LA FAMILIA ES PRIMERO
La escoge con cuidado para no equivocarse. La acaricia por un instante y la deja volar. Luego reúne a toda la familia y les pide que oren para que esta vez las cosas sean diferentes. Cada semana durante los últimos años se ha repetido la misma rutina. Su familia ya está resignada y apenas logran contener el llanto; sin embargo, él nunca ha estado más feliz, siempre rodeado por sus hijos y nietos. Noé inclina la cabeza junto a su familia e implora, de todo corazón, que nunca descubran que envenena a las palomas antes de echarlas a volar.
NOSTALGIA
«Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar», le pidió Jonás a su hijo. Todavía guardaba la esperanza de reencontrarse con su amada ballena.
LEXICOGRAFÍA
No lograba salir de mi asombro, aquella gente conocía apenas cien palabras, pero les bastaba para comunicarse. La tribu vivía en el rincón más apartado de la selva, donde su existencia transcurría plácida. Mientras los estudiaba me convencía que aquel lugar era quizás lo más parecido al paraíso. Seguí creyéndolo hasta que vieron mi pequeño espejo. Desde entonces comenzaron las discordias. Todos querían poseerlo. Muy pronto, la tranquilidad se convirtió sólo en un recuerdo. Cuando me marché conocían ya ciento una palabras. La más reciente, la que destruyó mi selvática utopía, era «mío».
EL AMERICANO Y EL MAR
Cuidé al viejo durante toda la noche. La fiebre y la trémula luz de la vela desfiguraban sus facciones. Deliraba. Agitaba los brazos, intentando alejar las amenazas que le acechaban entre sus recuerdos. De pronto, se incorporó sobre su camastro, y durante un fugaz momento de lucidez, juró vengarse. Los días pasaron y el viejo Santiago terminó por recuperarse. Todos queríamos saber qué había sucedido. Habíamos visto el esqueleto de un enorme pez vela sujeto a su lancha. Hacíamos preguntas. Él se refugiaba en el silencio. Una tarde, en el bar, se decidió a hablar. Nos contó sobre su lucha contra el pez, contra los elementos, contra sí mismo. Su narración fue tan vívida que podíamos sentir cómo la sed nos atenazaba la garganta, mientras el cordel nos quemaba las palmas de las manos. Lloramos de rabia y de impotencia cuando supimos que los tiburones habían devorado a su pez. Yo fui el primero en ver al americano. Se levantó de su silla y se acercó al viejo. Sostenía una libreta y un lápiz. Le pidió permiso para escribir su historia. Negociaron. El americano se marchó sonriente, el viejo quedó todavía más feliz. Juntos llevamos la caja de ron hasta su choza. Me paré frente a él y le prometí que mataría a todos los tiburones que pudiera. El viejo lanzó un grito. «Te lo prohíbo, Manolín —me dijo severamente—, gracias a los tiburones sigo con vida». Yo estaba desconcertado. El viejo sonrió. «Si hubiera contado la verdad –agregó–, todos se hubieran reído de mí, y seguro que aquel americano idiota no me hubiera regalado el ron». Destapó una botella y dio tres largos sorbos. «Cuando estaba sujetando el pez vela a la lancha, aparecieron varias sirenas. Abrí los ojos como platos, no tenía ni idea de lo que debía hacer. Una de ellas extendió los brazos. Quizás deseaban ayudarme. Yo acerqué mi mano a la suya. Por suerte mis reflejos seguían funcionando. La maldita sirena había lanzado una terrible dentellada. Las sirenas no cantan. Sólo ríen, como dicen que lo hacen las hienas. Y esperan. Saben que la cordura pronto abandonará a sus víctimas. Soporté sus risas y sus burlas durante horas. La furia me hacía hervir la sangre. Estaba a punto de lanzarme al agua cuando sus risas se apagaron. Miraron a su alrededor y luego se vieron entre ellas. La luz de la luna se multiplicó en las escamas de sus colas cuando se hundieron en las oscuras aguas. Tardé poco en descubrir la razón de su huida. La sangre de mi pez había atraído a una multitud de tiburones.» El viejo se detuvo y le dio otro trago a la botella. Un extraño resplandor iluminaba su mirada. «Yo también reí —continuó el viejo— mientras los tiburones devoraban el pez. Me acosté en la lancha, ajeno a los espantosos chasquidos de aquellas mandíbulas. Estaba cansado. Realmente cansado. Cerré los ojos y comencé a soñar con la afilada hoja de mi cuchillo deslizándose, suavemente, por las gargantas de aquellas malditas sirenas.»
*Kalton Harold Bruhl (Honduras, 1976) ha publicado los libros de relatos El último vagón (2013), Un nombre para el olvido (2014), La dama en el café y otros misterios (2014), Donde le dije adiós (2014), Sin vuelta atrás (2015), La intimidad de los Recuerdos (2017), El visitante y otros cuentos de terror (2018); Novela: La mente dividida (2014). Es premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” y miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia de la Lengua.
*Kalton Harold Bruhl (Honduras, 1976) ha publicado los libros de relatos El último vagón (2013), Un nombre para el olvido (2014), La dama en el café y otros misterios (2014), Donde le dije adiós (2014), Sin vuelta atrás (2015), La intimidad de los Recuerdos (2017), El visitante y otros cuentos de terror (2018); Novela: La mente dividida (2014). Es premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” y miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia de la Lengua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario