El romántico filósofo, poeta y filólogo alemán, para los lectores novatos, puede ser un remolino potente que una vez que te arrastra, no te deja salir. Pero todavía más encantador no es su pensamiento, sino su capacidad seductora, propia de un espíritu puro y angustiado, para llevarte a los rincones más miserables de la existencia y hacer que hasta en los tiempos más dolorosos afirmes la vida y jamás aceptes la ayuda. Esa capacidad de su espíritu se debe al sufrimiento. Federico Nietzsche, desde niño vive con una tristeza profunda y dolencia inmensa. Ese dolor alcanza su madurez, cuando el pensador sufre el rechazo amoroso de parte de una brillante poetiza rusa, Lou Salomé, y sabiendo que su único amor es imposible, cae en la honda poza de la desesperación.
En la rústica habitación de una pobre pensión tiembla de frío junto a una estufa apagada mientras medita amargamente sobre su estado y destino. En sus reflexiones oscuras trata de descubrir el secreto del mago para salir del fango del padecimiento donde está varado. Sin hallar la luz y paz necesaria, corre como un perseguido por las calles desiertas de Génova y transcurre noches enteras sin dormir. Si pudiese al menos adormecerse un instante ya sería un gran alivio, pero ni los narcóticos más poderosos le ayudan a hundirse el sueño.
Vive momentos espantosos. En el cielo de Nietzsche se muestra un nuevo horizonte. Urge encender la vela en la oscuridad. O halla la luz, o para siempre queda aplastado por el peso de la penumbra. Su espíritu fuerte le otorga cierta ventaja, se decide y hace un esfuerzo supremo para salir de la poza. Esa decisión se concreta cuando emprende escribir Así habló Zaratustra.
El primer segmento de Así habló Zaratustra, esculpido por el dolor y escrita en febrero de 1883, señala y demuestra el ascenso de Nietzsche de la profundidad de la poza de la desesperación. Más adelante, en un fragmento de Ecce homo publicado en 1889, dice la gran salud es un postulado de un súper hombre que se inmola eternamente. El autor de La aurora, conquista y adquiere con mucho sacrificio, sobre todo a fuerza de enfermedad, la nueva salud, más fuerte, dura, lúcida y audaz.
Esta nueva salud, adquirida por medio de Así habló Zaratustra, aun no es suficiente para el visionario filósofo. Cuando viaja a pasar el invierno a la hermosa y sosegada bahía de Rapallo en 1886, no lejano de Génova manifiesta “mi salud no es del todo bueno que yo deseo, y el invierno resulta muy frío y lluvioso”. Allí, en la pequeña casa situado junto al mar, no puede pernoctar por causa de fuertes oleajes. Pero osado a que las grandes decisiones nacen en las peores circunstancias, en medio de un ambiente desfavorable, se afana en demostrar que la grandeza nace del dolor.
El dolor es el cimiento de la vida de Nietzsche. Por eso, necesita de un modo radical. En la soledad se siente libre de una profesión, de mujer e hijos, de amigos, de la sociedad, de la fe. Pero esa libertad es dicotómica, es de amor y odio. En momentos en que su salud se resquebraja con mayor intensidad, siente la pegada de la ausencia de familia y amigos. Se arrepiente, dice “no solo soy aparato de abstracciones, soy un ser vivo”. Pese a eso, sigue adelante con enérgica confianza por un camino de la sabiduría, a paso firme. Seguro de sí mismo y con tanta solidez en su pensamiento, asevera que la mañana le pertenece. Sea cual sea su naturaleza, conoce su destino, no piensa en abandonar su misión.
Más tarde, viaja a Suiza. En la Engadina, Nietzsche vive en una casa antigua, y casi todas las madrugadas y a veces, por las tardes, cuando hace un calor moderado, visita a su amiga Mita von Salis, con fines de dar un paseo y sostener una conversación familiar. Esa compañía no le es eterna. Al perder la amistad de su amiga, se vuelve a quedar solo y huérfano. Entonces, regresa a su casa situado en la parte baja del pueblo; se encierra en su cuarto y retoma su gran tarea. En su habitación, tiene una mesa, sobre la cual, entre cáscaras de huevo, tazas de té vacías, manuscritos y artículos de aseo, también, reposa las pruebas de su libro más tenebroso y cruel: La genealogía de la moral. En esta obra, casi nada abre su corazón a la sociedad. Se muestra reservado.
Discreto, viendo más a su interior y preocupado por su salud, permanece durante su instancia veraniega en las orillas del río Fex. La enfermedad que padece es parálisis cerebral terminal. Trata de curarlo con un clima óptimo y una alimentación adecuada. Se levanta a las cinco de la madrugada, se prepara mate de cacao amargo y vuelve a la cama. A las seis, se levanta puntual; bebe una taza de té y sale al campo. Llega hasta allí arriba, alcanza la nieve y se sitúa cerca al sol. A las once de la mañana almuerza solo, es exclusivista. Come bistec rojo con espinacas, tortilla con mermelada de manzana.
Un pensador, más que soportado por buen clima y alimento, templado por el dolor y la soledad. Con su estatura media, voz suave, ojos que no pestañean, y su pensamiento radical, se atrevió a dividir la humanidad en dos, también a matar a Dios. Atacó la moral cristiana con la intensidad de su enfermedad. Con su fuerza extraordinaria y su dulzura, se alardeó de tener pocos lectores; gozó cuando no pudieron entenderle; glorificó sus fracasos. Como diría Lou Salomé, su intelecto, su inteligencia, es un milagro.
En la actualidad, las ideas de Nietzsche, siguen escalando esa estupenda carretera que llega hasta Zoagli. O sigue levantándose, desde la orilla del lago Silvaplana, sobre los seis mil pies de altura, por encima del hombre y del tiempo.
*Mike Vargas Armas nació en la comunidad de Mito, Acombaba - Huancavelica. Estudió secundaria en el colegio emblemático “San Francisco de Asís”. En 2014, viaja a Huancayo para continuar sus estudios. Desde 2016, es miembro de la Fundación Cultural Yachay. En 2017, colaboró en la fundación de la revista Yachay. En la actualidad, es estudiante de la Universidad Nacional del Centro del Perú, Huancayo – Perú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario