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Foto: Azul Constanza - Alejandra Ríos Ruiz |
Algo inalcanzable
Entrevisto, fosas de aire:
palabras escaldan su follaje,
ojos brotan acalambrados,
Aroma, la mirada, escurre diáfano, enjaula, enquista
ramas del humo que despierta
verbo en la laguna,
Insípido pestañeo.
Lo veo, me mira. Estupor
difumina el brillo de un
tiempo
que arde consumado en los pies
De arena, fuego, piedra superpuesta;
lunares de cera que encierran
su boca
En la pradera, cuerpo extinto: suyo, mío.
Somos paisaje.
Lo que es, suplica, lo que el llanto remueve al decaer
Del ocaso guiña. Escupe hueco.
Fingimos, vamos, venimos,
Vamos, venimos.
Arroyo de un silencio
fluye sobre la sábana
nítida de un cuello, cuello
pálido. Mano atraviesa la espesura.
Circunscribe un velo, un
matiz, una cascada
De seda, albura etérea;
saliva que se trenza en ventiscas de invierno.
El roce, su voz aterciopelada se revuelca, suspiro blanco.
Luces vanas responden al clamor, detiene
espacio que sube, baja.
Escucho la línea:
sentimiento extraño, goce del verso, lengua ilegible.
Miramos, desciende, la
elegancia del frío,
espina del eco desenvuelve,
Regresa con un doblez en la
cara,
Ojos enredan mi boca, saboreo
caricias;
labios. Instante, pliegue sin
carne,
entiendo, me mira, lo
entiendo,
Atraviesa su beso mi mirada: su sabor, el recuerdo estira.
Noche purpúrea, desnuda, eriza el deseo.
Incorpóreo se hace cuerpo.
Cauce inflama sobre escollos
Amargura. Desvela noche,
incendia la delicia, fingimos,
el
alba menguante refresca
pieles de vivos cuando
sabemos: dentro de nosotros
fulgura el recuerdo impasible de un muerto que sonríe.
Él, lugar prófugo que
habita mi desnudez.
Nos miramos, en silencio,
nos miramos. Silencio
Cuerpo
Si los dos
habitáramos este
mar
que crece,
la orilla de un cuerpo,
amanece,
Si supiéramos amar
como lo hacen
lejanas tierras
donde la arena se hace lunar
en la piel del silencio,
Si pudiéramos,
aunque fuese por unos instantes
abrir el ojo de agua y
hallarnos en ese
cuerpo,
peinar siluetas con
la lengua
tenue, evanescente,
que se oculta en
el verbo del cielo,
Si fuésemos capaces,
por unos instantes,
volar sobre
sueños inmarcesibles
que se desdoblan
como una seda
dulce en la aspereza,
la realidad,
Encontraríamos
el alma humeante,
se asoma,
florece entre espejismos
la semilla de un eco,
en nosotros se
tapiza un canto
que acaricia la boca;
nunca termina,
germina el follaje de
un lenguaje olvidado
que agotado nos toca.
Si escucháramos
la afinidad de la mirada
esconderse en el cuerpo
–marea que habitamos–,
encontraríamos
en la espumosa
dulzura
el hito:
lo que alguna vez fuimos.
Somos esa voz que golpea,
redobla sobre el aire,
retiene
entrevista
una luz silente
que se hace tan pequeña
en las comisuras
prófugas del arrebol
apacible.
Jardín
(Diez poemas)
I
Viento del aleteo
emprende vuelo sobre
cúspides sombrías.
II
El aliento se desenrolla
como lengua
por el terciopelo del ala rota,
III
Silencio, ruido que embrolla,
hace despertar.
Patrón de aire salpica en el tejido
Errante: la piel sedosa.
IV
Desliza etéreo reflejo,
hendidura del cuerpo;
bocas se entreabren esperando
un sabor eterno.
V
Áspero, delicado, flota espíritu
sobre superficies ajenas,
se desdobla mariposa,
escupe su seda,
mengua sobre almas de piedra.
VI
El sueño jardín aflora
en pasajes trenzados,
ahí está, lejano, distante,
precipitando quimera
Insaciable, el áureo
eco de la brisa calca
verdor impalpable.
VII
Sobre tejados de ébano,
espejos truncados,
terrazas de espectros
sombreados,
empapa luceros un aleteo
inalcanzable.
VIII
En principio ahondamos
profundo en el velo frío.
Ventanas fulguran
brillo de cadáver.
Pasajero silba un extraño,
eco de epitafio. Lo vemos pasar.
Se disuelve lento.
IX
No sabríamos que al despertar,
encontraríamos el alma
surcando el vello de un cielo
insondable.
X
Ahí, entre el enrejado oxidado
del viento
brota el jardín del verbo.
¿Qué sabes de tu desaparición?
El aroma del violín,
habitaba el espacio
envuelto en bruma.
Se consumía
el último
perfume de medianoche,
aún envolvía
la piel enjuta.
Te encuentro,
te alejas en la pleamar
arisca que despierta
Humedecida, eco de luna.
Mía, tuya.
Un piano esculpe
roces mudos,
Deslices que embriagan,
voz que murmura
entre desnudez
y ardor. Fina línea.
Deambulas, te encuentro.
Estás, muerte,
neblina de mi cuerpo,
sutura marchita que
desciende.
Aromas insondables,
fragmentos de piel
sobre el hálito exhausto,
medianoche.
Es todo lo que sé.
*Alejandra Ríos Ruiz: (Ciudad de México,1997). Con veinte
años, Alejandra es una estudiante apasionada por el arte; pinta, toca el piano,
escribe y dibuja tratando de fusionar el encanto de la palabra con imágenes
abstractas que resaltan su visión poética de la realidad en que vive. La
literatura, la filosofía y la música son disciplinas en las que se ha ido
sumergiendo desde una edad temprana hasta el día de hoy, encontrando en
profundidades misteriosas la belleza singular de un mundo que siempre ha estado
ahí, pero oculto entre las redes de lo cotidiano. Encontró en el diseño sonoro
un particular interés, mezclando sonidos que ella misma graba y convirtiéndolos
en piezas que se complementan con aquello que escribe. En pocas palabras,
musicaliza sus propios textos, esperando que algún día pueda hacer lo mismo
para cuentos cortos dirigidos a niños. Actualmente cursa la licenciatura en
Comunicación en la Universidad Iberoamericana Campus Ciudad de México.
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