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jueves, 17 de diciembre de 2020

"Nadia Koval, la esperanza Rusa en América Latina" por Eldar Ajadov (Эльдар Ахадов)


 LA ESPERANZA RUSA EN AMÉRICA LATINA


ESPERANZA

No busquen su Templo en la tierra ni en el cielo.

Tu templo está en ti.

No todo el mundo sabe de su Templo.

No todos los que lo saben ven la luz del Templo.

No todos los que ven la luz llegarán al Templo.

Pero todos tienen Esperanza.


Siempre nos parece que lo que tenemos que hacer ahora se puede dejar para mañana, pasado mañana, la semana que viene, en un mes, el próximo año, en un par de años, y así sucesivamente. Creo que ustedes ya entendieron lo que quise decir: para terminar con una idea, hay que posponer su realización. Se puede posponer todo, hasta el día en que no haya más tiempo para posponer ni nadie a quien le pueda interesar su idea. El principal recurso de la vida humana es el tiempo. No es el dinero. No son los contactos. Porque no se puede volver el tiempo atrás ni con dinero, ni a través de contactos, órdenes o bombardeos. En una palabra, no se puede. Así que tengo que hacer lo que estoy haciendo ahora, en este momento: contarles de una mujer increíble, una argentina de origen ruso llamada Nadia Koval.


Cuanto más conoces a una persona, más difícil es escribir sobre ella. Pero hay cosas que deben hacerse ahora y aquí, para las cuales no existe un “más tarde”. Acerca de esta increíble mujer rusa, cuyo espíritu es fabulosamente rico, dotada de gran diligencia y talento para la escritura, uno necesita escribir y hablar sin cesar, debido a su personalidad tan multifacética y profunda y su destino inusual.


Cada vez que hojeaba sus páginas en Internet, leía sus artículos, libros y poemas, la sensación de la música sonante nunca me abandonaba: música sinfónica orquestal amplia y profunda, que fluía en poderosas olas desde no sé dónde, desde el más allá.


Su esposo, Igor Kouznetsov, era un amigo de mi juventud, quien salió de Rusia con su familia en los años noventa en busca de una vida mejor, y llegó a la lejana Argentina con su joven esposa y sus dos hijas. Perdí rastros de Igor hace mucho tiempo y difícilmente lo habría encontrado si Nadia no me hubiera encontrado a mí. Ella escribía en un sitio web que se llama Proza.ru, donde muchas personas a quienes les gustaba escribir podían publicar sus obras. Igor le habló de mí, y cuando ella vio mi apellido en el sitio, se dio cuenta de que su marido había estado hablando de esa persona. Así fue como nos conocimos. Primero, a distancia, y luego volé con mi familia a Buenos Aires. Y así nos conocimos en persona.


Cuando conocí a Nadia y a su familia, cada uno de nosotros ya había vivido durante un largo período, así que la descripción del destino de la heroína de mi historia debería comenzar por su infancia y juventud, que transcurrieron en la Unión Soviética. ¿Y quién puede hablar mejor de esto si no ella misma? Por lo tanto, le doy la palabra a Nadia Koval para que ella cuente un poco sobre su vida.


“Nací en Altai, en una soleada tarde helada del 31 de enero. Por lo tanto, según los astrólogos, puedo considerarme una persona feliz. Los astrólogos dicen que nacer de Acuario significa unirse a las filas de numerosos genios y convertirse en una persona que cuenta con fama y fortuna. Además, dicen que ser mujer de este signo es una suerte increíble. La mujer de Acuario es encantadora y hermosa, independiente y activa, capaz de aportar gracia y brillo a cualquier actividad. Les agradezco mucho a los astrólogos, pero me inclino a creer que todo lo mejor que tengo no se lo debo al poderoso Urano, sino a mis padres.


Quiero contarles un poco sobre mi lugar de nacimiento. Decir simplemente que nací en Altai significa dejar al lector solo en medio del desierto geográfico. Por eso explicaré con más detalles. Nací en la ciudad de Leninogorsk, en la República Socialista Soviética de Kazajstán. Una ciudad con el mismo nombre existía y todavía existe en la República de Tartaristán (Rusia). Y esto no es de extrañar en absoluto. En la Unión Soviética, el nombre del "líder del proletariado mundial", además de las ciudades, lo llevaban las calles, subterráneos, casas de cultura, granjas colectivas y estatales, instituciones educativas, fábricas, bibliotecas, plazas, parques, etc. Pero después del colapso de la URSS, el líder de los bolcheviques fue olvidado. Por todo el país comenzaron a quitar sus retratos, desmantelar los monumentos en su honor, y a renombrar todo lo que llevaba el nombre de Lenin. Así que nuestro Leninogorsk volvió a llamarse por su nombre original, Ridder.


Ridder se encuentra al pie de las montañas de Altai, una cadena montañosa que atraviesa el territorio de Rusia, China, Mongolia y Kazajstán. La historia de la ciudad se remonta a 1786, cuando Philip Ridder, que llegó a Altai desde San Petersburgo, descubrió los depósitos más ricos de minerales polimetálicos en estos lugares. Posteriormente, apareció un asentamiento minero cerca de la mina, en el que, según el censo de 1859, vivían tres mil quinientas personas. Un poco más de doscientos años después, en el momento de mi nacimiento, el asentamiento minero se convirtió en una ciudad con siete decenas de miles de habitantes.


Mi papá me llamó Nadia. Este nombre es diminutivo del nombre Nadejda, que en español significa Esperanza. Entonces, desde el principio mi papá creyó que con el tiempo me convertiría en su Esperanza. Es posible que de alguna manera sus expectativas se hayan cumplido. Puede ser en el hecho de que la escritura se convertiría en mi ocupación principal. Él mismo lleva muchos años escribiendo un diario y le gusta mucho la lectura.


No recuerdo nada de cuando estaba en la guardería. Pero en el jardín de infantes aprendí a leer con las letras grandes de los títulos del popular periódico soviético “Pravda”. Durante las lecciones de música, me gustaba bailar con la música de “Polka” de Rachmaninov. Pero me aterrorizaba jugar con sillas. Las sillas se colocaban en un círculo y se ponía una silla menos que el número de participantes, y uno tenía que agarrar una silla libre en el momento en que la música dejaba de sonar. Realmente no quería estar entre los perdedores.


Asistí a la escuela con una estabilidad y una responsabilidad encomiables. 


Hasta quinto grado, fui una alumna sobresaliente, con la esperanza de ir al Campamento de Pioneros “Artek”, pero los hijos de los funcionarios del Comité del Partido de la Ciudad y los directores de grandes empresas estudiaban allí principalmente. Habiendo dicho adiós a mi sueño de la infancia, seguí siendo una buena estudiante, pero lo hacía más por costumbre. En la escuela secundaria fui elegida como secretaria del Komsomol de nuestra escuela. 


Gracias a mi participación en interminables eventos y foros del Komsomol, me di cuenta de que no soportaba los eventos políticos masivos, marchar en formación y la propaganda ideológica.


Cuando llegó el momento de rendir los exámenes finales, teníamos que aprobar las siguientes asignaturas: álgebra y geometría, ensayo literario, física, química, historia y lengua extranjera. En mi memoria se grabó el momento en que teníamos que escribir un ensayo. De los tres temas propuestos, había que elegir uno. El tiempo de escritura era de cuatro horas. Elegí el tema sobre Rajmetov, el personaje principal de la novela de N. Chernyshevsky “¿Qué hacer?”. Mientras nosotros escribíamos, nuestras madres nos preparaban bocadillos en el comedor. Al mismo tiempo, se turnaban para mirar a través del vidrio de la puerta del aula para mostrar apoyo a los niños. Mi mamá me saludaba con un claro disgusto en el rostro. No le gustó que yo hubiera elegido un tema tan “difícil”. Ella creía que hubiese sido más fácil escribir un ensayo sobre el tema “Mi idea de la felicidad”. Pero la elección ya estaba hecha: yo escribía sobre una “persona especial”, el revolucionario Rajmetov, “que creía en la inevitable victoria del socialismo”. 


Curiosamente, me resultaba más fácil reflexionar sobre la novela de Chernyshevsky que escribir sobre la felicidad. Pero tampoco puedo decir que en ese momento fui franca. Lo más probable es que se trataba de una manifestación de conformismo, bastante comprensible para una secretaria del Komsomol. La tensión y el nerviosismo en el examen fueron recompensados por maravillosos momentos durante el regreso a casa por la calle bañada por la suave lluvia del mes de mayo. Al completar todos los exámenes, obtuvimos las calificaciones finales por un período de escolarización de 10 años. Yo tenía solo notas de “excelente” en mi certificado de finalización de estudios. Por eso me concedieron la medalla de oro “Por excelentes logros y buen comportamiento”.


Combinaba mis estudios en una escuela integral con clases en una escuela de música. Fue allí donde nació mi gran amor por la música, que continúa hasta el día de hoy. A la edad de seis años me obsequiaron un piano de juguete con ocho teclas, en el que tocaba con un dedo la conocida canción infantil sobre un oso de peluche que bailaba con una muñeca. En nuestra casa teníamos un instrumento musical de verdad: un acordeón de botones, que mi padre sacaba con reverencia de una gran caja negra cada vez que venían invitados. Aprendió a tocar solo, pero lo hacía de manera bastante profesional.


Desde pequeña soñé con dedicarme a la música. Pero mi mamá estaba totalmente en contra. Le parecía que la vida de un artista era absolutamente caótica, en la cual no había nada más que giras y ensayos. Y ya que me había graduado de la escuela con una medalla de oro, tenía que seguir una carrera “normal”. Por ejemplo, ingeniería. Los argumentos de mi mamá resultaron ser más fuertes que mis sueños. Por eso fui a Moscú, donde ingresé al Instituto de Ingenieros Ferroviarios, a la Facultad de “Puentes y Túneles”. ¿Por qué elegí esta facultad en particular? ¡Porque me gustó su nombre romántico!


Estudié bien en el instituto, porque no podía hacerlo de otra manera. Mi conciencia no me permitía hacer otra cosa. Para compensar la falta de entusiasmo en la especialidad, decidí perseguir simultáneamente aquello que me hacía bien al alma, es decir, la escritura y la música. Escribía artículos para un periódico estudiantil, completé los Cursos para corresponsales y me convertí en miembro de la Unión de Periodistas de Moscú. Al mismo tiempo, ingresé al coro más famoso de nuestro país, el Coro Juvenil y Estudiantil de Moscú bajo la dirección del famoso director coral Boris Tevlin. Canté con este coro en el escenario del Gran Salón del Conservatorio de Moscú, en la Sala de Conciertos Tchaikovsky y durante las giras de conciertos visité varias ciudades de la Unión Soviética.


Después de graduarme, me enviaron como ingeniera a la planta de estructuras de hormigón armado en la ciudad de Múrom. Trabajé allí durante dos años y luego tuve que renunciar. La cosa fue así. Poco después del Año Nuevo de 1985, el director de la planta me llamó a su oficina. “Tomá asiento, Nadia”, dijo, permaneciendo en la mesa de conferencias. – Ayer recibí una carta del Comité del Partido de la Ciudad, que dice que cantás en el coro de la iglesia. Pero vos misma sabés que los miembros de Komsomol no pueden ser creyentes e ir a la iglesia. Se me aconseja que te despida de la planta. ¿Qué pensás?”. “¿Qué puedo decir? Voy a la iglesia porque me gusta la música sacra rusa”. “Mirá, – continuó el director, – estoy tan cansado de esta burocracia, y me duele tanto el hígado que quiero olvidar este asunto. Por lo tanto, será mejor que vos misma escribas una carta de renuncia por voluntad propia”.


Al salir de la oficina del director, me reuní con la secretaria del Komsomol de la planta. - ¿Y cómo estás? ¿Te echaron? - empezó. - Escuchame, no puedo imaginarme cómo cantabas en la iglesia “¡Señor, ten piedad! ¡Señor ten piedad!”. ¡Es muy gracioso!

  • Sí, muy gracioso – dije, y me dirigí a la salida, sin querer continuar la conversación.


Después de Múrom, regresé a mi ciudad natal, donde fui a trabajar al Kombinat Polimetálico como economista senior en el departamento de finanzas. Con el colapso de la Unión Soviética, comenzaron grandes cambios en mi vida. Lo mismo que para muchos de mis otros compatriotas. Los rusos de las ex repúblicas soviéticas querían regresar a su “patria histórica”, es decir, a Rusia. En 1994, mi familia se mudó a los Urales, a un pequeño pueblo que estaba a cuarenta kilómetros de Ekaterimburgo. Allí nadie nos esperaba con los brazos abiertos, teníamos que instalarnos en un lugar desconocido, buscar vivienda, trabajo, etc. Encendíamos la estufa de leña en la casa para no tener frio. En la misma estufa cocinábamos nuestra comida. El agua la transportábamos en baldes desde el pozo; no había suministro de agua centralizado. Cultivábamos papas, zanahorias, pepinos y tomates en el jardín. A veces teníamos que hornear el pan, cuando la empresa se demoraba con el pago de los salarios y no había dinero para comprar alimentos. En pocas palabras, los problemas no permitieron que el alma se acostumbrara a un nuevo lugar. Por eso, cuatro años después, en 1998, decidimos mudarnos a Argentina”.


Vivieron en Buenos Aires durante veinte años. En otro hemisferio, donde no solo las estaciones son contrarias, hay un idioma diferente, una cultura y tradiciones diferentes, pero incluso el agua que fluye de la canilla se retuerce en la dirección opuesta, ¡no en el sentido de las agujas del reloj, sino en contra! Dominaban perfectamente el español, encontraron trabajo, criaron a dos hijas. Aprendieron muchas cosas por primera vez. “Hubo muchas cosas difíciles, interesantes y buenas”, recuerda Nadia. Desafortunadamente, la adicción de Igor influyó en su matrimonio con Nadia. Después de 24 años de matrimonio, se separaron.


Cuando mi familia (mi esposa Lyubov Vladimirovna, mis hijos Roman y Timur, e hijas María y Ruslana) y yo con todas nuestras maletas y bolsos llegamos al Aeropuerto Internacional de Ezeiza que lleva el nombre del Ministro Pistarini en Buenos Aires, Nadia nos recibió allí. A pesar de que ella e Igor ya habían vivido separados durante mucho tiempo, ambos nos mostraron atención y amabilidad hasta tal punto que por momentos parecía (si no se conoce la situación real) que todavía estaban juntos. Les estoy muy agradecido. Conocimos a la hija de Nadia e Igor, Katia, y a su esposo, Kevin. Recién casados, celebraron su boda ese año en la isla de Curazao en el Caribe. Un lugar muy hermoso. Durante las excursiones por Buenos Aires, me parece, nuestros hijos incluso lograron hacerse amigos entre ellos. Más tarde, en un nuevo libro sobre viajes a tierras lejanas, en el artículo “Literatura rusa en Sudamérica” (mayo de 2017), recordé a Nadia y esa época así:


“Creo que aún hoy el alma rusa está aportando su propia contribución a la literatura latinoamericana. Hablo de Nadia Koval, a quien tuve la suerte de conocer y hacerme amigo. Nadia Koval, escritora y periodista rusa que luego se convirtió en argentina, vive en Buenos Aires desde 1998. Nadia trabaja como periodista en Buenos Aires. Ha escrito más de 100 artículos sobre música clásica para revistas de arte y cultura. Es autora de artículos tan asombrosos como “Los secretos del Teatro Colón”, “Puccini. En tranvía por Buenos Aires”, “Igor Stravinsky en Argentina ", “San Petersburgo de Cecilia Bartoli”, “Presunción de inocencia”, “¡No llores por mí, Argentina!” y muchos otros. Escribió libros maravillosos: “El último filántropo” (en ruso) y “Sergei Prokofiev” (en español). La pianista de fama mundial Martha Argerich habló muy calurosamente del segundo de ellos: “He recibido con alegría un ejemplar de la biografía de Sergei Prokofiev escrita por Nadia Koval. Encuentro sumamente interesante el hecho de que esté escrita por una compatriota suya que reside en Argentina”. Además del hecho de que tiene talento como escritora y periodista, Nadia también es una buena amiga y una persona sincera. Sin el apoyo de su familia y su apoyo personal en mi conocimiento de América Latina, hubiera sido mucho más difícil para mí. Puede hablar sin cesar del Teatro Colón, además, con profundo conocimiento. Me parece que lo sabe todo o casi todo de la vida cultural moderna del país de Gardel y Borges.


El 30 de marzo de 2016 a la hora de la despedida nos sacamos una foto en el centro de Buenos Aires. Guardo esta foto en casa y la miro de vez en cuando, recordando mi viaje por América Latina. De izquierda a derecha: Igor Kouznetsov, Nadejda Koval y yo, Eldar Ajadov. Estábamos en la Avenida 9 de Julio.


En el año del 200 aniversario de la Revolución de Mayo (2010), Nadejda Koval participó en el certamen literario “Relatos de Inmigrantes” y obtuvo el segundo lugar. Este evento contribuyó a la inspiración y concentración creativa de Nadia como escritora. Realizó sus estudios de posgrado en la Facultad de Crítica de la Universidad Nacional de las Artes. Durante diez años, Koval ha colaborado exitosamente para la revista cultural argentina “QUID”, el diario “Rusia Hoy”, así como con las editoriales digitales rusas “OperaNews” y “Belcanto. ru”. Además de haber escrito alrededor de 100 artículos sobre música clásica, entrevistó a destacados músicos contemporáneos como el compositor Rodion Shchedrin, la pianista Martha Argerich, el compositor y director uruguayo José Serebrier, los violinistas Maxim Vengerov y Lisa Batiashvili, la violonchelista argentina Sol Gabetta y muchos otros. Nadia Koval escribió los libros en español “Sergei Prokofiev” y “Maestros de la música”, en inglés “Great musicians and their amusing stories”. 


Esto es lo que comenté en la página de su libro en Internet en los días en que se publicó “Maestros de la música”: “Este libro fue escrito por una persona increíblemente amable y una mujer inteligente, altamente educada que está bien versada en el mundo de la música. Estoy seguro de que todo el mundo hispanohablante de los amantes de la música clásica agradecerá a Nadia Koval por este increíble y minucioso trabajo en beneficio de la música. Con respeto y una reverencia, Eldar Ajadov”.


Qué placer leer sobre la música cuando la aprecia un conocedor. Ahí está una de las publicaciones de Nadia en su página de Internet: “El domingo pasado en la Plaza Vaticano cerca del Teatro Colón más de 4 mil personas se reunieron para escuchar y ver una transmisión en vivo de la ópera “La Traviata” de Verdi. Este evento fue organizado para celebrar el 160 aniversario de la inauguración del primer Teatro Colón. Vi esta transmisión en casa, por la televisión. Y dos días después vi la ópera directamente desde la platea del teatro. (Director de escena: Franco Zeffirelli. Director de orquesta: Evelino Pidó. Cantantes Ermonela Jaho, Saimir Pirgu y Fabian Veloz). Y aunque la crítica musical en la prensa fue moderada, la actuación me cautivó, me hizo sentir empatía. Una vez más disfruté de la genial música de Verdi. Me di cuenta de que esta vez no estaba siguiendo las voces, sino que simplemente me sumergí en la acción. Y esto probablemente se deba a que los cantantes desempeñaron perfectamente sus roles, literalmente los vivieron. Confieso que estaba un poco preocupada por Pirgu, a quien entrevisté para la revista “QUID” el día anterior. Me impresionó como un músico serio, reflexivo y responsable. Por eso, realmente quería que al público argentino le gustara merecidamente”.


Los últimos libros de Nadia Koval son escritos en ruso la novela “El último filántropo” y un libro autobiográfico sobre la vida en la Unión Soviética “Mi vida y mi época. Del deshielo a la disolución”. Ahora está trabajando en el libro “Cultura musical rusa del siglo XX”.


Sus hermosas fotografías y los comentarios sobre sus viajes a Italia, Francia, Inglaterra, Países Bajos, Portugal, Georgia, Armenia y Kazajstán, y también sobre un viaje oceánico en un crucero desde Buenos Aires a Chile entre las costas de América del Sur y la Antártida, en mi opinión, por sí solos son obras de arte. Sin duda, su capacidad artística inspiró a su hija a convertirse en artista: Katia dibuja de maravilla.


Me gustaría terminar mi relato sobre nuestra destacada rusa latinoamericana Nadia Koval con un breve boceto poético escrito por ella, porque también es poeta y traductora de poesía. Es ella quien hizo la traducción del poema del poeta uruguayo Eduardo Espina “Objetos sin consecuencias”, publicado en octubre de 2020, en el octavo número de la revista “Lifft”.


Una mañana en Moscú

Detrás de esta ventana

Nostálgica vida cotidiana:

El cuenco de comida para el gato está lleno,

En la tetera de esmalte se calienta el agua.

El secador de pelo zumba en el baño

Y silencia el sonido de la radio.

Dátiles y damascos es un desayuno sano,

El té de jazmín espera en una taza.

En el pasillo, junto al espejo,

Hay un pañuelo nuevo doblado en cuatro

Para asistir a la liturgia en Kolómenskoye.

 

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С уважением,

Эльдар Ахадов

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