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lunes, 22 de febrero de 2021

"El último día" Relato de Indira Ríos



Nadie se salva en esos enjambres donde dormidos se levantan, dejando perdidos los ojos en algún barranco de un día que no recuerdan, eso parecía haber pasado, todos los días eran ciegos o por lo menos dormidos. En el último día un grito indeleble partió algo en aquel pueblo, sonaba a parto de ave que perdía todas sus alas en un instante, ¿Quién podría decir que un grito silencioso dijera tanto?, solo lo escuchó la bibliotecaria; que recibió como sentencia no salir de las paredes donde comulgaban los únicos libros de aquel lugar. Ella observó paso a paso desde sus ojos, los días erráticos de gente sin culpa y embadurnados de la sangre de sus semejantes.

Alrededor de la biblioteca, había un cerco humano para impedir la salida de quien habían nombrado, como la mujer más peligrosa de la historia del pueblo; creían firmemente que no era menester de ninguna, creerse antorcha y andar sofocando las ideas cotidianas del pueblo con extravagancias, en un punto del mundo condenado por el cielo, según las palabras de los jueces.

Los jueces yacían en el centro del pueblo en una edificación de una altura inmensa, la construcción estuvo a cargo de los hombres más fuertes, todo el pueblo se peleaba por participar, los jueces aseguraban que quienes participaran sufrirían menos el último día. Las mujeres quisieron participar, pero dijeron que no era el destino de ninguna mujer evitar sufrimiento o desgracia alguna y que, además, construir no era atributo de un ser tan débil. En varios siglos erigieron el monumento de la decadencia, así le decía la mujer de la biblioteca, muchos murieron en la ardua tarea y sus cuerpos quedaron entre rocas y cemento. Los jueces dijeron que la carne humana daría un aspecto humano al lugar y mostraba la relevancia de vivir y morir por nada, esto último lo decían a puerta cerrada cuando brindaban por su poderío.

La bibliotecaria comía una solo vez al día, uno de los vigilantes tiraba la comida por un hueco hecho en la esquina de la puerta principal; en aquel pueblo a través de los siglos se había implantado la idea de que comer una vez al día era la mejor preparación para el último día. Desde el monumento de la decadencia se habían encargado de organizar una escuela, donde se alababan y premiaban los cuerpos más escuálidos. Los libros de historia que leían, decían que los pueblos más bendecidos por generaciones, eran los que habían logrado comer solo una vez a la semana, los niños y niñas con el brillo arrancado aspiraban a tal proeza, nada brillaba en la escuela, jamás el sol había estado tan ausente; no podían correr, ni saltar, era prohibido, porque eso atentaba contra el ideal de ciudadanía; lo único que podían hacer era leer una y otra vez el libro de historia. La mayor victoria educativa, fue declarada cuando clausuraron las escuelas, la historia fue tan bien aprendida, que las madres y padres las repetían una y otra vez a sus vástagos recién nacidos, las familias encendían velas y repetían sin cesar. Los jueces celebraron el día que el pueblo se juntó suplicando la creación de una iglesia, para rogar que algún día ellos también pudieran comer menos como las generaciones pasadas; los jueces dijeron que ese dios era bueno y que ellos serían sus profetas, fue entonces que su historia se convirtió en pobre oración y sentencia.

El sistema de salud instaurado en el pueblo era un éxito, de acuerdo a las declaraciones que se daban diariamente en los medios de comunicación. La desnutrición, era una condición privilegiada según el representante de la seguridad social; ya que cualquier enfermedad que atacara los cuerpos raquíticos solo duraba un día; por lo tanto, gracias a la desnutrición la muerte salvaba al enfermo de cualquier sufrimiento innecesario en vida por la enfermedad; así que los hospitales fueron cerrados al público. Grandes fosas fueron abiertas, cincuenta cuerpos por cada una, era bueno para los cuerpos estar muertos en compañía decían los pobladores, así les enseñaron en la escuela y luego se los dijeron los profetas.

Los cuerpos de los doce jueces eran robustos, algunos obesos, dijeron al pueblo que ellos tenían ese aspecto, porque su cuerpo recibía todas las súplicas y penas de la población; al igual que sus hijos que yacían en uno de los pisos de la decadencia. La gente repetidamente los observaba con lástima, cuando en alguna ocasión caminaban por las calles, cuánto hacen por nosotros se decían con alguna lágrima en los huesos casi expuestos de sus rostros.

Los vigías de la bibliotecaria, usaban algodones en los oídos por exigencia de los jueces; porque ella siempre gritaba sin parar con el cansancio en suspenso, gritaba poemas sobre la libertad, sátiras sobre la democracia, tratados políticos sobre la dominación, gritaba la historia enterrada del pueblo. Cuando los jueces se percataron que los gritos subían de volumen, conforme se acercaba el ultimo día, aumentaron la potencia de la protección y agregaron unas gruesas orejeras para quienes la vigilaban.

Nadie se compadecía de la mujer cuyos gritos desafiaban a la muerte, solo la sangre acumulada en la impotencia sabía de su existencia; en los canales de televisión aparecían programas sobre ella, la presentaban como la reencarnación de todas las brujas, como el renacimiento del infierno en el pueblo. Los pueblerinos habían llegado a desear su muerte, a odiarla y a admirar la piedad de los jueces que la mantenían con vida; lo único que había impedido las ansias de asesinarla de algunos, fue un anuncio que alguna vez dijeron en los medios, el cual aseguraba que el último día, una de las señales sería el incendio del cuerpo de la mujer de las herejías, junto a libros escritos por almas impuras.

El pueblo era desértico, pero no siempre fue así, siglos atrás su verdor era cautivante y ocurrió que los pobladores los serrucharon uno por uno, convencidos de que daban frutos venenosos y que consumían el oxigeno que sus cuerpos necesitaban; los jueces cargaron miles de árboles en enormes camiones cuyo destino desconocían los pueblerinos, aseverando que alejarían tan macabro peligro; quizás iban hacia el mismo lugar de donde venían latas de algo que llamaban comida. Con la desaparición de los árboles, se extinguieron ciertas preocupaciones de quienes habitaban el monumento de la decadencia, desapareció el canto de animales, según ellos era perjudicial porque podría despertar alguna inquietud creativa en algún cerebro, además desaparecieron las aves, más de un día dijo uno de los jueces: “imaginen que alguien se pregunte ¿Qué significa volar? ¿puede la humanidad volar?”; así que la conversión del pueblo en un desierto, fue sellada ese día con brindis y manjares inimaginables para el pueblo que comía una vez al día; en sus borracheras nunca faltaron las orgías, donde la humillación era el único atuendo de mujeres que ellos llamaban: utensilios para hombres.

Las mujeres que poblaban las orgías, eran seleccionadas por los jueces desde pequeñas, según las facciones físicas a las que estos llamaban aceptables, eran entregadas por padres y madres borrachos de júbilo, porque eran las elegidas de la justicia y habitarían un mundo invisible para el resto del pueblo. Las elegidas de la justicia nacieron y vivieron sin nombres, el único distintivo que era utilizado para llamarlas, era un número tatuado en sus brazos. El último día la reencarnación de las brujas, recordó que un día fue llevada con ellas, pero la consideraron una grave amenaza para el resto, así que fue aislada en la biblioteca donde había crecido junto a quienes ya no estaban y también fueron tildados de peligrosos. Ella recordó a cada una de las mujeres, los tatuajes de sus brazos, recordó los ojos de ellas deshabitados de sí mismas y con un poco de sangre escribió que nacería un parto buscando sus venganzas.

El día previo al último día, hubo un consejo de los jueces donde hacían sus números, revisaron los recursos del pueblo hasta constatar que ya no quedara algo que pudieran vender, y no, ya no quedaba nada, el pueblo era la réplica perfecta de una gran Hiroshima; todos estuvieron de acuerdo que los cuerpos de los pobladores debían desecharse completamente.

Así fue que los jueces profetas, iniciaron la ejecución de la profecía que terminaron de escribir entre platos de cerdos una de tantas noches. La profecía estaba pegada en las puertas donde vivían hacinados los pobladores; ancianos y adultos la aprendieron en la escuela y los niños en las oraciones; rogaban una y otra vez por la llegada del último día, el día en el que serían más felices de lo que ya eran.

Desde que la bibliotecaria fue encerrada había empezado a cavar, debía heredar la historia a rescatistas de la memoria, debía heredar todos los nombres que habitaron el pueblo, alguien tendría que dar cuenta de los asesinatos. Primero sumergió en el profundo agujero el libro de los genocidios donde aún se sentían las tumbas abiertas de la inocencia, luego con una sonrisa profunda le tocó el turno al libro de las revoluciones, el libro de las poesías y por último sumergió sus páginas, había escrito cada página desde su encarcelamiento, cualquiera habría pensado que era imposible cavar tantos metros; ella miró quietamente y procedió a cubrir aquel agujero. Alrededor de la biblioteca había un muro enorme, el muro incluía al interior un pequeño patio que no tenía más de dos metros, donde la bibliotecaria realizó la excavación, que esperaba saliera bien librada de la nefasta profecía.

Un día antes del ultimo día, los jueces profetas, tenían listas todas sus maletas, el ultimo día en la madrugada antes de marcharse en aviones que estaban en las afueras del pueblo, sonaron media hora un inmenso campanario, los pueblerinos despertaron gritando de algo que según ellos era gozo, la primera señal de la profecía estaba cumplida. La bibliotecaria también la conocía, sabía que pronto llegaría la segunda señal: el incendio, su incendio, su muerte, otra vez la mano de la inquisición la mataría; a las dos horas una bomba colocada en la biblioteca aseguraba el grotesco final; la población miraba extasiada la inmensa fogata, parecían drogados, eso decían sus pupilas dilatadas. En los últimos segundos en que la bruja reencarnada moría asfixiada, se retorcía desesperada, sabía cuáles eran los siguientes pasos de la profecía y golpeteaban el dolor de su impotencia.

Todos gritaban y reían, burdo espectáculo, cuerpos ojerosos, con los huesos que parecían estar fuera de la carne, nadie se explicaría por qué reían los hijos e hijas de la miseria. Sabían que a las doce del mediodía debían acudir y colocarse alrededor de las fosas, ahí darían la última despedida a quienes no habían tenido el mismo privilegio de ellos: viajar a la felicidad. Todos marcharon, era una procesión inmensa, al llegar a las fosas yacían hincados con las miradas entorpecidas.

A las tres de la tarde todo estuvo consumado, el gas mostaza instalado alrededor de las fosas se esparció, el color de la brisa se volvió amarillo verdoso y así continuó la pesadilla, sus cuerpos fueron poblados por las llagas y la sangre era expulsada por sus bocas; los cuerpos desnutridos murieron rápidamente, la profecía de los jueces profetas había sido cumplida, pero sin la felicidad de quienes agonizaron en las fosas, quienes creyeron que el horror era algo lejano sin saber que siempre había estado con ellos.


*Indira Ríos, nació en Honduras. Sus letras han aparecido publicadas en revistas digitales e impresas, entre algunas de esas revistas figuran: la Revista de creación literaria y análisis político Los Heraldos Negros de México, Revista Literaria El Rendar en Argentina, la revista Le Coquelicot Revue en Francia y la Revista Sapos y Culebras en España. Participó en el Festival Internacional de Poesía y Arte Grito de Mujer 2017 en la ciudad Guatemala, en el III Festival Internacional de Artes Feministas México 2017 realizado en Ciudad de México, en el III Encuentro Internacional de Poetas, Narradores y Escritores de la Academia de Literatura Latinoamericana de San Luis Potosí, México 2020, en el XIV Encuentro Internacional de Poetas Migrantes y en el Encuentro Poético del Sur 2020. En el 2019 algunos poemas de su autoría aparecieron en una antología realizada en Tijuana, México; libro fue publicado bajo el nombre de Urdimbre y en el 2020 participó en una antología española que se titula Autor y en el 2021 en la Antología feminista titulada "Una guerrera llamada Flor. Como escritora en sus letras predomina la poesía social, pero también escribe poesía infantil, erótica y relatos. Es luchadora social y educadora popular, en su país ha participado en Círculos culturales que buscan despertar la semilla del arte en la infancia y juventud. Estudió una licenciatura en Pedagogía y Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y una maestría en Innovaciones para el Aprendizaje en la Universidad La Salle de Nicaragua, actualmente es estudiante del Doctorado en Estudios de Migración en Tijuana, México y realiza una investigación sobre procesos migratorios de su país. Ha participado como ponente en El Consejo Mexicano de las Ciencias Sociales y ha sido invitada para tratar la convergencia del arte y la realidad social para colocar la discusión del arte como instrumento de lucha en espacios como Flacso-Guatemala entre otros.

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