De
súbito despertó; su respiración era acelerada y el frío hacía temblar su cuerpo
de forma incontrolable; el peso sobre él era mucho, por lo que no podía moverse;
leves aleteos daban sus brazos y las piernas estaban dormidas por entero; no
podía controlarse, el miedo lo alarmó en seguida; trató de sacudirse, pero fue
en vano, pues no tenía la fuerza suficiente para levantar lo que lo oprimía.
Buscó
respirar con algo más de calma, pero no funcionó y en seguida notó que su vista
no podía enfocar bien; lo borroso de un sueño profundo le impedía ver con
claridad las siluetas que se formaban poco a poco frente a sí; quiso entender
lo que sucedía, pero solo podía sentir un agudo dolor en su pecho, con que, al
detallarlo en sus adentros, se dispararon los recuerdos y el último de ellos
era ver la maldita sonrisa de aquel desgraciado que disparaba a quemarropa en
su pecho; en seguida recobró algo de fuerza, quizá por la adrenalina que le provocó
el destello de aquel recuerdo; trató de mover lo que no veía, pero por la
textura, en sus manos parecía piel o extremidades; en verdad, no entendía nada
de lo que sucedía.
Sus
piernas apenas podían dar débiles impulsos, pero el dolor, ese fino dolor no
permitía que hiciera gran cosa; pronto empezó a notar que había estado
respirando un olor nauseabundo, pútrido más bien y que, de inmediato, le
provocó náuseas; el corazón acelerado le sugería que se moviera, que tratara de
escapar, pero no contaba con la fuerza necesaria, así que respiró hondo en un
intento de buscar calma en sus adentros, pero el soplo de aire maloliente solo
le generó lo inevitable y vomitó sobre sí, casi al punto de ahogarse con sus
fluidos; por suerte giró un tanto el rostro lo que permitió que no se cortara
su respiración; el peso sobre sí era abrumador; eso lo notaba con claridad.
Esto
solo llevó a que los nervios lo pusieran en un brusco estado de alerta; empezó
a gritar tanto como le era posible, pero lo que estaba sobre el llevaba a que
todo sonido se ahogara con prontitud; se percató en seguida de ello, ya que
algo tapaba su boca, aunque no directamente, sino a un par de centímetros; sin
embargo, sus manos podían moverse, pero su conciencia empezaba a salir del
letargo en el que se hallaba y sus ojos pronto notaron formas en las que no
podía o, más bien, no quería creer; poco a poco sus pupilas empezaron a enfocar
más y con miedo trató de no ver lo que creía que estaba ahí.
No era
mucho lo que podía hacer, sino respirar y esforzarse por ver; notó que podía
mover los brazos en ciertas direcciones, hallaba leves huecos en lo que lo
oprimía, como si se tratase de aberturas hechas en partes discontinuas y sus
piernas daban tumbos un poco más fuertes cada vez; sin embargo, el frío se
tornaba más intenso y empezaba a entumecerse su torso, cuando al fin sus ojos
se acostumbraron y lograron recuperar la totalidad de su visión; el miedo y la
fatiga llevaron a que sucediera lo que ocurre cuando la adrenalina se apodera
de uno y permite que uno fuese capaz de proezas dignas de la fuerza de un
héroe.
De
súbito empujó con repulsión y miedo lo que estaba encima y pudo, al fin, ver
algo de luz; esa era la luz de la mediana tarde, que estaba a punto de caer en
el ocaso; su respiración se tranquilizó al tener algo de aire un poco más
fresco, que llenaba sus pulmones y expulsaba aquel sórdido olor a muerte; vio
que podía agarrarse de aquello que prefería no ver ni sentir, puesto que
presentía lo que había pasado, ya que sus recuerdos llegaban poco a poco y le invadían
su mente.
En un
intento de escapar de aquella prisión de textura carnosa, logró alzar su torso
por encima de lo que le oprimía, que se hallaba en gran parte oprimido, y con
pesadez y dolor sus piernas al fin salieron también sobre aquello. Una vez
logró incorporarse, la desesperanza se apoderó de él y un miedo intenso, que
nunca antes había sentido, llevó a que temblara, pero no de frío, además de que
sus ojos se llenaron de lágrimas de tristeza, rabia, repulsión y desprecio; casi
no podía albergar tantas emociones; el hombre no puede sentir una desesperanza
a tal grado que ni siquiera conservara la cordura, por lo cual su conciencia se
esfumó por un instante, lo que llevó a que se desplomara y quedara inconsciente
durante un buen tiempo.
Al
abrir de nuevo los ojos, el frío había hecho estragos, no podía moverse y
sentía que el dolor en su pecho estaba a punto de llevarlo a otro desmayo,
pero, quizá movido por fuerzas desconocidas, su conciencia no se perdió y
conservó su cordura, para dejar que sus ojos vislumbraran aquello que lo había
llevado a la situación en que se encontraba; sin parpadear, y con una sensación
de resequedad en su ser, vio cómo sus vecinos, familiares, amigos, esposa e
hijos, yacían, desperdigados en la extensión del pozo que quedaba cerca a su
pueblo.
Reconoció
en seguida dónde se hallaba, ya que había crecido y vivido en el lugar toda su vida
y había visto cómo aquellas personas que yacían sin vida lo habían acompañado durante
toda ella; sin expresión alguna y con el dolor a punto de llevar a que le
estallara el corazón, vio el rostro de su esposa e hijos, que permanecían ahí,
inmóviles, frágiles, desnudos y pálidos, pues la sangre había escapado de sus
cuerpos, notó como ahí se encontraban hasta aquellas personas que en algún
momento le habían causado daño y que ahora ya no podían hacerlo; casi por
inercia se repuso y, sentado sobre otro cuerpo, vio todo y recordó todo.
El disparo
del pillo no lo había matado, no entendía por qué, si solo había sido a un
metro de distancia; quizá alguna fuerza divina, pero macabra por igual había
intercedido, pero el recuerdo estaba vivo y aún sentía el dolor del impacto del
proyectil; veía, con los ojos de su memoria, cómo en la mañana del mismo día
habían llegado, en camionetas particulares, unos uniformados, que no parecían
ser parte de la fuerza pública, al menos la legal; recordó cómo habían entrado
a las casas de sus vecinos y podía aun escuchar los disparos y los gritos de la
gente; recordó que había visto a su mujer desnuda, tras ser violada por uno de
ellos, y cómo sus niños caían al piso, cuando les cortaron la garganta.
Recordó,
aunque no muy claro, cómo en los brazales de aquellos militares destacaba el
logo del grupo y cómo ese mismo día habían acabado con su pueblo, habían
borrado su historia, lo habían desaparecido todo, y unas cuantas palabras, de
quien parecía ser su comandante, que decían que este pueblo nunca había
existido y que ahora era una base militar de las autodefensas unidas de
Colombia.
*Luis Miguel López Ramos, docente en el área de filosofía y letras, egresado de la universidad de Nariño, su lugar de origen se llama Túquerres en el departamento de Nariño Colombia, a lo largo de su vida se ha dedicado a escribir narrativa ya que es algo que apasiona.
Felicitaciones Luis Miguel, excelente relato.
ResponderEliminarMuy buen relato. Adelante.
ResponderEliminarme gusto mucho el libro
ResponderEliminarSoy un mensajero enviado por yiseth, incoherentemente podria deducir que mi hijito lindo, johan moralesesta embarazado vive en ipiales altamira se enamoro de usted
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