Foto: Oscar Zamora |
De tu cuello a tus senos
hay una distancia de diecisiete besos;
de tus pezones a tu boca uno alado.
Suspiras estremecedoramente
cuando, sigilosa, mi mano
se desliza de tu cintura
a tu pubis
hasta perderse en la húmeda calidez
entre tus piernas.
Me empapas de los oídos al alma
con tus cándidos gemidos
y pronto me tienes
endulzándome la lengua y el paladar
con tu almíbar vaginal.
¡Qué fácil es descalzarnos del Tiempo!
¡Qué fácil es despojarnos del Sistema!
Imitando el pestañeo de una mariposa
libando licores veraniegos,
me invitas a penetrarte.
Nuestros cuerpos vestidos de sudor
se anhelan deseosamente.
Arde mi pene cubierto de látex
dentro de tu vagina.
Me atenazas. Te liberas.
Y somos más que complicidad
y menos que carne, huesos y sangre.
En cada vaivén de tu pelvis,
al estar arriba mío,
te vuelves etérea, hermosa, divina;
y, valiente, me aferro a tus nalgas ligeras.
Tu ritmo aumenta. Tus pupilas se dilatan.
Tus mejillas se ruborizan. ¡Estallas!
Y caes
y caes
y caes
desmoronada sobre mi pecho.
¡Qué sencillo es perdernos de la muchedumbre!
¡Qué sencillo es olvidarnos de la insignificancia!
Te arrodillas y yo, detrás tuyo,
veo la planicie desnuda de tu espalda.
Mis brazos sostienen tus caderas.
Tu cabello se balancea acariciándote.
De la calma al frenesí. Te inclinas hacia adelante.
Y Todo acaba, y Nada empieza,
para mí, fuera de ti.
Desarmados, en un espacio íntimo,
nos abrazamos mientras la tarde se desvanece.
Visita: http://dantevazquez.wordpress.com/
hay una distancia de diecisiete besos;
de tus pezones a tu boca uno alado.
Suspiras estremecedoramente
cuando, sigilosa, mi mano
se desliza de tu cintura
a tu pubis
hasta perderse en la húmeda calidez
entre tus piernas.
Me empapas de los oídos al alma
con tus cándidos gemidos
y pronto me tienes
endulzándome la lengua y el paladar
con tu almíbar vaginal.
¡Qué fácil es descalzarnos del Tiempo!
¡Qué fácil es despojarnos del Sistema!
Imitando el pestañeo de una mariposa
libando licores veraniegos,
me invitas a penetrarte.
Nuestros cuerpos vestidos de sudor
se anhelan deseosamente.
Arde mi pene cubierto de látex
dentro de tu vagina.
Me atenazas. Te liberas.
Y somos más que complicidad
y menos que carne, huesos y sangre.
En cada vaivén de tu pelvis,
al estar arriba mío,
te vuelves etérea, hermosa, divina;
y, valiente, me aferro a tus nalgas ligeras.
Tu ritmo aumenta. Tus pupilas se dilatan.
Tus mejillas se ruborizan. ¡Estallas!
Y caes
y caes
y caes
desmoronada sobre mi pecho.
¡Qué sencillo es perdernos de la muchedumbre!
¡Qué sencillo es olvidarnos de la insignificancia!
Te arrodillas y yo, detrás tuyo,
veo la planicie desnuda de tu espalda.
Mis brazos sostienen tus caderas.
Tu cabello se balancea acariciándote.
De la calma al frenesí. Te inclinas hacia adelante.
Y Todo acaba, y Nada empieza,
para mí, fuera de ti.
Desarmados, en un espacio íntimo,
nos abrazamos mientras la tarde se desvanece.
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