(Acompañar la lectura con “Symphony of destruction” de Megadeth)
“Sal ya, Oh ¿me has encontrado incluso aquí cucaracha? Percudida de connivencia satinada cubierta por la edad y la astucia, engrasada cual sombra, adaptada a los chirridos del cebo”.
Wole Soyinka
Estaba encerrado como ave en la jaula, pero sin alguna mirada de contemplación o benevolencia, destinado a morir bajo el manto negro y en una eterna oscuridad propia que ya significaba, por sí sola, un respiro frío y casi mortuorio.
Israel sostenía el todo entre sus manos y sus ojos bailaban de un lado al otro buscando alguna luz. Aquella mirada loca estaba enrojecida de estar buscando salidas inexistentes. Algunas veces desvariaba e imaginaba que se le abrirían, como a San Pedro, las paredes de hierro de su celda; sin embargo, esto nunca sucedería. Su vida era nada, absolutamente nada.
Si pudiera retroceder su tiempo; ¿el tiempo?, ¿algo tan líquido como para intentar amasarlo? Hasta ese momento comprendió el pecado de sus acciones…
—¡Sotela!, ¡Sotela!, ¡corra que ahí vienen!
—No hombre, no puedo… máteme o yo lo mataré a usted.
Asaltar bancos, dinero fácil que evade los regaños de algún jefe disconforme; ¿no parece eso una ilusión?
Un revólver y varias detonaciones. Atrás había quedado una cajera de veintinueve años y sus sesos de un rojo purpúreo; pero también, un amigo suyo desde la infancia al que, por desgracia, le habían reventado el pecho contra el suelo… Sí, en la lejanía habían quedado ambos y sin embargo ahora los tenía con él, sentados sobre la cama, mirándole, apareciendo como espectros con sus bocas moradas y vocalizando hacia el vacío.
Sombras y un solo milimétrico haz de luz tocando su piel trigueña, sus dedos acarician esa luminaria mientras no haya caído la noche. Escucha voces salidas del mismo infierno, que le dicen y no le dicen, callan y nuevamente sonríen; está desgreñado, desteñido, desorientado y todo lo que pueda significar ausente.
El joven bailaba haciendo círculos con la cabeza y de a poco se le curveaba la espalda. Todo esto mientras comía un trozo de pan que había escondido en su bolsillo. Sin percatarse comenzó a masticar sus propias manos… Para él era lo mismo el crujir de su cuerpo que el de su alma.
Israel está sudando desde ya, su hematohidrosis no ha significado nada para los guardias del pabellón de la muerte. Le faltan dos semanas, porque ya todo fue dicho.
Tenía una cita programada con un cura que le ayudaría a redimir sus pecados; pero nunca se concretó semejante cosa; tal vez porque significaría la posible redención para alguien que debía ir directo al infierno.
El hombre se negaba a probar los alimentos, pero para “devolverle la carga”, le inyectaban suero; pues no debía morir por sí mismo.
Se asomó al haz de luz y no vio nada. Cuando leía sus libros esotéricos, albergaba alguna esperanza de escapar: se quedaba perdido viendo el cielo de su mente, cerraba sus ojos negros, respiraba fuertemente y, alguna vez pudo salir en medio de un somnoliento viaje astral; pero al despertar todo era lo mismo.
Sin embargo, durante la tarde sucedió algo fuera de lo común. Mientras observaba, de nuevo, el haz de luz; se dio cuenta de algo: Una cucaracha color marrón; posiblemente atraída por las migajas que había dejado en el suelo, vino a hacerle compañía.
Ahí estaba… como siempre han estado desde hace más de trescientos millones de años. Vino rápidamente hacia las moronas pues aunque es, por naturaleza, sensible al sonido; Israel la había visto y decidió calmar el martilleo de su corazón. Las cucarachas son carroñeras y esta, en forma particular, debió percibir que no solo probaría el pan, porque había una carroña puesta en pie, Israel.
Sí, tal vez eso aguardaría la cucaracha; hurgar el día indicado entre su piel negra de humo y darse un festín; no sin antes convidar a su prole. Ese pensamiento, en primera instancia, casi obliga al tipo a extirpar semejante asquerosidad, pero cuando la vio directo a la cabeza descubrió que sus ojos eran negros, tan negros como los suyos y, por primera vez sintió compañía; tanto así que, rápidamente, la apresó y se detuvo a contemplarla.
Las cucarachas son omnívoras; es decir, comen de todo; por lo que ahora Israel tenía alguien a quien alimentar. Al principio el insecto estuvo intentando salirse del bolsillo de su camisón; entonces Israel zarandeaba su tela y esta volvía a caer al fondo. Cuando, por fin, dejó de luchar, Israel comenzó a echarle migajas de pan, porque es sabido que aman el almidón, las grasas y los azúcares.
Así, a su mascota fue llenándosele el buche. Mientras lo hacía, el tipo recordaba cómo habían muerto cuarenta y cinco mil personas en Perú, producto de la inmundicia de aquel insecto. Se dice que una cucaracha puede vivir sin cabeza durante dos semanas… justo el tiempo que lleva Israel sin poder pegar los ojos.
El tipo envidiaba la suerte de aquel bicho. Bien podría salirse y escapar para siempre; sería libre y se escurriría por el mismo haz de luz del que vino, libre como él no lo sería nunca más y, no más por eso no la dejaría irse. Además, ya había gastado una semana entre juegos tontos, moronas y observaciones estúpidas.
Cuando faltaban tres días para su ejecución, Israel se negó a salir de su aposento. Nunca recibió una sola llamada en toda su estadía.
Pronto regresó el martilleo de su corazón. Restaban dos días y una nueva gota de sangre le bajó por la sien… Se había dado vacaciones, pero por fin regresó a la crudeza de su destino. Palpó su bolsa y aquel insecto estaba embebido, los pelos de sus patas comenzaban a destilar como gotas de rocío con cierto olor desagradable. Metió su mano al bolsillo, las patas de la cucaracha comenzaron a patalear débilmente.
—¿Será que la aplasté mientras dormía? —su amiga se encontraba, ahora, panza arriba—. Tal vez no aguantó la temperatura…
Siempre se ha dicho que las cucarachas son resistentes a los cambios externos. Colocó a la cucaracha en medio de un círculo que hizo con sus sábanas y esta, de pronto se levantó —Vaya, vaya… pero ¿qué tenemos aquí? —El tipo evitó que el insecto se fuera, pero la cucaracha abrió sus alas, hasta ese momento recluidas, e intento zafarse. Israel la detuvo nuevamente y, a la tercera vez, se dio cuenta de algo, vaya uno a saber si deliraba, pero…
Conforme extendía sus alas la cucaracha crecía, se ensanchaba su cuerpo, sus patas y sus alas se flexionaban como un descapotable. Aquel insecto estaba inflándose rápidamente y las luces blancas y negras, que se colaban débilmente entre la rendija del cuarto, fueron haciéndose intermitentes y grandes.
Había una lucha entre hombre e insecto. Se acrecentaba el lugar en la mente del reo y, cuando la cucaracha llevaba veinte centímetros de ensanchamiento el tipo la sujetó rápidamente y comenzó a morder su cabeza hasta demolerla, luego las patas se rastrillaban de un lado a otro entre sus dientes, pasaba por su lengua un caldo amarillento mezclado con saliva; Israel iba engullendo al insecto lentamente, sus patas le supieron agrias, las alas le semejaron a dos astillas crocantes y el cuerpo a un enorme budín.
Así, las luces que habían invadido la habitación se comenzaron a distorsionar casi como si estuviese en estado de embriaguez. Miraba las paredes y estas eran enormes…
Sintió unos punzones que le rajaban el cuero de sus brazos, y comenzaron a salirle filamentos color marrón. Sin mucha espera, un dolor intenso se apoderó de su cabeza y cuando trató de palpar su frente para descubrir a qué se debía, se dio cuenta de que ya no tenía dedos y se encontró, de un pronto a otro, acicalándose las dos antenas enormes que le sobresalían. Entonces cayó instintivamente al suelo y al hacerlo sintió el soporte de dos nuevas extremidades que venían emergiéndole del abdomen.
Sacudió su cuerpo y notó que unas alas le rozaban las nalgas desnudas y, cuando por fin quiso gritar salieron de su boca dos pinzas abiertas hacia ambos lados. Poco a poco se fue encogiendo hasta tomar la forma de la cucaracha. Miró de frente la fisura a la que siempre le había prestado atención y en una carrera endemoniada salió a través de ella…
Esquivó las patas de las sillas, las pisadas enérgicas de algunos guardas que le injuriaban la muerte, escaló las paredes y logró salir intacto por los pasillos; de esa manera fue avanzando hasta llegar a la única barrera entre él y su libertad: la pared externa de la prisión. Escalando con una sola bocanada de aire llegó a la cumbre, abrió sus alas y se lanzó al vacío de la noche.
“Extendió sus alas bajo una luz tenue…Un canto de triunfo se elevó en un aire insensible una antena sondeó el horrible silencio y se replegó sabiéndose satisfecha: todo bien. Todo en su sitio como era en un principio”.
Wole Soyinka
El día de su ejecución, Israel Portilla fue llevado por dos guardias a la silla eléctrica. Los oficiales que lo vieron por última vez aseguran que no se le sentía en este mundo. Ni siquiera articuló una sola palabra. Sorprendido, trataba de comprender todo; miraba sus manos y, de vez en cuando, movía los dedos tratando de entender sus articulaciones. Se le sentía distante, vacío como los dos ojos negros que había visto asomarse por el haz de luz.
Y bajo el bullicio de la ciudad de Texas, pegado a una de las enormes paredes del alcantarillado que recorre la ciudad, había un enorme exoesqueleto que se rajó como si algún animal hubiera salido de él.
*Óscar Leonardo Cruz Alvarado (Calú Cruz) Alajuela, Costa Rica. Nació en Alajuela. Es narrador, poeta, docente, gestor cultural, Presidente y Coordinador del Colectivo Cultural Birlocha y de la Birlocha Literaria, ambos de Orotina. Además, es Coordinador por la provincia de Alajuela para la Unión Hispanomundial de Escritores y, actualmente, ha sido designado como Director Ejecutivo, Embajador Cultural Itinerante y Embajador Emérito Colegiado por la Confederación Latinoamericana de Escritores, Artistas y Poetas del Mundo (CONLEAM), con sede en Argentina. Calú es el organizador del Certamen Literario Luis Ferrero Acosta y ha escrito tres libros de cuentos: “Cuentos de mamá muerte”, (2012), “La corrosión de los entes”, (2016) y “El eco de los durmientes” (2018). Ha participado en las antologías “Vía 28” y “Nueva poesía costarricense”. Sus obras han estado a la venta en estanterías estadounidenses, nicaragüenses, uruguayas y en las librerías más relevantes de Costa Rica. Además, fue el Coordinador designado por Costa Rica para la Antología Centroamericana dedicada al Bicentenario de la Independencia.
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