Polvo amarillo en el viento de la noche
A Zeus
La casa se llenó de polvo amarillo
era otoño, en la ventana golpeaban las luces
del último día
fingí mi propia ausencia con un grito
feroz como los que se pelan cuando hierve
la sangre y se oscurecen las calles
sujetaba entre mis dedos el temblor
animal en celo
cuando arrimé los cuerpos: la fragancia, la pinza del pene
hasta acalambrarme las manos
con sus suaves lentejuelas
llegaste esquivando los cables
un planeador de hueso, de caída
viniste a morir en tu hembra
a esparcir tu siembra sobre el terremoto
antes de caer vuelto cenizas o harapos
pero no pudiste, yo tampoco
supe encontrar las venas de las hojas
la fórmula contra el olvido
te devuelvo al aire con un beso
que suelto entre tus alas
detrás de tu muerte
acaricio la cicatriz del árbol
donde escondiste tu alma, amarilla
la mordida de las flores
derramo mis ojos en el cielo
un incendio, pulpa cadavérica de estrellas más viejas
como hijos que devoran
la carne de sus ancestros, su ademán
tiemblo, te apagás como el árbol que desaparece
bajo su sombra tendida al sol
escribo tu huella en la tierra del poema
abro mis manos
polvo amarillo en el viento de la noche
te veo volar.
***
Pasaje
Una polilla se apagaba
se dejaba estrangular por las horas
agarrada a la pared de la sala de hospital
donde los vientres
estaban a punto de abrirse
supe que aun con su agonía a cuestas
quizás debido a ella
era todavía parte del mundo
porque al tocarla con mis yemas sentí
la gamuza de su cuerpo
recibirme humana
en su ser de insecto
¿te conté que antes de morir,
cuando no se aparean,
se vacían el útero de huevos
que están vacíos?
Estaba en eso cuando la acosté en mi mano
y el suyo era un cuerpo en coma
que reconocía la piel
con un profundo silencio
¿te dije que sus alas huelen como el polvo
acumulado sobre los muebles
después de una larga ausencia?
¿que es preciso desplegar muy grandes
los párpados para ver el salto inaugural
que la devuelve añeja, recién nacida
a la caricia del crepúsculo
guiando su último vuelo
de regreso a la tierra?
***
QUISE ENHEBRAR EL OJO DEL CALAMAR
no tenía claro si la tinta era sangre o sólo tinta
como cuando se corre lo que escribo y se mancha,
como cuando lastima
los puntos en la herida cuando se va secando el poema
¿cuántos puntos o versos
hasta que se alivia lo incurable?
tenía ocho años y extendía sobre la mesa el cuerpo
flexible, tendida en la bandeja
de aluminio reluciente espejo
mi imagen, el bisturí
un tallo plateado entre los dedos
las suaves membranas de la piel
los tentáculos salinos
tan húmedos y sus cráteres rosados,
quería lamerlos y ensuciarme los labios
y las manos con su jugo
azul o negro, probar
su rigidez con mi lengua
yo escribo porque duele y la pluma se desborda
pero si fuera sangre, ¿qué pasaría?
¿o acaso no es sangre lo que se enfría y se va
tornando oscuro, escritura
debajo de la terca paciencia de un cadáver?
***
Alguien me sigue
cuando atravieso cualquier noche
alguien viene detrás
de mí.
Me pongo nerviosa y afilo mis sentidos
giro la cabeza como un búho
360 grados entre el cielo
y el infierno, tengo miedo,
nunca me gustaron las sorpresas.
El bosque está calmo pero alguien
me sigue, pisa mis talones
con sedosa constancia, me apuro
pero mi sombra se proyecta
sobre las flores
que anochecen también detrás de mí.
Mi sombra
es la sombra de un lobo.
Si corro me corre, si camino lento
crece agigantándose y me opaca,
me pide silencio, me amordaza
con su boca en la mía.
Desearía desconocer esa extrañeza
que me divide entre la luz
y el insomnio, la textura amable
de la almohada entre los muslos,
el milagro ominoso de no reconocerse
y no saber a ciencia cierta
quién se es.
Alguien me sigue a donde vaya
por mucho que me aleje
viene detrás de mí como una capa
que se alarga en el viento,
no me suelta, no me teme.
Alguien me sigue:
mi sombra
es la sombra de un lobo.
***
El abrazo de un cirujano
Los párpados del dios se cerraron
sobre otro esta noche:
siempre es otro sobre quien se cierne la sombra
del reloj, nunca somos nosotros
los de las manos que florecen
al sol naciente y tiemblan;
nosotros los de la espina frágil
hundida en el talón del amado.
Las camas vacías y la sepsis
abrupta de las almas que esperan
amotinadas en los objetos más inútiles
son rasgos
muy marcados en un rostro
que no se reconoce cuando goza.
¿Cómo es posible
quedarse varado en el abrazo
que nos une con la muerte
a la par que nos rescata de su gracia?
Me he reconocido en tu rostro
cuando su gesto se abrió como el cielo
obsequiándome con todos los paisajes reunidos
en una única gota de luz que desfallece.
Besé tu luz nuestra última vez, te di
inesperado placer. Yo te vi como nunca
hundí mi espina
en tu corazón que supo asimilarla
hasta volverla alimento de tus células,
oxígeno. Yo te vi.
Los espejos son simuladores
que no logran capturarnos en sus aguas,
sin embargo
nos perturban y enamoran,
nos torturan. No somos nosotros
los desconocidos, los mal amados,
los parias. Perdimos otro día
y estamos solos.
¿Quién podría retener
el ruido blando de la bata al agarrarse al cuerpo,
la sensación de caer al desnudarse?
Hemos caído tantas veces, nos arrojamos
atados por la cintura
para hacernos compañía estando solos.
Una mano nos sujeta hasta el final
para soltarnos, los pájaros
quedan tendidos boca arriba en las calles:
la mansedumbre de los cuerpos vacíos
irradia belleza que ya no se repite.
Olíamos el sudor de los jazmines,
escuchábamos disparos sin abrir la boca:
nos palpábamos el pecho para estar seguros
de que no éramos nosotros los caídos.
¿Cuántas veces te levantaste esta noche
para escucharlo respirar en su sueño?
Pusiste dos dedos en el cuello, apretaste la carne
para sentirla latir.
Todo tu cuerpo fue para mí
el eco de lo que acontecía remoto
en tu corazón, el tronco: una jaula de huesos, una caja
de resonancia y danza. Tu corazón
que tuve en mi boca, temblando
hundido en mi vientre también
me hacía temblar.
Te sentí latir entre el hueso y el músculo
con el impulso de estrellas que se ahogan
cuando caen
y quiebran la música del mar
como peces que gritan y provocan la ola
que devora la costa de los años felices,
la inquieta juventud.
¿Qué es ese galope descalzo en el viento,
el espiral del caracol en mi oreja
que muere de sed y sacia su fantasma
escuchando los despojos del mar:
tu corazón latiendo justo ahí?
Visité a un hombre en su cama,
añoraba a sus padres
porque nunca había dejado de ser un niño.
El cirujano le había dado otro órgano,
otro muerto que volvía a la vida.
Lo había sujetado a la camilla
con los dos brazos, para que no cayera
antes de dormirlo en la canción
que desvela a los enfermos incurables.
Ese hombre me dijo que todo estaba bien
porque el cirujano lo había abrazado
antes de abrirlo.
¿Quién podría decir que no fue amor?
Hay hilos rojos que todavía nos unen,
una continuidad invisible en la materia,
somos otro átomo en la masa,
nos rozamos también y la distancia
no es más que una falencia de los ojos.
*Melisa Mauriño (Provincia de Buenos Aires, 13 de diciembre de 1985) es Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Ex residente de Psicología Clínica del PRIM Hurlingham y de la Residencia Posbásica Interdisciplinaria de Cuidados Paliativos del hospital Tornú. Escribe poesía y narrativa. Ganó el primer premio del 1er. Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer libro publicado “La piel de la oruga” (Viajero Insomne, 2016).
Página en Facebook: https://www.facebook.com/melmaurino/
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