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jueves, 21 de noviembre de 2024

"Beneficio" cuento de Jorge Etcheverry Arcaya

El beneficio estuvo muy concurrido, superando las expectativas más optimistas del Comité, cuyas dos organizaciones miembros y sus escasos afiliados lo habían organizado desde la nada con gran esfuerzo y casi sin recursos. Por lo menos había doscientas personas, y seguían llegando más. Habíamos llamado por teléfono a un restaurante amigo, y unas niñas llegaron a ayudar cuando terminaron su turno.

Casi toda la carne que habíamos comprado —porcina, vacuna, cordero, pollo e incluso algo de pato, pavo, conejo, rana, mariscos y pescado— venía del lote más fresco del frigorífico de un local que recibía remesas directamente desde las granjas y criaderos de los alrededores, de los puertos cercanos. Todo era fresco, salvo la insolvencia acumulada por las pérdidas cuantiosas del dueño, que estaba enviciado con el juego. De ahí la liquidación apresurada de las premisas y su contenido. Lo supimos por Vásquez, y eso nos permitió adquirir módicamente esas carnes y mariscos variados, así como parte de la verdura y los postres, todo a precio de huevo, pero de consumo forzoso a lo más en tres días.

A esas alturas ya casi no quedaba nada, aunque la Ximena me dijo que me había guardado carne asada porque sabe que soy muy carnívoro. Mientras tanto, yo hablaba al lado del baño del salón con Pancho, que me estaba pasando cien dólares porque había conseguido una subvención para este acto con la municipalidad mediante unos contactos que tenía. Había convencido al alcalde de que el beneficio era una oportunidad para el intercambio con las diversas partes locales de este mosaico multicultural canadiense. Pancho se había guardado otros cien, lo mismo que Vásquez, y los otros quinientos se habían convertido en parte de nuestro aporte como organización al beneficio.

El evento, que había comenzado a eso de la una de la tarde, ya se estaba estirando hacia las primeras horas de la noche. Y como digo, seguía llegando gente, mientras las torrejas de asado se hacían por fuerza más delgadas. La Xime había llamado a una panadería-pastelería de una señora latina amiga, que ahora estaba llegando con su hija y unas bolsas del pan sobrante del día. Ambas pasaron anónimas entre el grupo que acababa de llegar, imagínense, a esa hora. La Ximena salió a recibirlas y le puso algo en la mano a la señora, unos billetes quizás.

En eso pasa por detrás mío una niña morena, buenamoza y torneada, que me había estado mirando de lejos y que me roza, no sé si con intención, mientras Pancho saca cuentas en voz alta: unas trescientas personas que pagaron 10 dólares. Algunos habían protestado por el cobro en los medios sociales, pero yo, que soy de izquierda todavía, pero no huevón, les había dicho que leyeran la publicidad. Clarito decía que era un beneficio. Total, tres mil por concepto de entradas y unos veinte de consumo promedio por persona, más otros mil resultantes de la rifa. Estamos llegando a los diez mil, con unos dos mil de gastos a todo reventar. El trabajo es voluntario, los premios de la rifa son donaciones, la publicidad se hace gratis en los medios sociales y las radios comunitarias, y los curas nos cobran el mínimo por el local. Así que estamos con cuatro mil de ganancia por cada organización. Para empezar.

En eso la Xime llega y me dice que, como parece que no voy a comer ahí y no va a quedar nada, me pasa una bolsa de plástico llena de carne. No sé de qué tipo, o a lo mejor una mezcla, que coloco automáticamente en mi bolso. La niña esa que me había rozado ahora está sentada en una mesa y parece que me está mirando, mientras la Ximena me dice que llegó un cheque de una donación personal de un diputado liberal. Otra, del alcalde de la ciudad. Y una más grande, de un abogado latino que financia eventos para descontarlos en sus declaraciones de impuestos. Cuatro mil dólares. Ella con la boca abierta, y yo le digo que para él es un moco de pavo. Además, lo descuenta de los impuestos. Back in business, le digo. Otra vez al pie del cañón. Ahora nuestras organizaciones hermanas van a levantar cabeza como sendos fénixes culturales y patrimoniales con intereses encontrados a veces, pero bueno.

La Xime me dice que Sarah había llamado por tercera vez. Me acuerdo de que había quedado de juntarme con ella en el centro como a las siete a todo reventar, y ya deben ser como las ocho, ocho y media. Ella me había dicho que no le gustan las aglomeraciones y yo le había dicho que viniera, que iban a llegar cuatro gatos.

Entonces me tengo que ir. Salgo del local y camino, como en un cuarto de hora, las diez cuadras que nos separan del puente donde nos vamos a juntar. Vamos al lado francés de la ciudad. Hay que caminar un par de cuadras para cruzar el río. Hay que apurarse. Salgo de esa atmósfera en que se mezclan los acordes de la música, el murmullo de las conversaciones de toda esa gente, el aroma de las carnes asadas, el perfume y el sudor. A esa hora un pájaro sensual parece que baja del horizonte, y me hubiera quedado a lo mejor conversando con esa niña morena que estoy seguro de que me estaba mirando desde su mesa. Aunque yo podría ser su papá. A lo mejor casi su abuelo.

Pero ya me había comprometido con Sarah y me tenía que ir, a pesar de las tentaciones.

Cruzo el puente y decidimos con Sarah que vamos a ir a un restaurante francés. Lo hacemos más o menos al azar, ya que hay varios y bastante variados. Ella, como de costumbre, examina la fachada, el menú de cada restaurante: “No menu, no venue”, que en inglés quiere decir que si no hay menú afuera, visible, no entramos. Otra regla que seguimos es la de “no price, no nice”. Es decir, si no anuncian los precios, tampoco entramos. Debe ser re caro. Los dueños saben que a algunos de los clientes les da vergüenza salir una vez que están adentro, y se quedan. Situación que ambos, vergonzosos como somos, tratamos de evitar.

 

*Jorge Etcheverry Arcaya, nacido en Chile, vive en Ottawa, Canadá. Es profesor de filosofía, tiene una maestría en lengua y literatura hispánica y un doctorado en literatura comparada. Perteneció al Grupo América y la Escuela de Santiago, agrupaciones poéticas chilenas de fines de los 1960. Textos suyos de poesía, prosa y crítica han sido publicados en diversos países en revistas y libros  impresos y virtuales, en castellano y traducciones al inglés, francés, italiano y portugués. Sus últimos libros son Clorodiaxepóxido, poemas, Chile, 2017; Los herederos, novela de ciencia ficción, 2018; Canadografía, antología de prosa hispanocanadiense, Chile, 2017; Samarkanda, poemas, Canadá, 2019; Outsiders, narraciones en inglés, 2220. Recientemente aparece en las antologías Wurlitzer. Cantantes en la memoria de la poesía chilena, Chile, 2018; Antología de la Revista Entre Paréntesis, de Chile, 2018; Antología de la poesía chilena de la última década, (Chile, 2018), Antología mundial de poesía; La papa, seguridad alimentaria, Bolivia, 2019; Anthologie de la poésie chilienne, 26 poètes d’aujourd’hui (France 2021). . Es colaborador y miembro del comité editorial de la revista Entreparéntesis, y Off the Record. Su último libro de poemas es Orejas y vanguardias (Chile, 2024).

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