvieran lo arrebatado y tu abrigo.
Ese es el terror de la imaginación criminal.
Qué de donde vengas,
y a donde quiera que vayas,
esperes una ignorancia subliminal:
que no te conozcan.
Qué fortuna para este sinvergüenza
el ser subyugado entonces
por un juzgado monocromático.
Y en este tribunal maldito,
mientras un polo es frío y lúgubre,
el opuesto ensordece y presenta.
Una ventaja abismal para aquel
cuya comunicación externa a su cabeza
es a base de runa cuneiforme,
gráfica, ininterrumpida, malentendida.
Nadie allí lo condenará así.
Caminará pronto, libre en las calles,
sigiloso por el concreto,
mientras sus recuerdos resonarán
en el trauma de su ultratumba.
Pero nadie lo recordará.
El producto de su trabajo,
llamativo, escondido,
se consume a sí mismo.
El trueque de sus hazañas
siempre sacrifica sus entrañas
por un resultado material efímero.
Terrible.
Al menos este otro ladrón,
el que escribe,
es honesto con sus procesos.
Lo robado nunca es lo importante para un buen ladrón.
Pero si lo es el robo mismo.
El pedir por un mejor día a día,
y también el esperar el café, o mejor una Coca,
y el pan de cada día.
Una enseñanza de otra vida.
El entender la diferencia entre un sermón circunstancial y un despotricado contextual,
primos de la misma indiferencia brutal.
Qué horror. La imaginación criminal.
Pero al padre ladrón, conduciendo su diván,
se le olvida el arte de lo que a mi me comida,
y que su hija hurta corazones mientras otros suspiran.
Mientras esta mancha blanca
que me heredó en mis ojos
engolfaba edificios y los detenía,
recordaba leer novelas de detectives
esperando superar el miedo a la persecución,
al menos por hoy, por un momento.
Pero vuelve a atormentarnos su sombra.
Y aquí estoy, el que recuenta,
el otro ladrón,
una vez más aquí,
recordando que el crimen,
para mi, sería no vivir.
Porque como su hijo, salí robado.
Y su vida me ha marcado.
Las prioridades las aprendimos
in absentia.
El robar momentos,
y si eres holgazán,
tal vez robarás días.
El dejar de rogar,
y aprenderse a mover,
a divagar,
de aquí para allá.
El robarle tiempo al tiempo,
y devolverle a mi hermana
la vida misma.
Fotografía: Stephanie Smith, cortesía del colectivo artístico de la bahía de San Francisco, on-off.site.
*Camilo Garzón. Poeta, ciudadano colombo estadounidense, radicado en el área de la bahía de San Francisco. Recientemente ganó el premio San Francisco Foundation/Nomadic Press de poesía por su poema en inglés: "Entombed.
No hay comentarios:
Publicar un comentario