Foto: Berta Nelly Arboleda Ruíz |
Cardos
Mario Angel Quintero
Cada poema se eriza, se aguza y se enzarza en sus sonoridades, su sintaxis discontinua y por momentos intencionalmente dislocada. Sin embargo, tras sus pliegues no se resguarda más que la propia vida, el mundo cotidiano del poeta desde el que se fija un decir particular, en el que a su vez se recoge, oído atento, las distintas maneras, modos, derivaciones del habla, y donde se cuenta y se revela también, nuestro propio mundo, nuestra incertidumbre, nuestro dolor, nuestro goce, nuestro morir continuo.
--Pedro Arturo Estrada
Ilustración: Francisco Restrepo |
Como ondulas, cielo anemona,
palpitante en el sendero de luz.
Mancha de color, que respiras por mí.
Te alimentas del zumbido de dios.
El sol golpea la curva celeste,
así suena lo alado y frágil.
Soy el hombre que metió su cabeza
entre la boca de un azulejo.
Uno se muere
o se queda para ver
a los demás morir.
El amanecer es soberano
sobre su trono, un gallinazo
que sube a brincos por la calle
hacia lo desechado.
La voz de las flores dice ya, aquí,
el gesto es solo abrir así,
para desvestirme de caricias
y extinguirme sobre esta luz que cae.
Un avión a propulsión a chorro
sobrevuela una olla atómica.
¿Una cosa qué
tiene que ver con otra?
Nada de nada.
El mundo se enchufa,
y la nostalgia se eleva
solo con acpm.
Así son los momentos.
Todo va junto
simplemente
porque ahí está.
Como árboles
de chupetes,
o leche caliente
con azúcar.
Mis amigos me ven
y levantan los brazos.
No sé sí es un saludo,
o para que no me acerque.
Los veo cansados,
pero como si ya hubieran
cumplido con alguna promesa.
Antes de que yo pueda
responder a su gesto,
los tapa el humo
de un inmenso
tornado de fuego.
Vivir de día,
morir de noche.
El resplandor
nace en la oscuridad.
Lo sobre-expuesto
se revela
como un recuerdo,
como el sabor
a mamoncillo.
Soñar diluye
los pasos mismos
de vivir, el alfabeto
de contacto ya
casi sin consonantes.
Un aullido borroso
es todo lo que queda
de la risa desprevenida
que ofreció la muchacha
del vestido rojo esa tarde
de verano del setenta.
Ilustración: Francisco Restrepo |
*Hijo de padres colombianos, George Mario Angel Quintero nace en 1964 en San Francisco, California, donde vive sus primeros treinta años. Estudia literatura en la Universidad de California y es becado en creación literaria en la Universidad de Stanford. Como George Angel, publica poemas, prosas y ensayos en revistas literarias estadounidenses y canadienses; también publica los libros en inglés: Globo (1996), The Fifth Season (1996), y On the Voice (2016). Desde 1995 reside en Medellín, Colombia, donde, bajo el nombre Mario Angel Quintero, publica los libros de poesía Mapa de lo claro (1996), Muestra (1998), Tentenelaire (2006), El desvanecimiento del alma en camino al limbo (2009), Keselazboga (2014), Mapa de las palabras (2014), la materialidad (2020), Cardos (2020), y los libros de dramaturgia Cómo morir en un solar ajeno (2009), La sabiduría de los limones (2013), y Calamidad Doméstica (2016). Porciones de su obra han sido traducidas al macedonio, portugués, sueco, croata, búlgaro, francés, italiano, albanés y árabe. Este año, se publica en Italia un libro de traducciones de sus poemas al italiano, Diventa l’albero (Samuele Editores, 2020), y en Croacia un libro de traducciones de sus poemas al Croata, Moje svjetlo i druge pjesme (Druga priča, 2020), y en árabe la traducción de su novela corta, Aqrab (Dar Al-Rafidain, 2020).
WOW MARAVILLOSA POESIA ! ME ENCANTA , ES SUSTANCIOSA!
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