BALADA DEL HOMBRE QUE ABANDONÓ SU PACTO CON LOS PÁJAROS
Como si la vida te fuera en ello.
Como si no hubiera en el mundo más palabras que las tuyas.
Como si no existieran más razones que las que tú manifiestas
en todos los seducidos labios de la tierra.
Como si los satélites cubiertos de poesía,
se hubieran unido para hablar de tus sentimientos.
Así reconocí tu cuerpo bajo el diluvio,
tan terrible como la muerte, tan ardiente como la vida.
Entonces fue mi destierro al edén de las cosas
y te reconocí como a la miel recién cosechada,
como a las olas y a los acantilados,
rugientes, musicales y libres y tuyos.
Reconocí las calles y el verbo,
las manos, tu tacto decidido, el invierno de tu organismo,
las casas y la niebla de tu boca.
Reconocí tu huida: ¡Oh triste enamorado!,
¡Reconocí tu huida!
Fue entonces, cuando el tiempo dejó caer su pecho sobre la arena.
Cuando el polvo sepultó la tierra horadada de tus pasos.
Cuando el silencio de los días se fue acumulando en otros días.
Fue entonces, cuando el hombre herido
abandonó su pacto con los pájaros.
Fue entonces, cuando la soledad renunció a tu memoria,
para dar paso al olvido cruel de tu nombre.
BAJO LAS PESTAÑAS DEL SOL
Paisajes crepusculares
Paisajes crepusculares
emergen bajo las pestañas del sol.
Y, en sus vientres, en probos racimos de azúcar,
las nubes crecen luces del color del bronce.
Cada tarde, la misma estrella,
desciende en tonos rojizos,
hacia las estaciones silenciosas de la lluvia.
Cada tarde, liba el niño,
los pechos de la ternura, por tanto,
es así como adormece la vida, su ardor infantil.
En la anochecida, cuando nadie los ve,
los astros se acarician con sus manos blancas,
el gato maúlla en la tapia que agita las sombras
y las parejas se miran bajo el beso senil de Eros.
El día desciende y toca la noche,
vuelve la vida a latir en el instante,
y a mí me queda la sonrisa que a diario invoco,
y a ella los besos que a diario le entrego.
Y, en sus vientres, en probos racimos de azúcar,
las nubes crecen luces del color del bronce.
Cada tarde, la misma estrella,
desciende en tonos rojizos,
hacia las estaciones silenciosas de la lluvia.
Cada tarde, liba el niño,
los pechos de la ternura, por tanto,
es así como adormece la vida, su ardor infantil.
En la anochecida, cuando nadie los ve,
los astros se acarician con sus manos blancas,
el gato maúlla en la tapia que agita las sombras
y las parejas se miran bajo el beso senil de Eros.
El día desciende y toca la noche,
vuelve la vida a latir en el instante,
y a mí me queda la sonrisa que a diario invoco,
y a ella los besos que a diario le entrego.
ESCRIBO.
Esta luz tan familiar atraviesa los visillos,
en el salón, el piano al poniente de la música,
viaja y afina sus teclas sonoras.
Salgo y a las aceras del carámbano, las rodea el tiempo.
Sé que al son de las calles desiertas,
en los blancos cruces de la nieve,
existe el paso de las flores.
No sé por qué escribo, pero lo hago.
La luz y las flautas del pan dejan su labor en el aire.
Dibujados por la poesía, los caballos viajan al trote.
Los bandoleros pierden la voz dentro del bosque.
No sé por qué escribo, pero lo hago, así, sencillamente.
Las flautas salen al trote de las luces.
Los caballos danzan en la Sierra Madre.
Los bandoleros cantan en los caminos de la tregua.
Y yo no sé por qué escribo, pero lo hago.
Tal vez porque ellos existen para que yo escriba,
sobre sus corazones de tinta, mi poesía.
Esta luz tan familiar atraviesa los visillos,
en el salón, el piano al poniente de la música,
viaja y afina sus teclas sonoras.
Salgo y a las aceras del carámbano, las rodea el tiempo.
Sé que al son de las calles desiertas,
en los blancos cruces de la nieve,
existe el paso de las flores.
No sé por qué escribo, pero lo hago.
La luz y las flautas del pan dejan su labor en el aire.
Dibujados por la poesía, los caballos viajan al trote.
Los bandoleros pierden la voz dentro del bosque.
No sé por qué escribo, pero lo hago, así, sencillamente.
Las flautas salen al trote de las luces.
Los caballos danzan en la Sierra Madre.
Los bandoleros cantan en los caminos de la tregua.
Y yo no sé por qué escribo, pero lo hago.
Tal vez porque ellos existen para que yo escriba,
sobre sus corazones de tinta, mi poesía.
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*José Cercas Domínguez. Poeta español, nació en Santa Ana (Cáceres), en 1959. En la actualidad, trabaja como coordinador cultural. Es un poeta de profundo arraigo en Extremadura, de cuya extensa obra cabe destacar: El tiempo que me habita (Editorial Alfasur, 2006), Los versos de la ausencia y la derrota (Vitruvio, 2009), Dana o la luz detenida (Editorial Alfasur, primera edición, 2011; Rumorvisual, segunda edición, 2011), Oxígeno (Editorial Ariadna, 2012). Detrás de la noche. Antología de poemas de amor (Norbanova, 2013). Los marcados días de la lluvia (Vitruvio 2015). Madre, (La Isla de Siltolá, 2016).
Ha ganado el premio Escriduende al mejor libro en prosa-poética. Ha ganado el premio Internacional de Literatura Gustavo Adolfo Bécquer, 2021 Como animador y gestor cultural, viene realizando una intensa labor en Extremadura, su tierra. Ha coordinado con acierto las ferias del libro de Requena, Valencia (1989) y de Trujillo (2015, 2016, 2017, 2018, 2022 y 2023) y ha dirigido las jornadas por la Paz en Montánchez (2017 y 2018) y las Jornadas de la Dehesa y la literatura de Santa Marta de Magasca (2017 y 2018). I Jornadas de Literaturas Hispanoamericanas 2022. Feria del libro de Trujillo 2023 y 2024 en Extremadura (España).
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