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viernes, 27 de junio de 2025

"Nunca dijeron adiós" relatos de Miriam Rodriguez Roa

Era el principio del siglo XX.  

Y en un lugar donde el llano se pierde en el horizonte, Julio Rogé se dedicaba a comprar, almacenar y vender los cereales producidos por los agricultores de la región. Negociaba precios con los productores y los compradores y transportaba los granos a los puertos. 

Su integridad y su ética lo habían hecho merecedor del respeto tanto de unos como de otros. 

Por su posición social, económica y la preparación académica, se podía decir que era un privilegiado. Pero la humildad y generosidad que lo caracterizaban habían hecho que don Rogé, como lo llamaban, gozara de alta estima entre todos. 

Esta manera de actuar, sin dejarse influir por las presiones, ubicado y cercano, le permitió amoldarse cuando le tocaron las mal dadas.  

Las fluctuaciones del mercado y los extensos períodos de sequía que afectaron la calidad y cantidad de la cosecha lo obligaron a andar y cambiar de campos. Terrenos que fueron disminuyendo en hectáreas y producción conforme pasaba el tiempo.  

Cada mudanza suponía un nuevo duelo. Pero le enseñaron a valorar lo que tenía, a soltar y abrirse a nuevas posibilidades. Y esto mismo supo transmitírselo a sus pequeños hijos. Quienes crecieron sabiendo aceptar las pérdidas, entendiendo que las despedidas no son el final, sino el principio de algo nuevo. 

Su inquebrantable carácter, la rectitud y nobleza de sus actos, el no quedarse atrapado en el pasado, no hacer gala de este ni negar la realidad, le valieron a él y su familia, ser muy bien recibidos allí donde fueran. 

Alba era la más pequeña de sus niñas. Nadie podía siquiera suponer que Julio no amaba a todos sus hijos por igual. Pero, sin dudas, ella era su ojito derecho. De cabellos dorados, casi etérea y con una profunda mirada teñida de color verde intenso, era un calco de su madre, pero su andar y proceder eran los de su padre. Dejarla hablar era dar por hecho que bien podría llamarse Julia. 

La pequeña Rogé, lo admiraba y él no podía disimular su debilidad por ella, por eso no perdían ocasión para estar juntos. 

Se camuflaba entre el trigal, hasta encontrar a su papá y quedarse acompañándolo mientras trabajaba. 

Muchas veces, sin importarle el roce áspero de la arpillera contra su piel, trepaba por las bolsas repletas de granos mientras él las apilaba, y le encantaba correr tras las carretas que las llevaban hasta los furgones del tren.  

Y por las noches, se escapaba de su cama y se acercaba sigilosamente hasta la sala, para verlo leer o escribir esas largas cartas que nunca supo muy bien a quien enviaba. Le fascinaba esa tenue llama de la lámpara, que parecía encerrar en un cono luminoso y casi mágico, esos instantes que no quería olvidar. 

Como en un soplo de suave brisa, casi sin pensarlo, Alba dejó de ser niña. 

Las charlas entre padre e hija eran interminables y las discusiones las hacían más que interesantes. Ambos pensaban igual, pero llevaban sus opiniones por distintos carriles, para terminar, siempre coincidiendo en la conclusión y riendo de sus propios intercambios de palabras. 

Ya no escalaba sacos. Ahora prefería subirse a un par de tacones y vestir de seda para acudir a los bailes del pueblo.  

Y en una de esas reuniones conoció a un joven que logró que Alba ya no tuviera tan presente a su padre.  

Los dos tenían la misma edad. Primero fue amistad, luego noviazgo formal. Y fue entonces cuando, con la promesa de volver a buscarla, él decidió marcharse a la gran ciudad en busca de un futuro mejor.  

Ahora era Julio, quien se asomaba por las noches, para verla escribir, él si sabía a quien iban dirigidas esas cartas. Y también conocía el remitente de las que ella leía una y otra vez. El temor de ver sufrir a su hija lo llevó a desalentarla sumando fichas de que distancia y amores nunca prosperan. 

No alejó a su hija, el vínculo entre ellos era indestructible, pero consiguió quebrar el idilio que existía. 

Alba escuchaba cada palabra con dolor, pero se aferraba firmemente a la ilusión. Y no se equivocaba. El dueño de su corazón regresó a cumplir su promesa. 

Los tiempos de acopiador habían terminado. El “don Rogé” seguía sonando fuerte, pero ya se sentía cansado. Sus hijos estaban grandes y lo iban necesitando menos. 

Mientras la casa se alborotaba al ritmo de la boda, él se retraía. Leía mucho, sentía más. Le daba paz ver tan feliz a Alba, pero, por otro lado, no soportaba la idea de que se fuera tan lejos. Presentía que se quedaba sin tiempo para disfrutar a su hija.  

La vio vestida de novia, se emocionó como nunca lo había hecho y después del brindis se retiró a la francesa. 

Cuando los novios se fueron nadie lo vio. La madre la abrazó intensamente y los hermanos los acompañaron a la estación. 

En el andén hubo bullicio, risas nerviosas, besos y más abrazos. 

El tren se fue alejando y Alba, asomada por la ventanilla, con los ojos cada vez más húmedos, entre las figuras cada vez más pequeñas de los familiares, busco la de su padre, pero nunca la encontró.  

Y en ese mismo momento, en la penumbra de su habitación cerrada, Julio lloraba desconsoladamente. El hombre que todo lo había soportado no pudo gestionar esta despedida y supo que ya quedaba muy poco tiempo. 

Alba regresaba cada verano, pero los días parecían no ser suficientes. 

Julio se durmió para siempre el sexto otoño después de la boda.  

Alba Rogé comprendió como nunca lo que su padre le había enseñado. Hay que llorar lo que se fue, pero también sonreír por lo que queda. 

A ella le quedaba el infinito y eterno amor, la bendición de haber tenido el mejor de los padres. 

Tal vez fueron alas de un mismo ángel, por eso nunca se dijeron adiós. 


*Miriam Susana Rodríguez, argentina, es auxiliar psicoterapéutica y se dedica a facilitar procesos de labor y arteterapia. Ha desarrollado su trabajo en hogares de ancianos, talleres protegidos y consultorios de rehabilitación. Actualmente, su labor se centra en el ámbito educativo, donde realiza talleres artístico-literarios en el nivel inicial. Desde siempre le ha gustado escribir. En los últimos años ha publicado en blogs y revistas literarias. Su relato Guarda la lumbre a tu lado forma parte de El arte de ser: Mujer, arte y discapacidad, una obra literaria que reúne textos y obras pictóricas de mujeres de Cuba, Ecuador, México y Argentina.

jueves, 26 de junio de 2025

"Soy polvo en el festín de las pieles rotas" poemas de Agustín Mazzini

   


                                                          Lo monstruoso
                                                          fue oler amor debajo de tu olorcillo a hiena
                                                                                                       Gonzalo Rojas

                                                                                          M.V.A

La noche limpió su féretro con tu alma rota,
la madrugada te vistió de gris

y te obligó a protagonizar su concierto de bóvedas y velas antiguas.
Sola en la cáscara estás,
desgarrando vísperas donde capitula todo amor.

Hablé de vos en mis poemas.
Quise decirte con cascabeles
pero mis palabras fueron mórbido arrastrar de objetos desdichados.
Falaces versos. Llaves sin puerta.
Crecieron como sonidos oscuros en mi garganta,
imposibles de entender
por la lluvia indecisa que cae sobre mi cabeza
y no termina nunca.

Hoy hablo sobre tu alarido en la comparsa de sombras.
Hablo sobre ensamblarte en mi interior
de manera en que te conviertas, quizás, en un ocaso.
Estériles pensamientos transmutan y algo en mí reclama suyo
un ramo de luciérnagas.

Pero vos
ahora debes estar como sordo marfil,
explicando tu himno de hojas marchitas
a quien sea que pase y te mire con pena o asco,
con días negros a la espalda,
envidiando la suerte de esos alhelíes podridos por el otoño.

Y es que tus alas de mendiga estremecen,

esa sonrisa amarilla, descascarada,
hace huir a quienes caminan mi sangre
pisando sus monstruos de venas, sus casas rojas.

Sos de una lastimosa sinfonía de vidrios y agua sucia.

Nada importa ya:
la única forma que haría tu cuerpo sería la de un revólver.
si te revolcaras en la nieve
Ni en vos misma es posible encontrarte.

***

Soy polvo en el festín de las pieles rotas,
me alimento de aceite derrotado,
de distancias sin sonido,
pertenezco a la parte sucia de la sangre,
a manojos de arcilla en proceso de derrumbe,
y mi ser de esencia caída
deja un reguero de jeringas y palomas huecas
al atravesar los muebles de mi casa.
Será tal vez por el ladrido de las gárgolas
que miran las alcantarillas desde los tejados.
O por el óleo secreto del agua que nunca duerme.
O por el diminuto niño azul
que deambula los valles de la noche.
Esta correntada se ha llevado los pesebres,
vaciado mi tabaco,
es un sentimiento oscuro me respira, me supura
hasta la parálisis, hasta las raíces.

***


Todavía es temprano en la nieve y la ceniza 
por eso te angustia ese barajar de Cristos en la niebla, 
porque todavía es tan temprano
que la lágrima es solo muro y puñal. 

Están blindados la almendra y el cerezo. 
Los rancios péndulos de los días reparten su fuego roto. 
Mi amor, aún es muy temprano: 
solo los vidrios oscuros en el aceite, 
solo los puños contra el cristal de la medianoche. 

Dame reposo 
en esta galería llena de herraduras que queman.

Mi vida es una lámpara ardiendo para nadie. 
Mi vida es un siglo de alacranes al acecho 
porque, al momento, es muy temprano
para este azar de sombras en el humo, 
en las calles mentidas
de un mediodía sin voces


*Agustín Mazzini (Buenos Aires, 1993) ha publicado los libros de poesía El cielo no termina de quemarse (suri porfiado, Buenos Aires, 2017), Poemas de Rue Parthenais (Difácil, Valladolid, 2021), El perfume de la flor tatuada (Eolas Ediciones, León, 2022) y los volúmenes Su corazón una moneda (Aguacero Ediciones, Tucumán, 2021) y Las edades de la lluvia (Pinap Editora, Buenos Aires, 2024). Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional “Bustriazo Ortiz” Para Jóvenes Poetas, el XIX Premio Internacional de Poesía Joven “Martín García Ramos” y el III Premio Fundación MonteLeón de Poesía Joven. Finalista del I Premio Hispanomericano de Poesía “Francisco Ruiz Udiel”. Fue becado por el Ministerio de Cultura argentino en convenio con el Conseil des Artts et des Lettres du Québec para una residencia de creación en Montreal. Condujo el programa online de poesía “Puentes de papel” y ha ofrecido conferencias sobre poesía y participado de festivales nacionales e internacionales.

miércoles, 25 de junio de 2025

“La última vez” relato de Leidy Nataly Tami Rozo

 

Tirada en la arena, era impotente ante la fuerza y el peso de un animal negro al que antes me entregué por voluntad.

Demandaba tenacidad al vulgar reservorio de la mente, mientras mi cuerpo se obligaba a no oponer resistencia y trataba con poco resultado de ignorar cuan inmunda me sentía en el preciso instante. La arena rojiza que se adhería a mi espalda, se fundía más adelante con las aguas turbias que acariciaban la ribera. Finalmente, el monstruo se sació y se levantó; entonces, el hastío que saturaba sus pupilas, dejó en claro que mi vida ya no tenía ningún valor para él. Le supliqué regresar a la aldea, juré defender a costa de la mentira, su reputación ante los demás; prometí que nadie se enteraría nunca de nada. Le aseguré que sería libre de tomar lo que quisiera, de mí o de alguien más. No me importaba, era una cobarde.

No me explicaba como terminé sumida en aquella desgracia: entregando mi vida al hombre (más bien bestia) que me arrastraba desde la arena, hasta meterme en una vieja canoa flotante, varada a la orilla del gran rio; pero allí estaba, totalmente sometida. Sabía que no habría escape. La expresión de asco que retorcía su rostro, me decía lo que su repulsiva boca callaba: yo ya no era más que un estorbo. Me aborrecía y como fuera, yo tampoco tenía más para ofrecerle que ese último momento de vicio que me arrebató con violencia como tantas otras veces.

Se hacía tarde. Para mí ya lo era.

En un punto del rio, soltó el remo. Se incorporó en la canoa y con evidente determinación, vino sobre mí. ¿Qué se proponía? Sólo una cosa podía haberle conducido a aislarnos en la turbiedad de la corriente. Mientras se acercaba, rogué por piedad una última vez; desesperadamente, aunque sin poder hablar por causa del llanto frenético, el predigo dolor en mi garganta y el terror que se implantaba en mis huesos. En vano intenté tocarlo buscando un ápice de compasión. Mi fin era inalterable: el agua sería mi tumba, allí en ese lugar cualquiera, sin testigos ni oposición alguna. El odio indescriptible que brotaba de sus ojos, se extendió por sus brazos férreos hasta concentrarse en las manos que sujetaron mi cuello, me arrastraron fuera de la canoa y me hundieron en el agua. La muerte empezó a tragarme poco a poco.

Débil y horrorizada, vencida… sentí el agua quemar mi garganta. La tortura parecía eterna. Aquella sofocante sensación, que durante tanto tiempo me produjo pánico, se convertía ahora en la más horrenda realidad, escapando a toda palabra e inevitablemente daba fin a mi patética vida. O eso creí.

De repente me inundó este recóndito pensamiento…

Este intenso deseo que conscientemente no había erradicado… como intentando seducirme, como intentado dominarme y mientras mi cuerpo se apagaba, en esos últimos instantes de agonía, casi de forma instintiva… tomé la decisión trascendental:

— “Hazlo ahora”
—No puedo ¡No quiero serlo!
-—¡Ya!
—“¡No quiero ser bruja! ¡No quiero ser bruja!”

Era necesario. Esa parte de mí no aceptaría perecer. No allí, no en ese momento ni de esa manera. Entonces, antes del último trago ardiente, la cobardía se disfrazó y yo cedí al horror.

Abrí mis ojos. Tomé un gran sorbo de agua que, como un primer aliento, llenó mis pulmones por completo. Pude respirar el líquido con tal placer… e inmediatamente reconocí en mí, la fuerza que había invocado.

Desde mi inmersión pude presumir la falsa convicción del asesino y para mi sorpresa, noto que sus manos en lugar de soltarme para que la gravedad me eclipsara en el lecho del rio, halan mi cuerpo para devolverme a la canoa. Tomo la decisión de fingir para él y lo dejo llevarme de vuelta a la orilla.

Sin entender el propósito de aquellos actos aleatorios (mas ciertamente sin querer hacerlo), me dejé arrastrar nuevamente por la arena hasta el viejo punto donde todo empezó. Arrojó entonces mi cuerpo al suelo, como quien lamenta haber tocado una peste y caminó algunos pasos, alejándose del agua y de mí. No lo pensé demasiado: me levanté resuelta, reconstruida por aquella fuerza que, aunque repudiable, me había salvado de esta muerte, estableciendo ahora una infausta deuda.

Al sentir movimiento tras de sí, el fracasado asesino se volvió hacia la mujer que creyó aniquilar y su cara aterrorizada desplegaba más odio que antes, aunque no sorpresa del todo. Levantó con torpeza un arma del suelo…

Un disparo.
Falló.

Lo miré con avidez. Una sonrisa desfiguraba mi rostro al expandirse hasta los lóbulos de mis orejas que a su vez se hundían entre el cráneo. Mi persona se hacía más grande. Entiéndanme: extendí mis brazos, aspiré profundamente y mi cuerpo se transfiguró. Negras plumas comenzaron a brotar de mi oscura piel, cubriéndome por completo mientras un largo pico azabache surgía desde mis labios y nariz.

Aquel “animal” que antes dominara a la débil mujer, era ahora una pequeña hormiga miserable, una insignificante presa para las terribles garras que ahora soportaban mi peso.

Ahora yo era la bestia.

La enorme ave negra se elevó en el aire batiendo sus inmensas alas de cuervo.

Se escucharon estruendosas carcajadas que resonaron entre el río y las montañas. Inmediatamente, la arpía se abalanzó sobre el cobarde, arrancándole la miserable vida que antes pretendiera usar para quitar la de ella. Luego, dirigiéndose a la espesura del monte, se internó entre los árboles y se perdió en su maldición.

*Leidy Nataly Tami Rozo. Artista empírica. Dibujante por naturaleza y escritora por vocación. Bumanguesa de espíritu reservado y alma inquieta; apasionada por la naturaleza y las tradiciones campesinas de la región. Crecí en el campo y el campo se quedó en mi corazón de forma permanente. Escribo poesía desde hace cuatro años, gracias a la maternidad que me conectó con nuevas formas de expresar el amor y el arte. Diseñadora de moda de profesión, nunca he limitado mis talentos a una sola etiqueta y busco constantemente el espacio propicio para florecer de forma integral en la escritura y la oralidad. Actualmente me encuentro escribiendo un poemario y espero, este año poder publicar mi primer obra terminada de cuento.

martes, 24 de junio de 2025

"Confesiones al abismo" poemas de Pietro Costa


CONFISEONES AL ABISMO
 
Mi ser se esconde en sombras intensas,
Dicta al abismo subversivos anhelos,
Sin máscaras, en perversos rasgos,
Se revela desnudo, en distendidas propensiones.
 
Luna que ilumina extensas interlocuciones,
Anochece, subversivas tendencias,
En el vacío, de abrasivas entrañas,
Desatinos claman las tensas pasiones.
 
Frente a mi ferocidad,
Placer y dolor, huella corporal,
Versos impúdicos, veracidad,
Cielos e infiernos, contienda intemporal.
 
 
DE SOLES Y SOMBRAS
 
Labaredas del amor, deseo irrumpe,
Como Ícaro, atinge el firmamento,
En lienzos sedosos, pasión que rompe
los miedos, abrazando el entendimiento.
 
Fervor de los cuerpos, el fuego corrompe,
Los amantes en vuelo, abatimiento,
Queda el racional, sonido que interrumpe
hipos, tensiones: empoderamiento.
 
Fugaz el amor que del pecho se aísla,
Como tal héroe, luego desvanecido,
En la desilusión que el corazón asola,
De soles y sombras, seréis guarnecidos.
 
 
OCEANICO

En cada página, escucho dolor y efluvios,
Las rocas escriben en la erosión,
Entre ambientes áridos y pluvias,
Pulsa la existencia en gran profusión.
 
Hay faros que apuntan para diluvios,
En la filosofía, hace incursión,
La vida, mar abierto en sus efluvios,
Libro que convida para inmersión.
 
El salto que rasga la conformidad
Y suelta el áncora, la caída, el destierro,
Tatúa la piel de autenticidad,
Oceánico, en la angustia me encierro.
 
 
*Pietro Costa. Brasilia/DF. Escritor. Poeta. Activista Cultural. Expresidente de la Academia Cruzeirense de Letras. Miembro de Arcadias en Brasil y en el extranjero. Dr. h. w. mult. Autor de 10 libros. Coautor de más de 300 colecciones/Antologías. Creador y organizador de prestigiosos concursos poéticos. Ganador del Premio Literario Clarice Lispector 2024, ZL Books, en la categoría “Mejor Libro de Poesía”, con la obra literaria de autor “Solridente”. Diversos honores, premios y títulos.

lunes, 23 de junio de 2025

"dEsCompoSición" poemas de Rocío Laria


DOMINGOS

El sol, por la mañana los domingos

hacía arder mi centro.

Estaba lejos de mi

tratando de que alguien me ame.

En su jardín

renovaba en secreto la misión

de encontrarle forma a su cariño

para adaptarme.

Nunca estuve tan sola

nunca tan desamparada

como cuando me obligué a disimular

mi herida putrefacta.

Jugaba con su perro

preparaba mate

el domingo fingido

se transitaba mejor haciendo planes.

Salíamos a la ruta

y quizás él pensó que éramos felices

y yo

quería abrir la puerta y saltar

de ese viaje tan mísero.

El exilio que derritió mi cara.

Yo quería que me amaran.

 

 

JAZMÍN

 

Le regalé un jazmín.

Apenas nos conocíamos

apenas nos habíamos besado.

Yo quería que me ame.

El jazmín esperó en su maceta varios meses.

Yo lo miraba, en su espacio tan pequeño

y ese jardín tan grande, y él

me devolvía la mirada

ambos a la espera del trasplante.

Un día dijo

elijamos el lugar y me ilusioné, y lo elegimos.

El jazmín nunca creció

 

quedó chaparrito

aplastado, luchando contra las hormigas

que le arrancaban los cachos.

Yo lo miraba, en su agonía verde

y en ese jardín tan grande y él

me devolvía la mirada.

Le dije, este jazmín nos representa

y empezó a preocuparse por los agujeros

y las hormigas, pero yo

ya lo había visto todo

y aún así le puse mucho empeño

al asunto jardinero de dejarse morir.

 

 

CUMPLEAÑOS

 

Era el mes de tu cumpleaños

te hice tres regalos

justo en frente de la cascada

te regalé tu libro favorito.

Por eso no puse" te amo"

necesitaba cobrar fuerza de a poco.

Puse “con amor” y firmé.

Hoy estará en tu biblioteca

y se lo prestarás

como a mi me prestaste

un libro que te regaló tu ex.

Quizás se ponga celosa

quizás no tanto, ojalá

adivine que fue escrito con dolor

durante la caída.

Tres regalos

y para mi cumpleaños

vos a penas intentaste uno

tan absurdo que lo rechacé

- no quiero cuidarme la cabeza con un casco-

al poco tiempo, pasado tu cumpleaños y el mío

nos estrellamos.

Vos llevabas puesto el casco.

Yo me fundí con el agua

violenta, deseando el río.

 

*Rocío es escritora, bailarina y profesora de danza, graduada en la Escuela de Danzas Clásicas de La Plata. Estudia la Licenciatura en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y Guión Cinematográfico en la ENERC. Ha publicado los libros de poemas Autopartes del naufragio (2017) y Poesías para abrir (2019), ambos bajo el sello de SerSeres Ediciones, y Kintsugi: Bazar de poemas rotos (2022) con Prueba de Galera Editoras. Su videopoema Procesar fue seleccionado por el 25° Festival Internacional de Videopoesía Videobardo (2020). En 2024, recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes con Escritura del Kaos. Ese mismo año, el proyecto Enjambre Sonoro, del cual es coautora, fue seleccionado para formar parte de la Bienal Universitaria de Arte y Cultura de la UNLP. Colabora en blogs y revistas digitales como Cuadernos de danza, Sisma Revista, El Calibán, Revista Montaje y Revista Cardenal, entre otras. Además, sus poemas han sido traducidos al portugués y publicados en Revista Desvario. Publica sus textos también en su blog personal.