LA NADA es ausencia de existencia, no es. Y así como el silencio afina la voz y la llena de matices, el palpitar de la nada nutre la voracidad de la tierra y de sus organismos.
Última esperanza en el exilio, tiene ahora más plegarias que salmos la Biblia, sutras el Dharma* y poetas el planeta.
Me cuento entre los exiliados, desde el principio mamé de la espera. Alguna que otra vez deliro con paraísos, dulce cicuta, para volver a sentir el encierro en esta piel. Entonces ensalzo el vacío con las pausas que he ahorrado, con la agonía compongo cánticos. De mi madre heredé las estaciones, hecho que acentúa mi mutación. Soy un experimento en el cual las dosis de paciencia son sucedáneas de una intuición fluctuante como la luna.
La nada es el telón de fondo del escenario donde los cerdos engordan su muerte. Ya la ciencia lo dice: todo es espacio y el espacio es vacío; si se eliminar la distancia entre núcleo y electrones, la Tierra, la Vía Láctea, la galaxia, serían empuñadas en las manos del avaro y del pordiosero, listas para la prestidigitación.
Los agujeros, puentes que atraviesan la nada, acechan: poesía vuelta ciencia; ciencia, poesía; partículas que aparecen y desaparecen omitiendo espacio y tiempo…
Una semilla es mi trinchera. Su concentración, su compresión, intimida universos.
*Enseñanzas del Buda. Los sutras conforman el grupo Mahayana en la tradicional división en tres de los tibetanos: Hinayana, Mahayana y Tantra.
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