La solitude est certainement une belle chose, mais il y a plaisir d’avoir quelqu’un qui sache répondre, à qui on puisse dire de temps en temps, que c’est un belle chose.
— Jean-Louis Guez de Balzac
Está bien estar solo
y hablar frente al espejo
sin palabras,
meditar por las mañanas
y no deber tributos de convivencia,
ponerse a descubrir el cuerpo propio,
el alma y la edad de Dios.
Está bien estar solo
hasta que hablas, y nadie oye,
y viene un dolor de oído,
y tienes que ir a la farmacia,
y llueve, y está tarde,
y te retuerces en la cama
y quieres llorar, porque te duele,
pero qué caso,
si no hay nadie que oiga.
Está bien estar solo
pero a veces me hace falta quien me diga:
tienes salsa en el bigote,
ven que se te torció el cuello,
¿me dejas cortarte el pelo?,
en diez minutos me despiertas,
alcánzame esa copa,
vayamos este finde a caminar,
abróchame el collar,
dejaste prendida la luz,
¿vemos una película?,
se te nota el bloqueador,
no has llamado a tu madre,
ese azul no te queda bien,
quiero un perrito,
vamos a dormir.
Otra vez y otra vez
Otra vez y otra vez
he amado.
Eso sí he hecho.
Lo recuerdan mis cutículas
heridas
y el párpado que tiembla.
Lo recuerdan los surcos
que en mis mejillas han arado
las lágrimas
con su marcha intensa y sentenciosa.
Lo conmemoran mis canas
y mi cansancio
y mi recelo
y mi soledad.
Amé otra vez aunque ya no quería,
y el amor fue feroz
y me rajó el pescuezo
cuando lo dejé dormir conmigo.
Seguí amando afónico,
desmembrado, comatoso,
y amando corrí,
salté, di vueltas
por el barranco de los enunciados
y me olvidé de mí
y de lo que desayuné
y del primer paseo junto al río con mi padre.
Amaba desde antes.
Era una criaturita expectante de amar.
Tenía un propósito,
y supe que era ese
y le ofrendé mi vida y mi otra vida.
Pensé que la última apuesta
sí había sido la última,
y en el acto volví a amar.
Amaré otra vez
y entregaré hasta el aire que se atranca.
Amaré otra vez
y dolerá y será mi vida.
Había una marea
El tiempo se riega en las cumbres paralelas.
El latido se dobla contra un muro sol nuevo.
Había una marea.
En las arrugas de la corriente rielaba
un cielo.
No era el mismo.
El espejo no era gris,
era una nube,
era una copa,
era un arbusto
que bailaba
conspirando inseguridades.
Las palabras no eran palabras
eran campanas que tañían manos invisibles:
estarás solo
estarás solo
estarás nueve veces solo
luego no estarás.
Rasqué con las yemas sudorosas
púrpuras párpados gritones,
rosas mordaces,
ácidos cetrinos enjuagados.
Vibró hasta enderezarse
la calcomanía que se bronceaba
vanidosa para tapar un nombre.
Un ojo me sospechaba.
Un oído me sospechaba.
Una boca apretada me sospechaba
lista para dictar.
Incluso la inocencia sospechaba
este concierto de soledades.
Serame permitido escuchar este tarareo.
Recordaré el tono y el timbre
de esta voz que quién sabe
si me acompaña o la visito.
Tengo los brazos abiertos,
abiertos, abiertos,
incluso abiertos
—¿cuánto de mí se fugará?—,
y estoy listo para decir que sí.
La voz de Dios es una carcajada
ahogada y carrasposa.
Golondrina
Despuntaba el celoso sol
cuando el pájaro se hizo piedra.
Palabras y brillantes se revolcaban,
y en pleno jolgorio me dijo «éste es mío».
Todo teñido de astuto sepia,
macabra espera,
fatal abrazo,
distancia plena.
Espérate, sueño:
no he dicho que vengas.
Serénate, minutero.
Guarda el aliento, golondrina.
Ya habrá ocasión de trazar el borde.
Te llamarás Eduardo
Estás dando rodeos,
contando de dos en dos,
apoyándote muy fuerte en las barandas.
La viste
—o a su huella—
en la cicatriz o en tus pestañas
o en tu huella.
Te fumaste un cigarrillo.
Pensaste que tu nombre no es sonoro,
que no puedes decir, como tu poeta favorito,
«Eduardo: no te pongas a llorar».
En tu corazón te llamarás Eduardo.
Mejor llamarse Amor
y emparejarse con la lágrima, que es libre.
Miraste por la ventana,
y el mundo estaba hecho una miríada de mundos
en las goticas de lluvia matutina
y en el multiplicador desplazamiento de los carros.
Estás dando rodeos
para evitar el tiempo presente
y la palabra Yo.
Yo estoy aquí,
y un sueño que me acompaña hoy
me pone la mano en la frente y me dice:
«Estás dando rodeos.
Tienes fiebre.
No te pongas a llorar».
*Jens Gärtner Gutiérrez. Escritor y docente. Nació en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, en 1993. Vive en Medellín desde 2015. Estudió Filosofía en la Universidad de Antioquia. Además de a la producción poética, se dedica a procesos como la edición, la corrección de estilo, la traducción, la diagramación y la enseñanza de lenguas y literatura. Ha participado en escenarios poéticos como el 34° Festival Internacional de Poesía de Medellín. Actualmente es integrante del Colectivo Axiz, que se dedica a la exploración, difusión y promoción de la literatura a través de las nuevas tecnologías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario