¿No querías un bosque?
¿No lo deseaste tomando tu casa por asalto
mientras se dilataba el canto de la luna?
¿No lo viste venir en la humedad suntuosa
del patio, después del riego de la tarde?
Crecía a tus espaldas,
cuando te desnudabas atrás del sosegado velador,
después de haber colgado el vestido,
y al soltarte
con la seda de fondo del tren de medianoche.
Entonces el roce de las sábanas te pulía las piernas,
y se enterraban las raíces
un poco más,
un poco más,
en el irrefrenable corazón de la tierra caliente.
Ahora que te sangran los dedos
cuando arrancás los brotes de la pared del cuarto,
pensás que apenas se insinuaban
con el café del desayuno.
Debiste haber previsto
que lo que se persigue con el cuerpo
termina dando flores
de una frondosidad indómita.
En esta casa se nos rompen las copas
con curiosa frecuencia,
vienen los gatos de todos los vecinos
a olerse la lujuria,
cada mañana me quito un brote
que el sol ha madurado.
Yo digo que se nos rompen cosas
como si aquí hubiese alguien más,
y algunas veces me tapo la cabeza
porque los gatos gritan
a punto de morir.
Hoy esperé a que se pusiera el sol
y me interné en la selva;
le hice frente, le dije:
¿Ves? Vengo sola a mi patio
con una bolsa negra y el cuchillito de cocina.
Cuando alcé el puño con la raíz adentro
como a un recién nacido,
la selva hizo el silencio que se espera de un hombre,
y es eso,
el humor vegetal
que gotea en el fondo de la bolsa,
lo que me tiene sin pegar un ojo.
Mantener la humedad del jardín
en la mañana encendida de enero
asegura una tregua
de cara al resto de los planes del mundo.
A veces el azar interrumpe el desorden
de la tierra en contacto con el agua:
una sirena pone nerviosos a los perros,
crece la voz de alarma detrás
de cada reja
como en un dominó.
Aquí, mientras se incendia el mediodía,
doblamos el esfuerzo
para inclinar el eje del planeta
en un ángulo recto
a partir del declive natural de la casa.
Por suerte, el buey sabe tirar
como una yunta de animales de fuerza,
y con viento a favor
volverá el equilibrio del caos en el caos:
antes que den las doce
repondremos el nombre natural
de las cosas.
*Estela Zanlungo nació en Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires. Es poeta, docente y Técnica Superior en Coreografía e Interpretación de Tango (Edta). Ha participado de encuentros de poesía en el país y en el extranjero. Coordina talleres de escritura literaria.
Publicó: Soñar con agua (del Dock, 2014). Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes 2012. Los días del Buitre (La mariposa y la iguana, 2018), declarado de interés municipal en Lomas de Zamora, 2018. Los hijos de la jauría (Vuelta a casa, 2020), declarado de interés municipal en Lomas de Zamora, 2021. Gerli (Lago editora, 2021). Casa de buey (El andamio ediciones, 2022), Mención Honorifica Fondo Nacional de las Artes 2021. Formó parte de las Antologías 2008/2009 y 2010/2011 de la Clínica de Poesía de la Biblioteca Nacional. Sus poemas han sido publicados en Antologías nacionales e internacionales, en revistas culturales y en ciclos literarios.