La fina
luz blanca de la pantalla de cine encuentra la cara de Rosa, inerte. Los
nombres de los actores, las actrices, el equipo técnico, el equipo de vestuario
y la gente de fotografía son arrojados contra tu cara. Rosa lee a cada uno de ellos
con su cuerpo de espera. Un cuerpo que va al cine y espera que la película no
termine antes del programado. Que las piedras nunca sean arrojadas antes del fin. Porque
el cuerpo que espera es siempre un cuerpo apedreado. Y Rosa espera a Abelardo.
Después de decir a Abelardo que estaba embarazada, Rosa espera. Espera un niño.
Sentada cara a cara con esta gran pantalla que te arroja nombres y piedras.
Sentada detrás de otras parejas, que se levantan y se van, que aparecen desde
el centro de las sillas, que avanzan por el pasillo y desaparecen tras la
cortina negra. Solo Rosa y su espera. Abelardo fue a comprar palomitas de maíz
poco después de que Rosa le dijera que estaba esperando un hijo. La película ha
terminado. Y solo quedan los asientos vacíos del cine. Una multitud de nombres
y combinaciones de nombres que Rosa nunca había visto. Hasta que una hora dejan
de arrojar nombres en la cara de Rosa, humillándola a la espera. Hasta que una
hora la pantalla se apaga y todo queda claro en la sala de cine. Solamente Rosa,
sola en la última fila.
*Luiz Henrique Moreira Soares, Brasil. Estudiante de doctorado y maestría en Artes en la Universidade Estadual Paulista (UNESP / Ibilce), campus São José do Rio Preto - São Paulo - Brasil. Tiene textos publicados en varias revistas literarias.
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