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miércoles, 3 de diciembre de 2025

"Instinto" cuento de Adriana de Jesús Casas Moreno


Hay cosas que se callan tan fuerte que terminan rugiendo en la.

Marina lo había aprendido a los treinta años, después de casarse con un hombre que le prometió amor eterno y terminó dándole órdenes. “No te vistas así”, “No hables cuando yo estoy hablando”, “Deja que yo decida”. Palabras pequeñas que, como gotas constantes, taladran la roca.

De día, ella sonreía. En el mercado saludaba con dulzura, en la escuela de los niños hacía bromas con otras madres y en la iglesia fingía paz mientras el sacerdote hablaba del amor. Nadie veía las grietas en la porcelana. Nadie miraba las manos temblorosas detrás del mandil ni el brillo de miedo en sus ojos cuando escuchaba el motor de la camioneta de Ernesto llegando del trabajo.

Pero de noche… de noche ocurría algo que jamás pudo explicar.

La primera vez sucedió tres meses después del primer golpe. No fue brutal —así se justificó ella—, solo un manotazo en la mesa y un empujón que la hizo tropezar. Ernesto dijo que era su culpa, que lo provocaba con su silencio. Esa noche, Marina se fue a la cama con el labio partido y el corazón hueco.

Se durmió llorando, y a medianoche despertó con un hambre extraña, un cosquilleo en los músculos, un zumbido en los oídos. Abrió los ojos y no vio el techo de su habitación, sino sombras agazapadas que olían a selva y humedad.

Se miró las manos: ya no eran manos. Eran patas negras, afiladas, con garras que brillaban como vidrio bajo la luna. Su respiración era un ronroneo grave y profundo. Su cuerpo, ágil y largo. Marina se había convertido en una pantera.

No se asustó. No hubo gritos. Solo un reconocimiento íntimo, como si aquella bestia hubiera estado esperándola toda la vida. Caminó sigilosa por la casa: la cocina, el pasillo, los cuartos de sus hijos dormidos. Olfateó el aire: leche tibia, sudor infantil, miedo guardado en las paredes. Se recostó junto a sus hijos y escuchó sus sueños. Supo entonces que esa fuerza no era maldad; era instinto. Era protección.

Desde esa noche, cada vez que el dolor se acumulaba, la pantera volvía.

A nadie le contó.

Marina aprendió a vivir entre dos mundos: la mujer callada de día y la pantera nocturna que vigilaba la casa. Mientras preparaba el desayuno fingía no escuchar los regaños de Ernesto:

—¿Otra vez tortillas frías? ¿En qué piensas todo el día? —decía él, tirando el plato al fregadero.

Ella, en lugar de enojarse, se justificaba y pedía perdón.
—Perdón, amor. Estuve muy ocupada con los niños, estuvieron un poco inquietos.

Miguel y Lucía, sus pequeños de seis y cuatro años, miraban en silencio, aprendiendo demasiado pronto lo que significa caminar de puntillas.

De noche, en cambio, Marina sentía el poder en sus músculos. Saltaba los muros del patio, corría por los tejados, observaba la ciudad dormida. Nadie podía tocarla. Ni siquiera Ernesto, roncando en la habitación sin imaginar que su esposa desaparecía cada medianoche.

Había algo más: la pantera olía el miedo, pero también la rabia. La suya y la de sus hijos. Cada lágrima guardada durante el día se convertía en rugido en la oscuridad.

El día del golpe fue como un terremoto silencioso.

Era domingo y el calor de julio se pegaba en las paredes. Ernesto estaba de mal humor porque el equipo de fútbol había perdido. Marina cocinaba en silencio, Miguel jugaba con bloques en la sala y Lucía coloreaba princesas en la mesa.

—¡Marina! —gritó él desde el comedor—. ¿Otra vez salaste la carne?

Ella respiró hondo. Estaba cansada de seguir soportando su maltrato.
—Sabe igual que siempre, Ernesto.

La respuesta fue un error. En un segundo él cruzó la cocina y levantó la mano. Pero antes de que cayera el golpe, un grito agudo interrumpió el aire:

—¡No le pegues a mi mamá!

Miguel, con apenas seis años, se había interpuesto entre los dos. Ernesto, cegado por la rabia, lo empujó sin medir fuerza. El niño cayó al suelo y se golpeó la frente contra la esquina de la mesa. Un hilo de sangre corrió por su cara.

El tiempo se detuvo.

Marina se arrodilló, temblando, y abrazó a su hijo con una ternura desesperada. Lo apretó contra su pecho mientras él sollozaba. Ernesto, pálido, murmuró algo como una disculpa y salió de la casa, azotando la puerta.

—Perdóname, mi amor… —susurró ella al oído de Miguel—. Perdóname por ser tan cobarde.

Esa noche, cuando la luna alcanzó la ventana, la pantera no caminó: rugió.

El sonido salió de lo más profundo de su pecho. No fue humano ni animal, fue ambas cosas. Un rugido tan poderoso que hizo vibrar los vidrios de las ventanas y erizó la piel de Ernesto, que apenas entraba por la puerta tambaleante y borracho.

Despertó a los niños. Despertó a los vecinos. Despertó algo en él.

Ernesto cayó de rodillas, buscando con los ojos en la penumbra. Vio una sombra enorme, negra, con ojos amarillos como brasas. Por un instante creyó ver a Marina, pero Marina ya no estaba. Solo la bestia, erguida entre él y los niños. Un fuerte instinto de protección hacia sus hijos la despertó.

La pantera dio un paso hacia adelante. Sus garras arañaron el piso de madera. Su aliento olía a selva y a sangre contenida. Otro rugido llenó la casa. Ernesto sintió que todo su machismo, todo su poder falso, se le escurría como agua entre los dedos.

—¿Qué… qué eres? —balbuceó.

La pantera no respondió. No necesitaba hacerlo.

Esa noche Ernesto no durmió. Se encerró en el coche hasta el amanecer, temblando, sin atreverse a mirar la ventana.

Por la mañana, Marina preparó el desayuno como siempre, pero había algo distinto en su mirada: una calma nueva, una firmeza que Ernesto nunca había visto.

Él no dijo una palabra. Solo se sentó frente a la mesa y miró a Miguel, con un vendaje en la frente. Algo se quebró en su interior: vergüenza, culpa, miedo.

Dos días después, Ernesto pidió ayuda. No fue un cambio milagroso ni inmediato. Fue un camino largo: terapia, disculpas, silencios incómodos, recaídas. Pero por primera vez habló. Admitió su violencia. Prometió cambiar. Y, lo más importante, empezó a intentarlo de verdad.

Marina lo observaba con cautela. Sabía que las promesas solas no bastan. Pero también sabía que algo había despertado en ambos: la bestia y el hombre.

Pasaron semanas. No hubo más gritos. No hubo golpes. Los niños empezaron a reír otra vez en la casa. Miguel jugaba en el patio sin miedo, Lucía pintaba arcoíris sin esconderse.

Una noche, Marina despertó y se dio cuenta de que seguía siendo humana. No había garras ni colmillos. No había rugidos en su garganta. Caminó descalza por la casa, escuchando el silencio apacible. Se asomó al cuarto de sus hijos: dormían abrazados, tranquilos.

Por primera vez en meses, no sintió la necesidad de protegerlos de un monstruo. Porque el verdadero monstruo ya no era ella.

Se miró al espejo. Había cicatrices en su alma y en su piel, pero también una fortaleza nueva en sus ojos. Sonrió.

La pantera, comprendió, no se había ido: vivía dentro de ella. Pero ya no necesitaba salir. Ahora sabía enfrentar la amenaza de frente, sin esconderse, sin fingir.

A veces, cuando la brisa de la noche acaricia las cortinas y la luna entra por la ventana, Marina cree escuchar un ronroneo lejano. Un recordatorio que en su interior tiene la fuerza de una pantera…solo tiene que dejarla salir.


*Adriana de Jesús Casas Moreno es 
neuropsicóloga y escritora amateur originaria de México. Ha participado en diversos concursos de calaveritas literarias, obteniendo distintos reconocimientos. En el certamen organizado por el periódico El Heraldo el año pasado, obtuvo la sexta posición. Además, este año participó en la convocatoria internacional de microcuentos de la Editorial Palabra Herida con su relato "Voces", el cual fue seleccionado para su publicación en Instagram y Facebook.

martes, 2 de diciembre de 2025

"Carta a Walt Whitman" poemas de Francisco Álvarez Koki

 

Homenaje a José Saramago
 
El hambre de mi espíritu,
buscaba tu puerta,
y Lanzarote era un destino,
donde buscar tus huellas.
Entre en tu casa,
buscando respuestas,
Con mi corazón de niño y de poeta.
bailaban tus palabras, por todas las paredes,
y desde el mar, llegaba una lágrima,
colgada de las estrellas.
Sentado en tu escritorio,
Atravesabas esferas.
Era tu voz un dardo,
crítico con la explotación ajena.
Era tu corazón una voz,
fuerte y firme contra las hienas,
que buscan con sus multinacionales,
dominar nuestra tierra.
El café de tu cocina,
acariciaba mis manos,
y alimentaba mi alma.
El Arcángel Gabriel,
defendía tu sala,
mientras yo acariciaba todos tus libros,
que conversaban en tu estancia.
Los relojes de tu casa,
Serán testigos cada alba.
Su corazón hecho latidos,
a las cuatro siempre cantan,
para hablar de un amor,
que siempre será llama.
Cuando llego a tu alcoba,
no puedo con mi alma.
Mi corazón sube por mis ojos,
para llorar una lágrima.
Busco tu presencia…
Tu muerte es una herida,
que nos duele a todos.
Sin ti nos falta la vida,
nos hemos quedado tan solos.
Afuera, te llora el olivo, a fuera te llora el olmo,
la silla, la piedra, el recodo.
Afuera te llora el mar,
con un luto de sombras.
Afuera te lloramos todos.
 

Carta a Walt Whitman
 
Amigo Walt Whitman:
Hoy he visitado tu casa,
donde se mecía tu barba,
en el frescor dulce de la hierba.
Me acompañaba mi musa,
también tus palabras.
No todos los días
se visita la casa de un poeta.
Abrí la puerta, de tu casa.
Abrí la puerta, de tu alma,
mientras el frío de febrero,
eran horas en calma.
Una nube de gorriones,
bailaban por las ramas,
y trinaban tus versos,
sonriendo sobre sus patas.
La imprenta con sus dedos de hierro,
Atrapaban tus cartas.
Un murmullo de versos,
protestaban en la sala.
Abrí la puerta…
Abrí tu alma…
Me saludaste a la entrada.
Me condujiste a la sala, donde la partida de cartas,
poetizaba la estancia.
Donde te sentabas, con Rubén Darío,
que soñaba con Nicaragua.
José Martí, te abrazaba,
como a un camarada,
y León Felipe sufría,
por la humanidad vacía.
Mientras, yo callado observaba,
las sillas y las camas,
donde dormía el silencio,
que buscaba su almohada.
Salimos buscando la brisa,
Sobre tu tierra mojada.
La hierba olía a versos,
que cubría nuestra caminata.
Subimos las escaleras hacia la parte más alta,
donde estaban las camas,
despertando tus sueños,
dormidos en tus sabanas.
Los cristales de las ventanas,
atravesaban las miradas,
mientras las chimeneas, todas,
acariciaban el fuego,
que calentaban nuestras palabras.
Nuestro lenguaje era la hierba.
La hierba, nuestra mirada.
De hierba las paredes.
Nuestra despedida de hierba.
Hojas de hierba que cantan.
 

Himno de la igualdad
 
Yo soy tu voz hermana,
que te habla desde el monte,
con mi solidaridad sana.
 
También te hablo desde el mar,
con las olas en mis labios,
dispuesto siempre para amar.
 
Yo no quiero que tú seas,
esclava de mis desvaríos,
ni como enemigo me veas.
 
Yo quiero compartir contigo,
todo el amor que yo tengo,
y vivir en ti lo vivido.
 
No quiero ser tu marido,
sino tu alma gemela,
y vivir en mi amor herido.
 
Yo soy viento en tu herida.
tú eres mi pasión diaria,
donde pongo toda mi vida.
 

 
Quien podrá decir  lo contrario,
nadie lo podrá decir,
somos ostias de nuestro sagrario.
 
Amar como nos amamos,
cruzar tu cuerpo y el mío,
sabiendo que ahí estamos.
 
Tu pasión siempre tan loca,
no es un desvarío,
son dos llantos en una sola boca.
 
Te canto porque te amo
te lloro sin desencanto,
y es tu vida mi reclamo.
 
Hay si mi corazón llega al mar,
y tu corazón va al río,
donde podrá desembocar.
 
 
 
Mi vida es un sin vivir,
en ti esta mi felicidad,
que cada día vuelve a resurgir.
 
 
No podre nunca buscar otros caminos,
ni poseer otros cuerpos, ni besar otros labios,
Como los tuyos divinos.
 
Compartamos el destino
siempre al cincuenta por ciento,
y brindemos hoy con vino.
 
 
*Francisco Álvarez Koki: A Guarda, (1957). Escritor gallego y animador cultural. Autor bilingüe residente en Nueva York, donde fundó el colectivo Celso Emilio Ferreiro, para difundir la cultura gallega. Sus últimos libros publicados en gallego son: Un neno na emigración, Vasoiras Barreiro. (Literatura infantil. Ed. Fervenza 2018). Olivia e o clarinete Máxico edición trilingüe. Ed Mr. Momo 2021. A memoria das palabras. (Poesía. Ed. Fervenza 2018). Maruxía (poesía. Ed. Diputación provincial 2010) Ratas en Manhattan (narrativa. Ed Sotelo Blanco 2007) Mais aló de Fisterre (poesía. Diputación provincial 1999). En castellano ha publicado: El libro de Lourenzo (poesía infantil. Ed. Sial Pigmalión 2018) Erótica..Dos. (Antología de toda la poesía amorosa del autor. Ed. Sial Pigmalión 2018) Sombra de Luna (poesía social. Ed. Sial Pigmalión 2015. Premio escriduende de la feria del libro de Madrid 2016. Participó en los siguientes libros. Escritores españoles en los Estados Unidos. Edición de Gerardo Piña. Academia Norteamericana de la lengua española. 2007. Seis narradores españoles en Nueva York. (Narrativa. Ed. Dauro Granada 2006). Geometría y angustia. (Poetas españoles en Nueva York, Edición de Julio Neira. Fundación José Manuel Lara. Sevilla 2012) Miradas de Nueva York. Ed. Cuadernos de El Vigía Granada 2000) Ha sido editor de los siguientes libros: Piel Palabra. Poetas españoles en Nueva York. Ed. Consulado General de España en Nueva York 2003) Al fin del siglo, 20 poetas hispanos en Nueva York. (Ed. Ollantay Press, Nueva York. 1999) Luna y Panorama sobre los rascacielos (Poetas españoles en Nueva York. Consulado General de España en Nueva York 2019) Luna y panorama sobre los rascacielos. Ed Juglar Toledo 2021. Viento del Norte Antología de poetas hispanos en Nueva York. Ed. Sial Pigmalión Madrid 2021. Erótica, Ediciones Ondina Madrid 2022 Ratas en Manhattan. Ed. Juglar. Ocaña Toledo 2022

lunes, 1 de diciembre de 2025

“El Olivo” relato de Gloria Medone


Hay ciertos objetos que no son solo cosas, sino también huellas, ecos, memoria. Unas hojas de papel —o de árbol— pueden alcanzar una dimensión lírica, siempre y cuando alguien las ame.

Esta estirpe de mujeres únicas, sin duda, las amó:

Cuando por fin lo tuve en mis manos, me embargó una temblorosa emoción. Algún día podría escribir mis sueños en sus páginas. Lo escondí en un sitio seguro, donde ni mi marido ni mis niños lo encontraran. Él me hubiese castigado, como hacía cada vez que intentaba aprender, conocer, crecer. Mis seis hijos, en cambio, se hubieran avergonzado de mi ignorancia. A la hora de la siesta, me sentaba a la sombra amplia del olivo, aquel que creció conmigo, y entre bordados y puntadas, de vez en cuando encontraba un rincón para las letras. Pasaron muchos años hasta que pude garabatear algunas pocas palabras. Pero siendo ya muy mayor fui capaz de expresar mi legado para mi única hija, Blanca: “Vive como la reina que fui y que nadie vio”.

Mamá fue una reina, claro que sí. En su mundo interior ella fue todo lo que quiso ser: reina, emperatriz, faraona. Hoy en día, hacer mío su legado no es fácil. En mis largas jornadas lavando la ropa en el río y cocinando para la familia que me da trabajo, mis sueños —como los de mi madre— siguen agazapados, todavía dormidos. Les doy forma en el mismo cuaderno del olivo, bajo el que también me refugio. Ese árbol joven transmite su fuerza y resistencia. Me da cobijo, como una madre. Mi marido, a quien yo sí pude elegir, lee con orgullo mis pensamientos a su sombra. Mis dos niñas, Rosa y Pilar, corretean por el terreno y con frecuencia se acercan al olivo donde me ven con mi cuaderno y deletrean mis ilusiones con sus vocecitas infantiles. Así, de a poco, se empapan de mis deseos y se van adueñando de ellos.

La libreta del olivo es testigo de mis esfuerzos y mis dudas. Mi hermana Rosa, igual que yo, vuelca en ella sus conflictos, sus logros. Ambas dejamos el pueblo buscando un futuro mejor y lo encontramos. La sólida formación que completamos nos permite ejercer nuestras profesiones en la ciudad. Gracias a Dios, nuestros maridos son progresistas y nos han autorizado a trabajar y desarrollarnos. Echamos mucho de menos la finca. Por eso, siempre volvemos a aquella añorada porción de infancia con nuestros hijos e hijas —una alegre bandada de primos— que invaden los bellos jardines alrededor de la antigua casita familiar. El imponente olivo nos acoge bajo sus ramas memoriosas. Allí respiramos el eco de nuestra madre, y de la suya.

De los mil primos de la infancia, yo, Dolores, soy la única con el privilegio —y la responsabilidad moral y amorosa— de continuar escribiendo en el cuaderno del olivo. No solo cuento mi historia, sino también la de mi familia, cuyo recuerdo me transporta a aquel árbol añoso que nos reunía muchos fines de semana, con nuestros gozos y sombras. La separación de mis padres nunca terminó en divorcio, porque la ley que lo aprobaría se hizo esperar. Además de luchar por sacarnos adelante, mamá tuvo que lidiar con el desprecio social de ser madre soltera. Pero siempre repetía que, arropada por nosotros, se sentía una verdadera matriarca y fue feliz. Su actitud de emperatriz se mantuvo intacta hasta sus últimos días, y nosotras la hicimos propia para nuestras hijas.

Desde muy pequeñas, ellas, nuestras hijas, supieron de la existencia del cuaderno. Durante años esperaron ansiosas su turno de dar continuidad a las vidas que se desplegaban ante sus ojos. Al principio, en nuestro apartamento de la ciudad, me acompañaban en el ritual de la libreta del olivo, árbol y símbolo cuyo recuerdo abrazaban. Las invitaba a compartir sus sentimientos mediante sencillas frases que yo transcribía para ellas con dulzura. Ahora, en plena juventud, plasman sin miedos sus historias, siempre respetuosas de las líneas que las preceden. Saben que son dueñas de sus sueños y deseos, pero eso no las hace arrogantes. Pisan fuerte y nos superan, día a día. Se aseguran de ir hacia adelante, sin aceptar un solo paso atrás, porque en su camino van cargadas de los derechos de todas nosotras.

En mayo del año pasado organizamos una gran celebración familiar al cumplirse el centenario de la primera línea del cuaderno, escrita por la legendaria tatarabuela de mis hijas. La mayor de ellas anunció, emocionada, que el corazón de una nueva escritora latía en su vientre.  En ese día inolvidable, el majestuoso olivo en flor nos reunió bajo su seno y nos dio la bienvenida con su habitual y frondoso abrazo de calor y bondad.

 

*Gloria Medone es una autora española de origen argentino, doctora en Historia y Ciencias de la Música por la Universidad de Oviedo y post-doc en la Université de Paris-Sorbonne. Ha desarrollado una extensa trayectoria como intérprete, docente e investigadora, con base en España y Francia, visitando múltiples países de América, Europa y Asia. En los últimos años ha iniciado su camino en la escritura creativa, participando en el taller literario Verbalina, coordinado por la escritora toledana Ruth María Rodríguez López. Este relato forma parte de sus primeras incursiones en la narrativa de ficción y explora temas como la memoria, el linaje femenino y el poder simbólico de los objetos cotidianos.

viernes, 28 de noviembre de 2025

"Principio y fin" prosa poética de Camilo Carmona Salas


Principio y fin

Es abrumadoramente maravilloso saberse la enésima parte del todo que a su vez nos habita en cada átomo de nuestro cuerpo. Más aún cuando la sola posibilidad del pensamiento nos permite asimilar que esa participación propia en el complejo e indescifrable milagro de la existencia jamás tendrá una explicación definitiva.

¿Cómo inició todo? Ya hemos divagado en múltiples respuestas desde que logramos articular las primeras palabras, al calor del fuego, en el seno de la manada. ¿Cómo acabará? Dicen algunos que la expansión constante del espacio-tiempo tendría un límite, de modo que esa estructura fundamental cederá y acabaremos en jirones. Otros dicen que se desacelerará el movimiento de las cosas y la energía estelar en todas partes se agotará y, debido a la distancia entre los diferentes cuerpos, acabará por congelarse el universo. Hay otra posibilidad que parece concebir el universo como si fuera de goma, cuya elasticidad tiene una resistencia determinada, después de la cual todo volverá abruptamente a su punto de origen.

Pensando un poco en estas cosas, se me ocurre que, a lo mejor, ese resorte universal se escinda por su punto más frágil, y cada una de las mitades se recogerá violentamente, para después expandirse cada una por su lado. Quizás así se originan los universos paralelos… ¡Qué loco! No soy experto en estos temas, sin embargo, si aquello fuese a ocurrir mañana, desearía que tú y yo quedáramos en la misma mitad del universo, y que la distancia ridícula que hoy nos separa no sea el lado más flaco del espacio-tiempo. También espero que, al suceder tal cosa, la fatalidad nos pille fundidos en un abrazo, como aquellos amantes de Pompeya que el inminente arrebato del Vesubio sepultó siendo, los dos, uno solo.

 

Profanas mitologías

Ebria por una insaciable sed de eternidad y con la fe huérfana de un corazón desierto, urdiste en secreto, con la madeja enmarañada del deseo, profanas mitologías. ¿Cuántas vidas ofrendaste para erigir tu dios? ¿Cuántas lunas soñaste cada una de sus células? La luz del alba disipó la niebla de antiguas dudas y con el fuego circular del tiempo resplandeció en el horizonte tu divina creación.

Escepticismo y fe —dos caras de la misma moneda— motivaron cada paso que diste y, más por intuición que por razonamientos, te arrojaste en mis brazos. Con la efímera eternidad del sexo y las palabras habitamos nuestra parcela del paraíso. Tus labios y tu lengua suave hicieron de mí un tótem, arquetipo divino al que elevaste tus plegarias y salmos. Con ofrendas fragantes conmoviste mi corazón, y renuncié a la eternidad de tu reino de las ideas para hacerme mortal, pues deseaba caminar a tu lado por este estrecho valle de lágrimas. Haciéndome humano me hice falible, imperfecto, frágil como tú. Quise llevar el evangelio de tu amor por todo el mundo, pues hice míos tus paganos ritos, creí en tus promesas de vida futura y ofrendé mi alma a tus pies. Al hacerme mortal te fui deificando, y en el cielo ideal que construí para ti habitaste a tus anchas. Jugabas a los dados con mi suerte y condenabas cada palabra, cada gesto, cada omisión… en el libro de la vida registrabas hasta el más ínfimo agravio: todos los días eran El día del juicio.

Hoy con tu miel vuelta cicuta, tras negarme tres veces antes de despuntar la aurora del último día, me diste la espalda en la agonía del Gólgota. Como acto final de amor elegí el exilio: en adelante erraré por el silencio solitario del olvido. De camino al panteón del Olimpo llevo a cuestas los despojos de la divinidad que fui, surcando sepulcros blanqueados donde yacen los dioses muertos que nacen diariamente en todas las mitologías del amor.

 

Claroscuro

La luz que revela los contornos del mundo, que viste de color las flores y extiende un cielo para que lo habiten las aves, esa luz que, deslizándose por las raíces de los árboles, penetra en las entrañas de esta roca errante sobre la que los animales sapientes hemos ido marcando, huella a huella, el curso de la historia. Esa luz foránea que crea posibilidades vitales, donde, en el océano de imágenes y esencias multiformes, estamos inmersos sin apenas saberlo… Esa luz que me hace posible quiere fundirse con la sombra innominada que también me habita.


*Camilo Carmona Salas. Nació en Itagüí, Antioquia, en 1989. Estudiante de Filosofía en la Universidad de Antioquia. Algunos de sus textos han sido publicados en antologías locales y nacionales, lo mismo que en revistas internacionales como Vislumbre, en México. Además de esto, también ha publicado artículos de opinión en medios digitales como Al Poniente y el periódico El Colectivo. Actualmente hace parte del colectivo Filoparchando, cuyo programa radial de divulgación filosófica hace parte de la programación de La 15 Radio, del barrio Guayabal en la ciudad de Medellín.

jueves, 27 de noviembre de 2025

"Hope yemudjimu" obras de Neli Carlos Luis

Nombre: Hope yemudjimu
Técnica: Bolígrafo negro sobre papel
Medidas: 45x29,5cm 
Año: 2023

 

Nombre: Hope yemudjimu
Técnica: Bolígrafo negro sobre papel
Medidas: 45x29,5cm 
Año: 2023

Nombre: Hope yemudjimu
Técnica: Bolígrafo negro sobre papel
Medidas: 45x29,5cm 
Año: 2023

Nombre: Hope yemudjimu
Técnica: Bolígrafo negro sobre papel
Medidas: 45x29,5cm 
Año: 2023

Nombre: Hope yemudjimu
Técnica: Bolígrafo negro sobre papel
Medidas: 45x29,5cm 
Año: 2023

Nombre: Hope yemudjimu
Técnica: Bolígrafo negro sobre papel
Medidas: 45x29,5cm 
Año: 2023


*Neli Carlos Luis (Mozambique, 1998) es un artista plástico cuya obra transita entre la escultura y el dibujo, explorando materiales y técnicas que articulan memoria, identidad y espiritualidad. Formado en el Instituto Superior de Arte e Cultura (ISArC), Luis pertenece a una nueva generación de creadores mozambiqueños que se destacan por su capacidad de dialogar con lenguajes contemporáneos sin perder de vista las raíces culturales que los sustentan.

Su trayectoria artística incluye participaciones en exposiciones y bienales de relevancia internacional. Entre ellas se encuentran la INTERBIFEP en la International Portrait Gallery de Tuzla (2024), la Intercontinental Bienal en el Museo Nacional de Colombia en Bogotá (2023) y la IX Bienal de Jovens Criadores da CPLP en Luanda, Angola (2019). En Mozambique ha integrado muestras colectivas como “Retoma” en el BCI (2022) y la V Mostra de Jovens Criadores en Maputo (2018), además de haber participado en talleres especializados como el Workshop de Batik organizado por la Embajada de Indonesia en 2022.

Con una sensibilidad marcada por la relación entre lo visible y lo invisible, la presencia y la ausencia, la obra de Luis incorpora una noción profunda del mundo espiritual africano, recurriendo a imágenes que evocan la conexión con los ancestros y las fuerzas que configuran el imaginario colectivo de su comunidad. Su práctica se distingue por un uso expresivo de las formas y por una búsqueda constante de puentes entre tradición y contemporaneidad.