Francisco Enríquez Muñoz |
Lo peor de todo es el
medio día, el sol perpendicular, el concreto del piso ardiendo y el cielo
despejado sin la esperanza de una sola nube redentora. Y esa luz de octubre que
entra de la piel al músculo, del músculo a los huesos, quemando todo a su paso.
Fuego en las venas, sangre ardiendo... sin ser metafóricos. No hay espacio para
las metáforas cuando uno está preso, preso y muerto, porque me mostraron los
periódicos en los que se anunció mi muerte, “Líder terrorista cae en avanzada
del Ejército”, una foto: mi mamá llorando frente a un ataúd que seguramente no
le permitieron abrir.
Así es como empiezan a
matarnos en estos destierros. Primero nos aseguran que nadie vendrá, luego nos
extienden un certificado de defunción con las firmas oficiales, te van
quebrando, golpe a golpe, palabra a palabra, uno llega a creerse que de verdad
no existe. La tortura psicológica es la peor de todas, los cigarrillos en la
piel son nada comparados con la sensación que da leer los testimonios de tu
novia cuando se enteró de tu muerte. Uno quisiera gritar al mundo que está
vivo, “sigo aquí, en algún lugar del país, preso, mutilado, ¡pero vivo!”, que
existe, que no lo olviden... pero Ellos controlan la verdad, la monopolizan, y
van acostumbrándote, quebrándote, arrastrándote a tu nueva condición de muerto
sin importancia. Te convencen de que sólo existes porque Ellos así lo quieren,
porque Ellos lo permiten, porque sólo Ellos lo saben, saben que estás vivo, que
estás preso... porque sólo tus carceleros no te olvidan.
Primero buscas excusas
para mantenerte fuerte, herramientas para abrazar la cordura. Rehaces
mentalmente los planes de la Revolución, recuerdas que cuando estabas afuera el
problema de Comunión era tratado siempre en las reuniones clandestinas, que
siempre se sugirió tomarse la prisión para liberar a los compañeros. Sí, juegas
a mantener vivas las esperanzas, los rostros de los compañeros que tarde o
temprano van a sacarte, la voz fuerte de V. que vocea ordenes, o la de O. que
andaba siempre sonriente, y que ahora te asegura -desde algún lugar en tu
memoria- que todo va a salir bien, ¡fuerza camarada!
Ellos te lo permiten,
te torturan, cada día a la misma hora, salir de la celda, arrastrado, y el
agua, o el fuego, o la presión de los grilletes en los tobillos y la sangre que
bombea en tu cabeza mientras estás suspendido, una, dos, tres horas, hasta que
te sangra la nariz y te duelen los ojos y sientes el estallido de sus
carcajadas como pequeñas granadas en los tímpanos. Pero esperas, te aferras a
la sonrisa de E. o a la voz de C. cuando le daba por agarrar una guitarra.
Luego Ellos te dicen que estás muerto, y te avientan el periódico con la
noticia, y al principio todavía crees en la verdad, en que V. sabrá que es
mentira, en que L. dirá que se trata de otra patraña... Te cambian de celda, a
una sin techo, y sientes que poder ver la luna y las estrellas aliviará los
dolores, y lo hace, por unas noches, porque todo cambio es agradable así uno
siga preso. Pero viene el sol del mediodía, y las nubes claras son una burla a
tu libertad perdida, y Ellos te dicen que no existes, y vos -poco a poco, casi
sin darte cuenta, emboscado- vas soltando las esperanzas, olvidando las
palabras de V. y la sonrisa de E. y la guitarra de C.
Es imposible tomarse
Comunión. Vos lo sabes porque muchas veces ayudaste a hacer los planes en el
aire, porque te desvelaste pensando en las posibilidades y admitiste que era
imposible, que por ahora no se podía, que primero había que reforzar el
movimiento y quizás -sólo quizás- luego pudiera intentarse ese golpe, el golpe
decisivo para rescatar a los compañeros presos. No, uno nunca pensó en rescatar
a los compañeros muertos, porque estaban muertos, porque uno nunca pensó que
pudieran estar con vida, con vida y presos en Comunión. La desesperación duele
los primeros días, es ahí donde la mayoría dicen lo que saben, donde responden
a todo. A mí Ellos me dijeron que era R. quien les había dicho dónde
encontrarme, R. estaba muerto, yo había consolado a su esposa y a sus hijos, y
R. -muerto como estaba- les había dado mi dirección, ¡les había dado mi nombre!
No lo culpo, seguro que lo interrogaron a medio día, y con ese sol a pocos nos
quedan energías para mentir. No sé cuántas fuerzas me queden a mí.
¿Qué diría U. si
supiera todo esto? Insistió tanto en que aprendiéramos a defendernos, en que
siguiéramos los manuales que había traído de Cuba para aprender a resistir un
interrogatorio. Yo he hecho lo mejor que puedo, sin esperanzas me aferro al
odio, a las antiguas convicciones que antes me sostuvieron en la lucha. Los
odio a Ellos, y por eso grito recetas de cocina cada vez que me cuelgan de las
piernas, por eso recito viejas obras de teatro cada vez que sacan mi cabeza del
agua, cada vez que acercan a mis dedos el fuego. Pero el sol, el medio día...
tengo ampollas en toda la piel, desde hace meses -¿cuántos?- me obligan a ir
desnudo, no hay nada que beber, la insolación no va a matarme pero en mi
delirio he visto de nuevo a mis compañeros, he fantaseado con la sonrisa de E.,
con la voz de V.
Hace días escuché
gritar a I., lo habría achacado a uno de mis delirios pero no era medio día, o
era un medio día nublado. Quizás fui yo quien les dijo como se llamaba I.,
quizás en algún medio día de estos dije quién era... espero que I. pueda
perdonarme si así fue, espero que entienda que no fue mi culpa, que yo nunca
quise, que he aguantado todo lo posible, que sigo aguantando...
Pero es que vos te vas
quebrando, Ellos te van quebrando, y ese sol, y estas paredes sin sombra, y el
piso de concreto ardiendo. Vos no aguantas, no aguantas, no aguantas, y
escuchas las botas que marchan a tu celda y el calor te hace divagar, y por un
momento sueñas con la esperanza y crees que son los pasos de E., que V. y O.
han encontrado un modo, que L. llegará, que U. va a comprender que no
aguantaras más, que C. tocará la guitarra... pero entonces recuerdas que es
imposible tomarse Comunión, vos lo sabes porque muchas veces ayudaste a hacer
planes en el aire, que junto con R. te desvelaste estudiando los planos... pero
R. está muerto, y vos, vos también.
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