Isi y yo compartimos toda una vida, prácticamente crecimos juntas, unidas por secretos, complicidades, llantos, risas y el cariño verdadero de las mejores amigas.
En ese entonces vivíamos en Salem, un pueblo de mujeres duras y valientes que hacía muchos años no le tenían miedo a nada.
Nuestras vidas no fueron sencillas, pero juntas le dimos la cara todo lo que se presentaba y, de igual manera, celebrábamos por lo alto lo que le daba sentido a todo.
Uno de esos momentos fue el nacimiento de Dolores. Aún recuerdo lo rosada de su piel y la melena espesa con la que nació, un día feliz y extraño en que las aves detuvieron sus vuelos y dejaron de cantar para recibirla.
Recuerdo a Isi, orgullosa de esa pequeña de grandes ojos caoba que te miraba tan profundo que parecía traspasarte. A medida que crecía se volvía inquieta, curiosa y sumamente inteligente. Su imaginación desbordada a veces me asustaba, sobre todo cuando se ponía a hablar quedito junto a mí, a contarme cosas que nadie podría haber sabido sobre mi abuela, y muy cerca de mi oído me decía: “esto es sólo para ti”.
Con el tiempo Isi y yo descubrimos o más bien aceptamos el gran talento que tenía Dolores, no era solo imaginación, era el real y auténtico poder de ver más allá de lo que cualquiera podía ver o intuir, ella era capaz de escuchar y hablar con los espíritus o seres invisibles que habitaban otros planos.
La verdad, a mí me daba un poco de temor y aunque la quería casi como a la hija que no pude tener, siempre mantuve cierta distancia. Aún recuerdo el día en que la encontré siendo muy pequeña todavía tronando el cuello de pequeñas aves para ver lo que tenían que contarle, sin malicia, con los ojos iguales a los de una vieja.
Desde muy joven empezó a hacer predicciones y era tan atinada, que pronto comenzó a ser consultada, admirada y temida, al principio, por sus amigas, que no podían creer que Dolores fuera capaz de descifrar sus males en el amor. Lo que empezó como un juego con el tiempo se volvió una fuente de ingresos y se tomaba todo muy en serio. La gente la buscaba y respetaba, seguía al pie de la letra sus consejos por más estrafalarios que sonaran y tomaban decisiones a partir de sus predicciones. Diagnosticaba enfermedades, descubría infidelidades, encontraba desaparecidos, lograba o arruinaba negocios entre otras muchas cosas.
Su talento era bien remunerado y los clientes entraban y salían en todo momento. Dolores parecía aceptar su destino sin protestar, dejando de lado su vida para acomodar las vidas ajenas. Isí vivía orgullosa, feliz, confiada y ayudando a Dolores en todo mientras cocía ropa para entretenerse y tener conversaciones con otras mujeres que siempre buscaban quedar bien con ella para estar más cerca de Dolores.
Nunca le permití una predicción, a pesar de su insistencia, siempre tuve miedo de lo que fuera imposible de cambiar.
Hace poco más de un año Dolores le dijo a su madre que enfermaría de un extraño mal y poco a poco moriría.
Así que juntó sus cartas de lectura, libros, apuntes, amuletos, campanas y pociones contra el mal de ojo y la mala suerte para dárselos a Génesis, su pupila, una joven según palabras de Dolores, con un gran don en la videncia. Hizo algunos amarres que tenía pendientes, llevó algunas fotos a enterrar al panteón, clavó alfileres a diestra y siniestra y encendió más veladoras que nunca.
Isi, desde ese día comenzó a llorarla y lejos de ayudar estorbaba, o eso sentía, pues Dolores le pedía con todo el corazón que estuviera lista para ese momento final en el que dejaría el mensaje más importante de su vida:
“Madre, para ese momento es que he venido al mundo, no llore, sea valiente.”
Pero se debe entender que pedirle a una madre que sea valiente cuando sabe con certeza que su hijo morirá es una verdadera locura e insensatez.
Dolores preparó su mortaja, con el vestido rojo de fiesta, con una pequeña muñeca vudú que tenía su forma, con la foto de su padre y la foto de su madre, separadas, como habían estado siempre, con la trenza inmensa que le habían cortado de niña y una pequeña cruz que le habían bendecido el día de su primera comunión.
Entregó varias cartas cerradas y post fechadas a destinatarios que con el tiempo y durante la enfermedad de Dolores, se fueron abriendo. Cada una de esas cartas contenían predicciones muy certeras que no dejaban de sorprendernos a todos:
La muerte del alcalde, La desaparición de la niña Celina y donde encontrar su cuerpo, la inundación del templo sagrado, entre muchos otros.
Después de un tiempo dejaron de abrirse, cuando en una de esas cartas se hablaba de un gran incendio que por más que se intentó no se pudo evitar y terminó cobrando la vida de más de 20 inocentes. Todos sentíamos miedo y los dueños de esas cartas no querían la responsabilidad de conocer el futuro y no poder hacer nada para evitarlo o cambiarlo.
Imagino que algunas cartas siguen guardadas celosamente porque tampoco se atrevieron a destruirlas.
Su madre la lloraba noche y día y una mañana como todas las demás, Dolores ya no pudo levantarse de la cama.
Isi corrió por el doctor en contra de lo que le había pedido Dolores que tenía la certeza de que nada la salvaría y aceptaba su destino como una mártir.
El doctor se encerró con ella por más de una hora. Isi, con la oreja muy pegada en la puerta trató inútilmente de escuchar o más bien de entender lo que decían pero le fue imposible.
Al salir de la habitación el doctor salió con una expresión molesta. Isi le preguntó por el mal que aquejaba a su hija a lo que contestó con una mirada triste que nada y abandonó el lugar.
Isi llena de felicidad, como era de esperarse, corrió a ver a Dolores que seguía postrada en su cama.
“Ya me dijo el doctor que no tienes nada”, pero como respuesta Dolores cerró los ojos, muy fuerte, y comenzó a temblar con violencia.
Isi se llevó el susto de su vida pues parecía que la cama se rompería por las violentas sacudidas. Toda la noche fue así, con muy pocos momentos de calma, con sombríos sonidos guturales provenientes de Dolores que Isi nunca había escuchado. Al otro día Dolores durmió casi todo el tiempo mientras Isi extenuada le preparaba caldos y bebidas calientes que la ayudaran.
Isi me dijo que lo único que le importaba en ese momento era la salud de su hija, que por ella era capaz de todo.
La verdad, desde ese momento vi que en la mirada de Isi algo se había apagado y en su voz se percibía un suave temblor, como si estuviera a punto de llorar.
Las semanas pasaban y el único síntoma eran los temblores que comenzaban cada vez que Isi se acercaba a Dolores, en algún momento Isi se sintió responsable del mal que le aquejaba a su hija por lo que tomó la dura decisión de acercarse a ella sólo para lo más indispensable, comida, limpieza, algo que ella le pidiera y la veía desde lejos con el alma en la boca, detrás de una pequeña rendija de la puerta. Poco a poco los temblores cedieron y la pobre de Isi empezó a abrigar una pequeña esperanza.
Todos los que conocían a Dolores y sus numerosos clientes estaban al pendiente de la enferma y a menudo iban a preguntar por su salud, la curiosidad del último mensaje que recibiría desde el más allá, de las voces de los muertos o de los ángeles o demonios o incluso del mismo Dios mantenía viva su fama y misticismo. Debo mencionar que incluso yo quería saber de qué se trataba ese mensaje que mantenía a Isi en estado de tortura permanente.
Pienso que en el fondo todos deseábamos que muriera.
Yo veía a Isi transfigurándose cada día más y más mientras Dolores seguía impávida en su estreno lecho de muerte, temblando de vez en cuando y comiendo apenas el caldo que su madre con tanto cariño le proporcionaba.
Sentía una rabia terrible y mucha pena, ya habían pasado más de cuatro meses y Dolores seguía postrada. Lo único que había perdido eran un par de kilos que por cierto le sobraban y mientras Isi no pegaba un ojo esperando espantar a la muerte y cosiendo incansablemente para ganarse el sustento diario.
La pobre Isi se veía agotada, demacrada y debajo de los ojos dos abultadas bolsas azules asomaban cada día un poco más, la sonrisa se le había esfumado y la piel de su rostro se había llenado de marcas casi de la noche a la mañana, ya no se peinaba, ya no se arreglaba las uñas y comenzó a desarrollar un tic nervioso que le notabas al platicar, una extraña mueca de puchero luego de cada oración que la hacía parecer una loca.
. Yo trataba de calmarla y a veces intentaba acercarme a Dolores, echarle un ojo para ver si le encontraba algo mal pero Isi no quería que la molestaran y como una furia me apartaba de la puerta.
El tiempo pasaba y la curiosidad se iba desvaneciendo, todos especulaban sobre si Dolores era una charlatana o una verdadera vidente, cada vez menos gente preguntaba por ella, y como mencioné antes, luego del incendio las cartas restantes no fueron abiertas.
Una noche Isi llego a mi casa desecha en un terrible llanto que la ahogaba, yo pensé que por fin Dolores había muerto, en mi interior sentí un gozo terrible porque al fin Isi descansaría de la agonía eterna de su hija, quien desde mi punto de vista no era más que una desobligada e insensible mujer que se había aburrido del mundo y mejor prefería estar dormida.
A Isi le tomó bastante tiempo controlarse, yo la dejaba desahogarse, la abrazaba con ternura y firmeza para que no se sintiera sola, yo siempre estaría ahí para ella.
Al fin, Isi logró contarme lo que pasaba, Dolores seguía postrada, como un mueble viejo, pero ahora por fin le había hablado luego de un par de meses de haber guardado silencio e ignorar por completo a su madre quien le rogaba una palabra al menos.
Me quedó muy claro que Olores era todo penos un buen ser humano. Si le habló a su madre fue solo para recriminarle con dureza porque, según ella, no estaba cumpliendo con su papel en ese momento tan importante de la vida y muerte de Dolores. Isi desesperada le pedía a gritos que le aclarara cuál era ese papel dentro de toda esa miserable locura, que ya no podía más, que si no le decía no sabría qué hacer, que ella no era adivina.
Dolores le respondió con desprecio que no hacía nada para recibir el mensaje, que la dejaba sola tanto tiempo que moriría sin que hubiera un testigo de ese momento y sus últimas palabras, que como madre debería entregar muchas cuentas al final de sus días, que ardería en el infierno por no tener fe y ayudarla.
Tratar así a su madre, que estaba perdiendo la vida al mismo tiempo que ella.
Recuerdo bien el odio que me recorrió en ese momento, un ardiente fuego eléctrico que se salía por mis ojos. Me contuve por Isi, la apreté y tratando de suavizar las cosas le dije que seguramente Dolores deliraba por el tiempo que llevaba postrada y su evidente desnutrición, pero las palabras de Dolores ya habían causado un efecto terrible en el ya de por si atribulado corazón de esa mujer.
Esa noche la acompañé a su casa en cuanto estuvo tranquila, por más que insistí no quiso quedarse conmigo, la verdad yo la estimaba mucho, no me da pena decir que la amaba como a una hermana.
Una vez en su casa traté de entrar a la habitación de Dolores que en ese momento dormía tranquilamente pero Isi me lo impidió.
“Dolores”, me dijo Isi, “está pasando por el momento más difícil de su vida, yo creo que las voces han dejado de hablarle y eso le está afectando”.
Pobre mujer, enceguecida por el amor que le tenía a su inútil hija.
No había nada ni nadie que la hiciera cambiar de opinión, para ella su hija era la víctima de una vida excepcional.
Después de esa noche Dolores le daba los buenos días a su madre diciéndole que ya había llegado el momento de morir. Los primeros tres días Isi no se despegó de su lado, nerviosa, triste, conteniendo las lágrimas en el borde de los ojos para no hacerla enojar. Dolores había pedido que se les avisara a sus clientes y vecinos quienes afuera de su casa rosarios en mano murmuraban oraciones y especulaciones llenos de morbo y curiosidad sobre el mensaje que dejaría Dolores, tal vez, sobre el fin de los tiempos.
Al cuarto día ya nadie esperaba ningún suceso y la máquina de coser de Isi ya se encontraba en la habitación de Dolores de la que apenas y se despegaba mientras le crecía un enorme hueco en el estómago.
Toda la situación era insostenible, manipuladora, enferma y a mi querida Isi cada día se le secaba más el corazón y como consecuencia el amor incondicional a su Dolores, cada día lloraba menos, cada día se enojaba y desesperaba más rápido, cada día hablaba y comía menos y descuidaba más y más a Dolores que de tanto tiempo postrada comenzó a llenarse de llagas que la hacían gritar de dolor y que ya no atendía su madre y a pesar de eso, Dolores seguía sin levantarse.
Yo no podría culpar a Isi, en ese tiempo ya no era ni la sombra de lo que alguna vez había sido.
Isi perdió por completo el brillo en los ojos, cada vez que la veía era como verla por primera vez, una nueva Isi que se iba transformando en un ser sin alma, opaco, como si buscara ser transparente, ya no me decía nada, me veía con cara de fastidio, enojo y perdida en un profundo pozo sin luz.
No pude hacer nada por ella, un día simplemente dejo de abrirme la puerta luego de meterme a la fuerza en la habitación de Dolores, recuerdo claramente el terrible olor a orines y encierro, a descomposición que me hicieron dudar sólo por un segundo de mi absoluta resolución de hacer algo en favor de Isi, apenas me repuse comencé a reclamarle a gritos mientras me acercaba a ella y en un momento la tenía cogida entre mis manos y la zarandeaba con violencia. Aun siento asco al recordar la sensación gelatinosa de su piel al zarandearla, el color verde pálido repulsivo de su piel, recuerdo sus gritos de dolor por las ardientes llagas abiertas que tenía por todo el cuerpo. Tuve que soltarla casi de inmediato, no por Isi, si no por el asco que me provocó el tocarla.
Me arrepiento de ese momento, de mi arrebato inútil. A partir de ese día Isi se quedó muy sola, ya nadie se acordaba de Dolores, Génesis, la pupila vidente, la había reemplazado muy bien con acertados presagios.
Decidí darle espacio y esperar a que Isi me perdonara, ya mencioné que la amaba como a una hermana y me hacía mucha falta.
Pasaba frente a su casa para ver si la cachaba o si podía ver cómo estaba, no me atrevía a tocar, quería que el tiempo jugara a mi favor; seguro que necesitaría a una amiga y eso me ayudaría.
La última vez que la vi estaba asomada en la ventana, con la mirada perdida, muy demacrada, muy delgada y cetrina, la saludé con la mano con la esperanza de que me invitara y ella simplemente fingía no verme, me ignoró todo el tiempo, tuve miedo de acercarme pues en esos ojos no había mucho de mi antigua y querida Isi.
De haber sabido lo que venía yo... tal vez hubiera podido... si no hubiera sido una cobarde y la hubiera enfrentado aunque me gritara, aunque me corriera, tal vez ese momento lo hubiera cambiado todo.
Hasta hoy no puedo creer lo qué pasó.
Una semana más o menos después de verla en esa ventana las luces no volvieron a prenderse. Lo sé porque cada noche pasaba tratando de encontrar el valor de tocar y asegurarme de que Isi estuviera bien.
Al final de esa semana un extraño presentimiento me invadió, un miedo terrible que asomaba en mis pensamientos, una desgracia inimaginable, algo dentro de mi me traía la imagen de Isi una y otra vez.
Tal vez había pasado un poco más de un mes que no visitaba la casa de Isi y Dolores, tal vez un poco más, tal vez en el fondo yo tampoco quería ser responsable de la vida de alguien más, tal vez pude hacer algo e inconscientemente no lo hice.
La mañana siguiente en que no dormí por el mal presagio no había aves cantando, me apresuré para ir a la casa de Isi decidida a sacarla para siempre de ese absurdo, corrí como una loca y al llegar descubrí la casa rodeada por policías y ambulancias. Temblé de terror. Y un terrible zumbido me dejó sorda por un momento.
En la puerta estaba la pupila vidente de Dolores, Génesis, que había tenido una visión sobre Dolores pidiendo auxilio, así que llamó a la policía.
Llegué para ver cómo sacaban enfundado un pequeño cuerpo, Dolores, pensé para mis adentros y sentí un enorme regocijo, por fin Isi estaría liberada.
Escuche que salía otra camilla y envuelta en un grueso cobertor estaba otro pequeño cuerpo, corrí con la ilusión de ver a mi querida amiga.
¡Que desgracia, que terrible sorpresa! era Dolores que se veía muy debilitada pero estaba viva, más viva que nunca cuando al verme me llamó para decirme en un suave susurro:
“Tuve miedo de morir. Le dije que sólo su muerte me salvaría, él me lo pedía...”
Y de su mano apretada dejó caer una vieja fotografía doblada de su madre amarrada con listos y cabellos.
Isi se había colgado frente a su hija hacía una semana. De milagro habían encontrado a viva a Dolores, gracias a sus poderes aun intactos provenientes del lugar más oscuro de su corazón.
* Paula Aldana Vite, México, gran aficionada a la lectura y escritura. No pretendo nada más que salir del mundo por un rato. La inspiración de mis cuentos proviene de los miedos del ser humano, de los que no hablamos pero que de un modo u otro no nos dejan vivir con normalidad. Voy buscando historias que va contando la gente por ahí, en especial las que nadie quiere creer, esas historias que hacen volar a la imaginación y no nos dejan dormir.
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