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martes, 22 de abril de 2025

"La hoguera" relato de Andrés F. Torres Cortés



En la mirada de mi esposa hay una tristeza hostil. Sus ojos color almendra refulgen fijamente como una flecha tensada por el arco. Temo que la angustia nos arrebate la poca humanidad que nos queda. Todo comenzó el día en que ella se quedó sin empleo en el bufete. Preocupada por el futuro, se culpaba por no haber previsto el recorte de personal. Prometí que saldríamos de esto y que nuestra felicidad bastaba con amarnos, sin prestar atención a las dificultades.

Días después, me llamó el decano de la facultad para decirme que mi cátedra de literatura había sido ocupada por alguien: mayor experiencia, mejor hoja de vida. Cinco años en la Universidad Salesiana de Bogotá arrojados a la basura. De la preocupación, mi esposa pasó al reproche. Bigotón, un tierno schnauzer que adoptamos recién llegados a nuestro apartamento, ladraba alegre, absorto, compañero fiel e inocente; incapaz de percatarse de la ausencia de sus galletas preferidas.

Pasaron los días, las semanas y en el calendario tachamos algunos meses. Los amigos nos dieron la espalda y nuestros padres pontificaron sobre el matrimonio, pero sus oídos ensordecieron cuando les pedimos dinero prestado. Nos cansamos de tocar puertas, de visitar las páginas web de empleo y de asistir a entrevistas que siempre finalizaban con la estúpida frase: “No nos llame, nosotros lo llamamos”. Fueron amables al principio los bancos, después fueron las llamadas hostiles y las amenazas judiciales. Nos resignamos a no contestar los teléfonos, antes de que tuviéramos que venderlos a un precio irrisorio. Bigotón movía felizmente su cola a pesar del cambio de dieta a dos croquetas al día.

Con las facturas, papelería inútil que crispaba los nervios de mi esposa, me fui haciendo a la idea de llevar una vida más austera. Se acabó el whisky bourbon, la cerveza alemana, el jamón serrano y el queso de búfala. La exquisita ropa de mi esposa, géneros, linos, tafetanes y terlenkas de distintas marcas exclusivas, se invirtió en comida enlatada cuya calidad, y cantidad, era cada vez peor. Ni pensar en los servicios del peluquero, el psicólogo, el veterinario de nuestro perrito. Él batía incesante su cola en un intento inútil de aliviar los problemas.

Tras empeñar el último mueble, el vacío se apoderó del apartamento dotando al sonido de un eco estentóreo. Como monjes comíamos el alimento sentados en el suelo y dábamos nuestras sobras a Bigotón. Demacrado mordía y lamía el plato, deseoso, como nosotros, de que la porcelana se pudiera comer. Y con el vacío llegaron las discusiones. Mi paciencia menguó al punto de que el amor que profesaba a mi esposa se tiñó de duda. Bien decía mi padre que el conflicto matrimonial le teme a la abundancia. Él, que pasó por dos terribles divorcios que lo llevaron a la quiebra y casi lo llevan a la locura.

Teníamos más deudas que comida en la nevera. Un día nos cortaron el agua, otro día el teléfono y otro día el gas. El hambre hacía venia al vacío y por el vacío mi esposa enfermó. El poco dinero que quedaba en mis bolsillos lo invertí en sus medicinas. El perro ladraba desesperado por el hambre, desesperándome a mí también. Las horas del día trascurrieron pesadas; oía ladridos a cada instante, mi esposa ardía en fiebre y nuestras tripas gruñían sin sosiego.

Entonces la noche se hizo presente.

Ella imploraba por comida. Al intentar encender el bombillo de nuestra habitación llegó la última tragedia: nos habían cortado la luz. Los ladridos de Bigotón me tenían harto y el delirio febril hizo que mi esposa gritara cosas terribles. Mi raciocinio perturbado, la locura que produce el hambre y el cansancio, determinaron una decisión monstruosa.

Primero reuní todas las tarjetas de crédito, todas las cartas de los abogados y todas las facturas. Apiladas en una montaña de considerable tamaño, las encendí con los últimos dos fósforos que encontré en la cocina. La hoguera iluminó la sala, mientras el famélico perro empezó a chillar como las cuerdas desafinadas de un violín.

Lo siguiente que hice, sin remordimiento alguno, me hizo ignorar el tiempo. En mi memoria persiste un crujido, un silencio sepulcral y una labor difícil. Llamé a mi esposa a comer. Pálida y desorientada se sentó conmigo alrededor de la lumbre. No pidió explicaciones ni hubo discusión. Tomó el caldo que le preparé con mi cariño trastocado, sus dientes destrozaron sin piedad la carne. Los huesos quedaron limpios en el plato.

Ahora, tras la placidez que da la llenura, me mira. Sus ojos almendrados y tristes comprenden la locura, el salvajismo en los que hemos caído. Prefiero pensar en esa mirada de fulgor y no en el hambre que aún me acosa; en el olor putrefacto que habita cada rincón de nuestro hogar. A veces oigo ladridos, otras veces creo que son simples sollozos. Por momentos siento que ella ya no está conmigo y que lo que resuena en mi interior son solo los ecos de su ausencia. Mientras tanto el hambre no cede y, no sé por qué, pero por algún motivo no soy capaz de levantarme y largarme de este cascarón de apartamento que me parece cada vez más etéreo, tan ajeno a mí y a lo que hacía unos meses consideraba mi refugio y mi felicidad. Pobre Bigotón, cuánto lo voy a extrañar…


*Andrés F. Torres Cortés. Bibliotecólogo. Reside en Bogotá. Ha publicado algunos microcuentos en el espacio literario “La esquina delirante” del periódico El espectador. Entre sus autores favoritos están: Mariana Enríquez, Fernando Vallejo, Umberto Eco, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Marguerite Yourcenar, William Ospina, entre otros.

lunes, 21 de abril de 2025

"Palabrero de alas" poemas de Ángela Penagos Londoño


Palabrero de alas
 

            A mi padre Luis Arturo Penagos 
              
Toma mi mano, 
llévame una vez más 
a la palabra. 
tú pondrás 
un soplo tibio sobre la heredad 
de los sueños. 
 
Porque fuiste ayer 
hierba en mi memoria, 
espejo en el horizonte, 
rumor de ternura 
en el fresco olor de la lluvia. 
 
Enséñame el camino, 
brota en la piel 
de la tierra 
como beso sin tregua 
en el silencio  
de las cosas. 
 
Es hoy de nuevo. 
te reconozco  
en los almanaques antiguos 
que miran mis ojos 
en la sangre 
del cordero.  
 
 
Negro óptico 
 
Mira con esmero 
como se despereza 
la brea de la noche. 
 
Los árboles 
están hechos de azul, 
el café perturba el cielo, 
blanca es la flor del trébol 
en el pico del abismo. 
 
Entre tanto 
mis ojos en tus ojos, 
son un enjambre acuoso, 
bajo la luna de ríos de trigo. 
 
Cuando la luz golpea 
en la clorofila, 
nace la vida, 
matriz infinita, 
carta de colores, 
en el relámpago 
de la noche. 
 
 
Puerto del buen regreso 
 
                           -Alejandría- 
 
Escucho el canto 
de los grandes pájaros 
con alas de viento marino, 
marco la brújula 
al oeste de todas las distancias, 
en la palabra 
que desde lo alto 
corona el cielo. 
 
Los pescadores 
llevan a sus espaldas 
crepúsculos de espejos rojos, 
el Mediterráneo 
se asoma por la ventana 
de siglos. 
 
Soy caminante de mundos, 
dejo entre la arena 
lo que fue ayer, 
con la primera luz 
de las pupilas. 
 
Un soplo tibio 
sobre la escollera 
-marea de la noche- 
ancla de navíos 
en los viejos tablones 
de cubierta. 
 
 
*Ángela Penagos Londoño. Su nombre tiene de una mujer alondra, su abuela. Su padre, Arturo, vendedor de telas, de vida simple y saberes antiguos, su madre, Lucía, entre de trece lunas, alimento nutritivo de los afectos. Guarda en el cofre de la memoria imágenes de la casa vieja, de paredes de bahareque, corredores de fiesta y patios con huellas de sus antepasados. Dice que se parece a ella en el blanco anhelo, en el tejado dulce, en la arcilla de guacas y conjuros. Es escribana, poeta, contadora de historias, gestora cultural, diseñadora de experiencias creativas. Escribe para amar, reclamar y recordar. Es fundadora y presidente de la Red de Mujeres Artistas de Medellín – Remart. 
Ha publicado los libros: Silencio del mándala (2008), Umbral del ángel (2009), Ecos de marimba (2012), Flor de arizá 2016, libro ganador de estímulos de la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín, Diosa del Verbo (2021), Titania (2022), La luz que llega (2023), invitada por el Grupo Editorial Cátedra Pedagógica para hacer parte de la “Colección Autores Latinoamericanos”. Savia entre mis venas, poesía – ritual libro ganador de estímulos de la Alcaldía de Medellín, 2023. Ha sido reconocida con el premio de poesía por el Museo rayo en el 2019 por su obra Titania. En el 2020 recibió la distinción de la Pluma de Oro del Parlamento Internacional de Escritores en Cartagena de Indias. Es finalista a los premios: Women Changing the World Awards 2025 como Líder del año. Fue nombrada en el Consejo Consultivo Departamental de las Mujeres en Antioquia, organismo técnico y político cuyo objetivo es servir de instancia consultiva frente a la aplicación de la política pública de las mujeres.