Ahí está la muerte arrastrándose
como un anciano moribundo que se resiste a su último movimiento.
Camina recorriendo sus mazmorras,
su sombra inunda lentamente
los laberintos sin salida
de muros agrietados,
arruinados y enmohecidos desde el nacimiento de la tierra.
Su hoz la anticipa y la anuncia,
con un susurro de desiertos,
su voz es el Azif lleno de secretos,
dotado del eco flébil y desesperanzado
de millares de fantasmas que le siguen.
El fuego de las antorchas
que habitan el calabozo,
tiembla cuando su rostro se presenta
desde el fondo del lejano comienzo
de sus insondables catacumbas,
como un rezo de espectros penantes
y condenados al terror de los mortales.
Ecos...
ecos...
ecos...
esas son las visiones que tenemos de la muerte,
igual a piedras lanzadas
hacia un pozo sin fondo,
infinito como la agonía de los vivos.
Ahora el filo ansioso
de puertas que se abren
y gritos que no pueden escucharse,
los humanos son las voces que se quedan
los demonios
los que han logrado marcharse.
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