Una noche de un cálido verano, caminaba frente a un viejo amigo que me vio nacer: El mar.
El cielo en una noche de luna clara, me dejaba ver el gris oscuro de la arena bajo mis pies. Testigos fulgurantes unos hermosos luceros que fijaban su mirada serena, sigilosa, como guías temerosos de un largo recorrido silencioso, impredecible, tal vez…
Oigo el tenebroso sonido del viento que hace estremecer los arboles con furia incontenible, como aullidos, lamentos y quejidos de almas en pena, que reclaman lo que alguna vez les perteneció y que tal vez, en forma vil, miserable y canalla les fue arrancado brutalmente, como la esperanza de vivir como seres humanos.
Continuando mi caminata, ahora observo un infausto espectáculo en un claro desde la lejanía, carcajadas, torpes movimientos, sonidos guturales: Unos aristócratas, unos acaudalados celebrando tal vez una convención internacional de grandes banqueros, hacendados, magnates de las telecomunicaciones, mercaderes de la salud, de la educación, en fin…
La lluvia irrumpe en el escenario en compañía de un pavoroso trueno y una violenta centella que con gran fulgor y contundencia se presente cual certero latigazo en medio del firmamento.
Levanto la mirada hacia la luna, brillante imponente como un gran ojo, el ojo de Dios o de un dios africano de los cultos tribales antiguos, furioso, a punto de descargar su incontenible ira sobre unos malditos, condenados, sometidos a la macabra voluntad de quienes ostentan burlescamente la autoridad y responsabilidad única de dirigir los destinos de una sociedad “bien organizada”, bien injusta, bien explotada, bien decadente.
El mar bravío, golpea sus olas con indignación colosal, una y otra vez con la rebeldía de un adolescente totalmente incomprendido, gravemente herido, terriblemente humillado y en una arremetida voraz protagonizada por una descomunal ola sin ley y sin dueño, son arrancados de la tierra los alegres, soberbios, arrogantes, despreciables tiranos y lacayos. Culpables e inocentes todos, sin ápice de reproche.
El mar paulatinamente aquieta su inconmensurable agitación y sed de justicia, el infinito muestra los primeros brillos del amanecer, la serenidad y el silencio hace su entrada triunfal y con todo ello, un nuevo paisaje, un nuevo escenario, un nuevo panorama, una nueva esperanza… como era en el principio.
Dibujo: Shub Niggurath. Por: Camilo Álvarez
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