En su obra cumbre, el Mathnawi, escrito en el siglo XIII, el gran místico Rumí se refiere a:
“...un sol escondido en un átomo: de repente, ese átomo abre su boca, los cielos y la tierra se desmoronan y se vuelven polvo delante de este sol cuando él surge de la emboscada” (Rumi 1990, la versión al castellano es mía).
Este pasaje es sorprendente pues hace referencia a una posible división del átomo, ligada a una liberación enorme de energía, en una época en que el concepto de átomo era el que su etimología indica: indivisible. Además no era todavía un concepto científico en la manera como entendemos tales conceptos hoy en día. Para añadir a lo extraordinario, Rumí de alguna manera sugiere una relación entre esa división del átomo y la energía del Sol. La descripción científica que hubiera podido inspirar un poeta a escribir lo que Rumi dice en el Mathnawi, sólo vino a darse, y con un esfuerzo enorme, en el siglo XX, setecientos años después.
La idea de átomo surgió históricamente con los presocráticos y se introduce específicamente a raíz de la polémica entre Parménides y Heráclito sobre la naturaleza del mundo. Muchas de las preguntas que se formulaban los presocráticos eran acerca del ser: ¿qué es lo que hace a las cosas ser lo que son? ¿Cuál es el principio primigenio del que todo ha brotado?
Para Heráclito, el devenir, el cambio, es lo que explica y constituye el mundo. Todo fluye y nada permanece en un ser fijo. El devenir es como un fuego pero regulado por una “razón” cósmica; es tensión entre contrarios que pone en curso el movimiento. El devenir no es la creación continua de algo siempre nuevo sino más bien el equilibrio entre contrarios. La oposición es entonces vital, fecunda, creadora. Lo común en la diversidad, la medida en el avivarse y apagarse del fuego del eterno devenir, la razón cósmica, es lo que Heráclito denomina el logos. El logos es la ley que regula el devenir, es la ley divina que todo lo rige y de la que dependen todas las leyes. Ahora bien, dentro del pensamiento heraclitiano hay algo que permanece: la ley, el logos. La pregunta es entonces: ¿cómo llegar al conocimiento de eso que permanece detrás del eterno devenir de los fenómenos? Parménides de Elea y sus seguidores se ocuparon de ese problema.
Según Parménides, la esencia de todo no es el devenir sino el ser, el cual concibe como estático, estable, fijo, permanente. El devenir es la nada ya que significa algo que se escapa, que no permanece en un ser. El ser es lo idéntico consigo mismo, por ello quedan excluidos de él la evolución y el tiempo en general. Sólo el ser existe, la nada, el no-ser, no existe. Para Parménides hay identidad entre el ser y el pensamiento del ser, nuestro pensar es un reflejo del mundo del ser, refleja al ser como la copia al modelo. Pensar y ser están coordinados entre sí; a diferencia con el eterno devenir de Heráclito, el ser no se escapa del concepto. Se trata de una teoría del conocimiento objetivista o realista. Ese tipo de posición sostiene la existencia de una realidad en sí, independiente de lo humano, y la posibilidad para el ser humano de acceder al conocimiento de ella. A partir de esta concepción es fácil ver que para Parménides el pensamiento es la vía única hacia la verdad. Se debe mirar el mundo con la mente, con la razón y no con los sentidos. Con la razón no podemos pensar sino lo inteligible. Lo real sensible no es inteligible, es contradictorio: las cosas nacen, mueren, se transforman, cambian, y eso no se puede pensar lógicamente pues cambiar es negarse para volverse otra
cosa. La única realidad que puede pensarse es el ser. El ser posee una necesidad lógica, no puede no ser y ese carácter de necesario le confiere la inteligibilidad. No puede haber más pensamiento que de lo necesario. Todo lo que no puede ser pensado no es, y todo lo que no es no puede ser objeto de pensamiento. Sólo hay un ser, universal y siempre el mismo. No se le pueden asignar partes, ni multiplicidad, ni diversidad ningunas, ni señalar en él distintos grados de intensidad. No tiene cambio, ni movimiento, ni devenir, ni perecer. Y lo cubre todo, es compacto, pues si en el ser hubiesen “huecos”, serían lugares donde no habría ser o sea habría allí la nada, que no existe.
Demócrito intenta conciliar los extremos entre Heráclito y los eleatas. Considera que el ser es uniforme, sin ninguna distinción cualitativa. Pero no es un todo compacto. Está dividido en partículas que no se pueden descomponer en otras: los átomos, que significa indivisibles. Cada átomo es un ser parmenidiano: eterno, uno, inmóvil con respecto a sí mismo. Los átomos tienen dos propiedades: magnitud y forma. Tienen extensión pero son indivisibles. El átomo es impenetrable, indestructible, eterno, ocupa una porción determinada del espacio. Se introduce entonces la noción de espacio vacío que constituye una novedad en el pensamiento filosófico-científico. La idea de vacío se impone al abandonar la concepción del ser como todo compacto. Los átomos están sometidos en el vacío a un movimiento perpetuo, que no se debe a una fuerza exterior al universo, sino que es un movimiento espontáneo. Hay un número infinito de átomos, no tienen cualidades de ninguna clase fuera de la extensión y la forma, todos son de la misma naturaleza, sólo varían en su forma externa: forma de hoz, de gancho, redondos, ..., y en su magnitud. También pueden tener diferente orden y posición, y movimiento local. Se trata de diferencias puramente cuantitativas. Los átomos tienen diversas figuras y magnitudes y cambian constantemente su posición en el espacio y así dan origen a cambios en las cosas que se componen de ellos. Ahora bien, ¿cómo explicar las cualidades de las cosas en el mundo sensible, cualidades como lo dulce, lo amargo, lo caliente, los colores, que percibimos a través de los sentidos? Para Demócrito son subjetivas, no objetivas. Se deben a que los órganos de los sentidos interpretan la realidad dando tales impresiones. Los sentidos sólo interpretan correctamente la naturaleza de las cosas cuando dan información sobre variaciones en la cantidad: extensión, figura, dureza, etc. Se prefigura aquí la división moderna entre cualidades primarias y cualidades secundarias.
Demócrito considera el mundo como autómata. Los átomos se mueven en el espacio vacío. Ese movimiento es eterno, ocurre violentamente mediante presión e impulso, y es connatural. Parece que con esas palabras se quiere decir automático, autónomo, por sí mismo. La concepción de Demócrito es mecanicista. La materia no está hecha de dioses. No tiene vida. No hay categoría antropomórfica ninguna. No hay en ella propósito, ni fines. Todo se explica por el movimiento de cuerpos inertes sin diferencias cualitativas. Demócrito sostiene también que todo está causalmente y del modo más férreo determinado por los átomos y las leyes propias y connaturales de la naturaleza. Toda la naturaleza es un único e inmenso nexo causal. ¿Se trata ya del determinismo, doctrina que a grandes rasgos sostiene que todo evento o fenómeno está totalmente determinado por eventos o fenómenos anteriores?
El concepto de átomo adquiere un carácter científico con el surgimiento de la física clásica; sin embargo no se aceptó sin una larga polémica. Incluso ya en el siglo XIX Mach y los positivistas no lo consideraban real sino sólo un concepto útil. Los trabajos de Einstein sobre el movimiento browniano apuntan a la aceptación de la realidad de los átomos.
Si la idea de la realidad de los átomos fue objeto de grandes polémicas, el reconocimiento de la fisión o división del átomo tomó un aspecto intensamente dramático. Para llegar a la fisión del átomo y la obtención de energía a partir de ella se necesitaron tanto la revolución conceptual de la relatividad como la de la mecánica cuántica. Esta última para construir un modelo adecuado del átomo y la primera para introducir la idea de transmutación de masa en energía. Para captar un poco todas las dificultades conceptuales que pasaron los físicos (Jungk 1958), basta decir que durante años (1932-1939) no se reconoció la fisión del átomo por neutrones pues prácticamente los físicos se negaban a creer a sus instrumentos. Hans y Stratman llegaron a afirmar incluso que como químicos la aceptaban, pero como físicos no.
Ahora bien, no solamente se descubrió la fisión de los átomos sino también la fusión de ellos, y se llegó a entender que es el mecanismo de la fusión el que explica la energía del sol. Y en cuanto a la frase de Rumí acerca de que cuando el átomo “abre su boca, los cielos y la tierra se desmoronan y se vuelven polvo delante de este sol cuando él surge de la emboscada” es relevante añadir que de la fisión en cadena se obtuvo la bomba atómica, la cual en cierto modo desencadena un sol en la Tierra al servir de condición para la bomba de fusión o bomba.
¿Cómo pudo Rumí avizorar todo esto en el siglo XIII cuando lo máximo que se conocía era la idea de átomo como indivisible?
*Jairo Roldán-Charria, nacido en Tuluá, Valle, Colombia. Profesor Titular Jubilado, Departamento de Física, Universidad del Valle, Cali, Colombia. Doctor de la Universidad de Paris 1 Pantheon-Sorbonne, Francia. Elaboró su Tesis de Doctorado bajo la dirección de Bernard d´Espagnat y obtuvo la distinción summa cum laude. Máster en Física, Stony Brook University, U.S.A. Físico, Universidad del Valle, Cali, Colombia. Intereses investigativos: fundamentos de la física cuántica y la mecánica estadística, didáctica de las ciencias, filosofía de la ciencia, y relación entre la ciencia y la religión, áreas en las cuales ha publicado diversos artículos. Coautor de los libros “La Complementariedad: una filosofía para el siglo XXI”, Programa Editorial de la Universidad del Valle, 2004, Cali, Colombia; “Donde brilla la luz. La Fe Bahá’i en Latinoamérica”, Editorial Nurani, 2011, Cali, Colombia y “La naturaleza de los números. Su origen y evolución”, Programa Editorial Universidad del Valle, 2023, Cali, Colombia. Recientemente ha publicado “Perdida de fe” y “Bohrión” en las ediciones 100 y 103 de la Revista Cronopio. Ideas libres y diversas. Blog: https://medium.com/@masalladelfinaldelcamino
Referencias
Hirschberger, J.(1959) Historia de la Filosofía, Tomo I. Barcelona: Herder,
Jungk, R. (1958) Brighter than a Thousand Suns. New York: Harcourt Brace Jovanovich, Inc.
Rumi, D. (1990). Mathnawi : La quête de l'Absolu France : Éditions de Rocher.
Excelente Artículo. La ciencia ha sido parte desde siempre de nuestro ADN.
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegra mucho que le haya gustado. Saludos
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