“Una Literatura para la Vida y no una Literjartura para Esconderse”
La literatura es un acto abierto, sin pretensiones catequísticas, ni programas de hacer loas a ninguna forma de poder, es tan generosa como la vida misma, mientras ella fluya como un desprendimiento, como juego y diversión creativa. La literatura es una lectura del mundo. No sólo la ficción de un cuento o la trama escabrosa o lúdica de una novela, ni el entramado enigmático de un poema.
No es de sorprenderse que alguien quiera aprender a leer las palmas de la mano, las cicatrices del rostro y los dolores del cuerpo. En la antigüedad clásica era un ideal aprender en los signos que la naturaleza dejaba sobre las piedras y los chinos encontraban asombrosas coordenadas de sabiduría en los caparazones de las tortugas. El ser humano ha tratado de percibir el encantamiento del mundo como una escritura que se puede descifrar, que deja ver sus significados con una atenta mirada sobre el entorno circundante. Sueño de alquimistas y de demiurgos, pero también el sueño infantil de encontrar claves de un texto oculto sobre el tejido invisible de las cosas diarias. Eso ha posibilitado tener preguntas, hacerse conjeturas, emprender búsquedas de conocimiento.
Henry Miller encontraba que los libros son acciones para la vida, son fuerzas motivantes que ayudan a recrear mundos posibles y a enfrentarse a realidades difíciles.
“De vez en cuando iba a pasar la noche en la biblioteca pública, para leer. Eso era como ocupar un palco en el paraíso. A menudo, cuando abandonaba la biblioteca, decía para mis adentros: "¿Por qué no vienes más a menudo?" El motivo de que no lo hiciera, por supuesto, era que la vida se interponía en el camino. Uno muchas veces dice la "vida" para indicar el placer o cualquier distracción tonta.” Henry Miller. (Los libros en mi vida). Y hacía largas caminatas por ir a buscar un libro, por encontrar un amigo que le prestara uno, travesías que junto al libro hicieron parte de su pensamiento libertario y de su conocimiento de la literatura como un arte para la vida.
Las literaturas fueron escritas para ser leídas y vividas. De poco vale que queden reducidas a empolvados anaqueles y a inaccesibles textos del que muy pocas personas podrían dar cuenta. Bioy Casares, el gran amigo de Borges, decía que de los objetos diarios, el libro es uno de esos que está cargado de simbologías, está cerca de nosotros y algunos de ellos los conservamos por lo que dicen sus letras, por el placer que nos dieron, y sobre todo porque estimularon nuestras ganas de vivir. Borges siempre habló del paraíso como una enorme Biblioteca, donde en sus laberínticas propuestas se encontrara un compendio del Universo.
Friedrich Wilhelm Nietzsche, escribía el libro “La importancia de los estudios históricos para la vida”, y no concebía que los estudios de historia no tuvieran una repercusión en el presente, que ayudaran a trasformar la vida y asumir una posición frente a las grandes preocupaciones del momento.
Somos una cultura del libro, grandes libros ha cifrado nuestra relación con el entendimiento cotidiano, La Biblia, el Corán, La Torá, en los textos religiosos. La filosofía y el teatro griego, las matemáticas y la gran literatura árabe, los códices Mayas y las abstracciones egipcias, el libro de los muertos y el I Chig, don Quijote y la Divina Comedia, las crónicas de América y los viajes de Marco Polo. Somos una cultura donde el libro ha tenido un papel protagónico.
Acercarnos a esa cultura del libro es también acércanos a las fuentes de nuestro pensamiento, es tener un contacto con una cultura viva y es a la vez tener elementos para hacer de nuestras vidas una dignificación de la existencia.
Ray Bradbury, el gran poeta de la ciencia Ficción, escribe un libro polémico que fue llevado al cine, Fahrenheit 451, donde la sociedad de consumo visual anula la importancia del libro y bomberos especializados van destruyendo cuanto material impreso encuentran a su paso. Salvo que una joven encuentra una profunda amistad con el libro y logra relacionarse con sabios que preservan el conocimiento en forma oral y mantiene la memoria del libro en las profundidades de un bosque. Lo mismo que el bello texto de Humberto Eco, El Nombre de la Rosa, también llevado al cine, y donde la obra se centra en una biblioteca medieval, la historia de los amanuenses, sus secretos, los libros prohibidos, y el rescate de la risa y el erotismo, de un libro antiguo de Aristóteles, como escenario fascinante de la vida cotidiana en el mundo medieval.
En este caso la Literatura es parte de esa magia cotidiana del arte de leer. Invitación que es una aventura por esos laberintos borgianos, pero que a su vez nos lleva por un acercamiento a filósofos, novelistas, poetas y científicos que nos han enseñado a leer en cada porción de mundo como un libro que siempre estará dispuesto a darnos su saber y hacerle las preguntas adecuados para su acercamiento pleno.
En una entrevista a Saramago, le preguntaron por el papel de la literatura y el respondía que no servía para nada, lo cual causó admiración en el periodista, al saber que tenía al frente uno de los grandes escritores que está a caballo entre dos siglos. Uno agónico que se va poco a poco de la memoria colectiva y otro nuevo, el XXI que llega con otras angustias y esperanzas cargadas de escepticismo y creatividad sin duda.
¿Por qué para nada, insistió el periodista, usted dice eso después de haber escrito tantas obras ya famosas?
–Para nada –confirmó Saramago. Y agregó–: Tome usted las obras literarias más notables, las de Occidente si quiere, que son las más cercanas a nosotros; tome las que mejor hayan puesto el dedo en la llaga de la miseria humana, las que con mayor alarma y agudeza hayan advertido acerca del peligro que representa para el mundo nuestra especie; tome usted, por ejemplo, las tragedias de Sófocles, la Comedia de Dante, El Quijote, los dramas y tragedias de Shakespeare, las novelas de Kafka, Tolstoi, Dostoievski, Musil, Camus, Sartre, las que quiera, y estará de acuerdo conmigo en que ninguna de esas obras –ni todas ellas en conjunto- han logrado cambiar un ápice la historia de la barbarie humana.
–Muy bien, señor Saramago –aceptó el periodista-. Demos por cierto lo que afirma. Entonces, dígame ¿para qué escribe?
–Ese es otro cuento –dijo Saramago-. Si bien es cierto que la literatura no ha servido para cambiar el curso de nuestra historia, y en ese sentido no abrigo ninguna esperanza con respecto a ella, a mí sí me ha servido para querer más a mis perros, para ser mejor vecino, para cuidar las matas, para no arrojar basura a la calle, para querer más a mi mujer y a mis amigos, para ser menos cruel y envidioso, para comprender mejor esa cosa tan rara que somos los humanos.
Esto nos deja en un lugar menos pretencioso sobre la Literatura y ese gran despliegue de erudiciones y oropeles sobre el mundo como si cada frase escrita fuera una aguja imantada que dirige los designios del mundo como si fuese una brújula. Es algo más simple pero a la vez más profundo, se trata de realzar la vida, de sentirla, de aceptarla en sus múltiples manifestaciones y disyuntivas.
Samuel Johnson lo decía con palabras similares: “la única finalidad de la literatura es hacer a los lectores capaces de gozar mejor la vida, o sopórtala mejor”; Hoy en día esa vida puede convertirse en un objeto de una simple mercancía, en una efímera condición de consumo, en un arte empobrecido por la “moda” de escritores y lectores más buscando el facilismo que el encantamiento. Eso hace aparecer en muchos casos una literajartura, que endulza, engoma, envuelve como confitura de la inmediatez pero que deja una se sanción de indigestión que no se puede procesar ni degustar como un acto de plenitud y de goce completo.
La literatura es algo hecho con minúscula, sencillo, abierto, pero no deja de ser una provocación y una revolución constante en las maneras de percepción de nuestro entorno. El mismo Sartre que tanto habló sobre la literatura como un compromiso histórico, como un estar en las circunstancias de la época y sus conflictos, no la concebía como algo estático o cerrado, sino como una subjetividad en movimiento, un a acto sobre el escenario del mundo cargado de las distintas posibilidades de mirar sobre el devenir de la vida. Eso por colocar un ejemplo de uno de los escritores que apostó a un arte y literatura con sabor historicista y a una filosofía del compromiso con su tiempo.
Un poeta como Walt Whitman saludaba la vida como un esplendor donde naturaleza y humanidad no reñían sino que se entrecruza la vida de los seres como una fiesta cósmica y una alegría desmedida del sentir. Se celebraba y se cantaba a sí mismo, porque sabía que cada átomo de él era parte del universo y cada pedacito del universo era consustancial con él. Bueno se dirá que era un poeta solar, apolíneo, pero que existen poetas más nigromantes y nocturnos, más tánicos y escabrosos. Más ellos. También se han dedicado a un juego lleno de espinas y peligros, como Lovecraft con sus horridas historias no hacía más que un juego de invenciones, claves personales, míticos lugares y apariciones desde el fondo de los tiempos mágicos, él mismo celebraba esa literatura como una aventura personal, para nada con la convicción de pretender hacer escuela, mejorar el mundo como un demiurgo asistido por algún poder político o un credo para convencer a un ingenuo lector. Poe, Baudelaire, Artaud, estaban lejos de hacer catecismos y de dejar dogmas para hacer de la literatura un fin externo a ella misma: una libertad creadora sin par, un culto a la sensibilidad creadora y una apuesta con la vida hasta los mayores extremos del sentido.
Esta apuesta con la Literatura no tiene confines ni confinamientos, es un arte de leer la vida. Algo, como ya se ha dicho, abierto, puro juego creativo, arte sin condicionamientos, un placer que si bien no es igual contemplar la luna, no deja de ser una experiencia muy lejana a esa observación mantica con la vida misma.
Fernando Cuartas (Colombia)
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