Una medalla para la nada
Dentro de la tumba perdida de Tutankamón existían no una
sino dos maldiciones.
Una de ellas salió hacía el cielo y fue pescada por los exploradores que ya conocemos.
La otra, se desató hacia abajo,
y atravesó cada una de las capas de la Tierra
hasta llegar al núcleo.
Al famoso núcleo de magma…
Todo era ardor y luz cegadora en cada uno de los lados de ese mítico lugar,
excepto en uno, donde vivía Richard.
Richard era el único habitante de su cuarto.
El cuarto del centro de la Tierra.
Y vivía ahí sin enterarse de nada.
Una sola vez abrió la puerta y le pareció que allá afuera no había mucho que hacer,
por lo que se la pasaba jugando Xbox.
Pero ese día la maldición iba en camino hasta él,
y no iba a tener hacia donde huir cuando esta llegara.
Antes de que esto sucediera,
el fantasma de una mosca se había adelantado
y se había arrodillado a las orillas de su oreja para decirle:
—Richard, amiga
—¡?¡?¡?¡?¡
—Aunque estemos solos por la eternidad,
no debemos dejar de ayudarnos.
—?!?!?!?!?!?!?!?!?!?!?!
—He oído como allá arriba nos quisieran ver a todas las moscas del mundo
reunidas en una esfera enorme,
llena de zumbidos y muchos negros,
para después elevarla rápidamente
hasta el sol,
y vernos así por fin
fuera de su aire.
Pero nosotras las moscas no les deseamos mal.
No quisiéramos ver que los humanos se extingan nunca.
O al menos no yo.
No me importa que sus manitas de plástico
hayan matado a toda mi familia —la mosca jadeaba mientras hablaba.
—Mosquita —respondió Richard —a qué te refieres
con que no debemos abandonarnos y,
¿qué es una amiga?
Mosquita cerró los ojos unos segundos y luego contestó:
—Una peste milenaria llegará hasta tu cuarto
y no podrás sobrevivir.
Una amiga es la forma más fácil de ser feliz —dijo.
—¡No quiero morir! —exclamó Richard—
¿Qué será de mis scores?
Siempre quise que alguien los conociera.
¿Y qué significa ser feliz?
—No te preocupes — dijo Mosquita—,
yo los he conocido todos,
y los admiro mucho.
Ser feliz es poder compartir.
Richard, somos los dos seres
más solos del planeta.
Hubo un silencio como de 3 segundos
o de cien años,
donde de pronto Richard vio como si llovieran docenas de soles
sobre los ojos de la mosca.
Sin embargo él nunca había visto el sol.
—¿Morir es como salirse de un juego? —preguntó el muchacho.
— Quizá, amiga. —dijo la Mosca— Aunque también lo he imaginado
como sumergirse en una fruta
para nunca más salir de ella.
Richard y Mosquita estaban tirados en el tapete del cuarto
y miraban por la ventana la caída de una cascada de lava.
—¿Cómo es que siendo fantasma aún no conoces la muerte?
¿Por qué tuviste que ser mi amiga hasta estos últimos momentos?
— No estoy segura de lo que soy, pero algo dentro de mí y de todo el cielo
me llamo a venir hasta ti.
Pienso que las cosas más reales terminan siendo justo como sueños.
La cosas empezaban lentamente a temblar y un sonido bajo y grave
comenzaba a hacerse cada vez más cercano.
La lava parecía estarse obscureciendo.
—Una vez jugué un videojuego donde el protagonista afirmaba que tenía apuntado bajo una mesa
el nombre de cada uno de las personas que habían decidido jugar su vida.
Tengo una mesa idéntica aquí en el cuarto —dijo Richard.
—¿La haz mirado por debajo? —respondió su amiga.
—Jamás me he atrevido —contestó.
Las cosas se ponían cada vez más obscuras.
Y las nuevas mejores amigas lo notaban sin mencionarlo.
—Pienso que alguna vez experimenté la telepatía con las personas que más me gustaron,
pero nunca llegué a sentir necesario preguntarle al otro
si también le estaba pasando —dijo Mosca.
—Quisiera confesar algo ahora pero no creo que nada de eso sea más elocuente
que sólo seguir mirándote —dijo Richard.
Ambos se habían acercado a la mesa y estaban hincados frente a ella.
Ya se oía cómo el techo empezaba a crujir.
—Veo un abismo por todos lados, y veo que cada uno es mi casa.
—Cuando comprendí hace un segundo
que aunque estés aquí siempre seguiré estando solo
no sentí ninguna clase de pena.
No se supo bien quién de los dos había dicho qué.
—¡Qué hermosa es la vida! Lo digo aunque sólo haya conocido este inmenso mar de fuego y roca —dijo.
—Pienso que quizá he sido el hijo más pequeño y humilde de la Tierra,
pero también siento que fui el príncipe de toda ella —comentó.
La pequeña casa de Richard ya temblaba escandalosamente.
Eran los últimos segundos de su resistencia antes de que todo colapsara.
A pesar del enorme ruido, y de que caía polvo desde el techo, aún podían seguir hablando.
—Amiga, ya es hora de mirar lo que hay debajo de la mesa.
Mosquita y Richard se juntaron lo más que pudieron y alzaron juntas el mantel de la mesa. Se metieron debajo de ella. Ahí dentro escucharon cómo las ventanas tronaban.
Al mismo tiempo, miraron la tabla de la mesa por debajo y susurraron las palabras que encontraron escritas en la madera.
Hicieron una pausa. Luego se quedaron calladas y se miraron a los ojos. Sonrieron. Un cacho enorme de techo y lava caía sobre la mesa.
Voltearon hacia ti.
—Nunca dejes de leer poemas.
*Áladín Príx (¡!¡!¡!94 – México ADN) La constelación virgo estaba leyendo su horóscopo cuando se le ocurrió una idea genial: ¿y si empezaba a medir el amor por la dirección hacia la que palpitaba el corazón de la nada cuando ella nació?
Fantasmophilia (Súper Ediciones Prisma – 2018).
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