Gorey - La muerte monta en bicicleta. |
La idea del tiempo libre es un eufemismo, no se libera el tiempo, o al menos nadie está libre del paso de los años, ni se puede salir de los ciclos donde vida y muerte se acercan tan inesperadamente. Hoy en día nos venden “minutos” término que antes ni se conocía en nuestras relaciones cotidianas, aparecen formas de control y de dispositivos donde se mide el rendimiento por la cantidad de tiempo empleado y por la calidad y rapidez de la producción de los objetos deseados.
Estamos, aparentemente empaquetados, sobre un ritmo similar a un conteo esquizoide sobre los parámetros de los relojes, los almanaques y las agendas que determinan con una regularidad de parsimonia muchas de nuestras acciones. Los griegos llamaban Skholé no tanto al tiempo libre sino a una disposición anímica para hacer sin apuros y sin la angustia de la pérdida, actos de una espontánea creatividad sin las afujías del mercado. Un estado de contemplación creadora, un goce estético, un momento de lucidez y una puerta al pensamiento de un filosofar sin las premuras del pan comer.
Ocio, podría ser mejor el término, una actividad que sólo los ciudadanos ricos, los de la polis disfrutaban mientras los esclavos levantaban templos, hacían las embarcaciones, cultivaban y con sus artes anónimas convertían el barro en vasijas y los vegetales en vestidos. Otium, término más romano, era el descanso, era lo contrario de la palabra negocio que significa negar el ocio. Más, frente a eso, siempre en la historia se encuentran agudos aguijones en contra o a favor.
La religión cristiana dictaminaba a los pobres que “el ocio era la madre de todos los vicos”, estimulaba el trabajo de servidumbre y de doblegamiento, mientras el clero y los caballeros se dedicaban a la caza, a fomentar torneos y guerras para salvarse del tedio y para buscar placeres que aun siendo cruentos, era una manera de acrecentar posesiones, de gozar de más comodidades y de salirse de las tareas arduas del hacer la manualidad doméstica y los trabajos rudos de labranza y de las “artes sanas”, que eran tareas del vulgo.
Más en la poesía, que se puede decir que no es patrimonio exclusivo de los seres ricos, el arte creativo, la música, la pintura, las danzas mismas, se hacen no para crear objetos similares a un martillo, o para hacer movimientos donde se produzcan enseres y vituallas. En esta alma imaginativa, todos los pueblos han tenido un ocio para reivindicar sus sueños y para expresar sus dichas y sus penalidades. No todo trabajo es el peso infame de una condena para ganarse el pan y buscar el simple sustento, Jardel Poncela dice:
“Cuando el trabajo no constituye una diversión, hay que trabajar lo indecible para divertirse”. Más en sociedades de altas desigualdades y donde la humillación y el doblar la cerviz es lo corriente, divertirse trabajando es un escándalo. Recordemos el Mito de Sísifo condenado a levantar las piedras y subirlas a lo alto de una montaña para luego echarlas a rodar, como castigo de los dioses, pero ellos nunca le perdonarían, que pese al esfuerzo, siempre se reía de ellos, de los dioses y de sus lógicas arbitrarias del castigo.
Herman Melville, el escritor estadounidense, decía que había que dignificar el ocio, fuerza inventiva: “Hablan de la dignidad del trabajo. ¡Bah!, la dignidad está en el ocio”, un verdad que tiene que ver con la creatividad y la inventiva de niños, lo que más nos gustaba era el recreo, tiempo de inventivas y de juegos, después nos han llamado a actividades conductistas que se han llamado recreativas, si tal cosa se aplicara en sentido estricto sería volver a crear, reinventarse, re-crear y no una serie de juegos inducidos y de discursos blandos sobre la bondad de tener dirigentes y dirigidos.
El filósofo británico, Thomas Hobbes, llegó a decir: “El ocio es la madre de la filosofía”, un tiempo para pensar, para hacer el recreo necesario para la vida. El mismo Bertrand Russell, matemático y filósofo, de una vida agitada y con una gran producción literaria llego a expresar: “El ocio no es hacer nada. Es tiempo libre para cualquier cosa”, y de esa cualquier cosa ha salido un pensamiento lúcido y libre. Actitud que la resume mejor Sócrates: “No es perezoso sólo el que no hace nada, sino también el que pudiendo hacer algo mejor, no lo hace”. Un hacer que está más emparentado con el placer, con la dicha de vivir, con la capacidad de hacerse preguntas, de cuestionar la existencia antes que parasitar en la vacuidad y en el consumismo sin sentido.
Cronos monta en bicicleta, es una frase suelta, como soltar rutinas y salir al viento y conversar con un vecino, darse a la tarea de ser transeúntes de sí mismos. El ocio como dignidad estética y como un valor cultural que enaltece al ser humano. El Ocio así entendido se acerca a las búsquedas de infancia, ese no perder la capacidad de asombro, algo cercano al erotismo, que es un acto ocioso y bello, pues no siempre está ligado a la reproducción ni a la producción de bebés ni mucho menos. Puro placer que se hace exquisitez, acto sibarita, lúdica de los movimientos y de las comunicaciones entre los seres.
Al inicio de la sociedad industrial miles de operarios estaban esclavizados a las máquinas, con largas jornadas laborales, sólo con largas y truculentas luchas se ha logrado mal que bien dividir el día en tres ochos, ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho para el estudio, que no siempre se cumplen. Esto supuestamente ha creado un tiempo libre, que se convierte muchas veces en un tiempo de un hacer deshaciéndose, un desgaste en lo que esta sociedad ha llamado esparcimiento, una cosa parecida a esparcirse, reguero de acciones tiradas, circulo inocuo de repeticiones sin asombro. Apoltronados viendo una pantalla, largas horas hasta enrojecer los ojos, o como largos domingos del hastío, donde da lo mismo dormir unas horas más o convertirse en un tragador de cachivaches metales de la prensa y de la televisión hasta el desgaste.
Oír las músicas molidas de la radio, reguetonearse la vida con ritmos donde cuerpo y goce no son más que objetos de consuno plástico, una anorexia del alma y una aburrición sin cuerpo vital. No es que dormir no sea un acto de ocio placentero, pero hay que recordar que ese invento ocioso de la cama se creó no sólo para dormir. Que la abulia de muchas expresiones como dicen: ¡que pereza!, qué “jartera” hace, o no encuentro nada para hacer, no puede confundirse con el abur de la melancolía, que poetizaba León de Greiff, que no es más que una expresión sensible pero escéptica sobre los absurdos de esta vida.
No hay que olvidar que Lafargue, tan cercano al marxismo, no reivindicaba el derecho al trabajo, sino también el derecho a la pereza. ¿De qué sirve una superproducción, si eso no conlleva a una reducción de la angustia laboral y un reintegro del plusvalor al bienestar? Buscar el ocio para el arte, la ciencia, pero sobre todo para poetizarnos, como un acto sin límite de tiempo y sin ganancias aparentes.
Deberían plantearse la elaboración de unas "Actividades recreativas no conductistas" o una suerte de "Opciones para florecer el tiempo libre"; instrucciones patafísicas de destrucción de rutina y esquemas, pequeños ejercicios para el adolescente de hoy y siempre fuera de la mencionada oferta de televisión y pereza.
ResponderEliminarA modo de broma, quizás; a modo de invitación; de reto a los lectores; de provocación.
La idea, por supuesto, ya fue ejecutada con maestría en "Pérdida y recuperación de un pelo", pero valdría la pena ver que sale de los colaboradores de la Innombrable.
Un saludo.
Excelente ensayo. Una interesante reflexion sobre como el tiempo se ha convertido tambien en un valor al servicio del capitalismo. Definitivamente, se nesesita una reivindicacion del ocio como periodo para la produccion artistica, cientifica y de cualquier forma de conocimiento o arte.
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