El niño habita ebrio en la lágrima
de un subsuelo de pasos arrastrándose
vibración, cobalto, térmica
o el bisbiseo del azar
que en el desbarajuste de un trazo moribundo
su voz viene brillando,
como orlada de sílabas
tan luciérnagas,
hay una fiesta en las vocales de su llanto
un leprosario de voces marchando
como viajeros del cuerpo,
contento estoy señor, contento
de estas manos en cruz hacia lo alto
firmo mi fatiga en bestial musculatura
célibe y prostibularia
como una garganta que galopa hacia dentro,
nuestra gordura celeste.
Ignacio Elizalde - Chile.