Octubre 24 del
80.
Un joven de
quince años
y lleno de todas
las soledades
acaparadas
durante ese tiempo
decidió no
saludar a su madre
en los nuevos
soles,
ni repetirle a
la maestra
el teorema de
Pitágoras,
ni adorar al
dios de yeso de cada ocho días,
ni sonreírle a
su amigo mientras tomaban Coca-Cola.
Y ante todo no
quiso esperar
el color
gris-futuro de su cabello rojo,
ni quiso tampoco
mirar por televisión
o en la
trinchera la tercera guerra
del acabose.
Entonces, hizo
el amor
con una soga, y,
como cuando era
menos inocente,
le sacó la
lengua
a todo lo que no le parecía.
Atormentado en mi
pócima de veneno
bebo mis vocablos;
espejos de mi noche.
Esto que sigo a trazos
es mi divagar de estar aquí;
viviendo.
Quiero decir sobre el más terrible
de los ángeles borrachos
que rompió sus alas contra el corazón de la noche
y dijo:
yo no pariré más hijos para la tiniebla
yo le di mi corazón al azar
y mi hijo es el huérfano del instante que lo
envuelve
y nada más, y solamente eso.
Poemar es buscarle una lógica a los sueños,
Vivir, es morir.
Dios no sabe mi nombre;
yo soy hijo de la noche
y con ello basta.
Misántropo de lunes
Y yo que nací para el ensueño,
para contar la historia de mi sangre;
debo afilar los dientes de mis razones
para dar explicación del por qué existo.
Guardo mi corazón de todos los que mienten, pero
trabajo para los burros, le sonrío a las hienas;
y por votar por los tiranos y rozarme con sanguijuelas,
me he olvidado de inventar las estrellas,
para terminar el informe domeñado
a un ciego con las uñas muy largas.
Yo que sí tuve madre, a mí que sí me amaron.
Yo que me di y a mí que sí se me dieron,
uso máscaras para pisar el asfalto
y me cuido de los que me han visto por dentro.
Estoy sujeto al aire con alas de hojas,
y debo usar reloj y mandar a lavar la corbata.
Vivo conmovido por tanto canto de pájaro,
y amanso la voz cuando hablo
a los que se sientan en mi tiempo y su precio.
Yo que vivo triste por no haber navegado los trigales,
me como un pan amargo de sudor por dentro
y tengo tantos sinsabores como gentes en mi entorno.
Me duelen los lunes como a las putas
los senos secos por la fiebre de los solitarios.
Yo que nací para el ensueño;
a mí que sí me
amaron.
Derrotado
Vengan vientos traigan nubes
que laven mi alma
del desierto de mi corazón
broten campos abran flores para los ojos
de todos los mortales
canten ranas el estanque escucha y Dios se mira
reflejado en el canto
Acudan lluvias sacien mis ojos
y que el sol apague todos sus candiles
un instante
que en un mar rojo sobre el pavimento
ahora veo a un niño asesinado.
Volvemos
Volvemos en los trenes, derrotados y mordidos por dragones de
toda selva.
Ojalá todo fuera silencio en cada labio de cada casa de piedra y
légamo.
Pasos enfermos se pierden
hacia casas con olor a maíz nuevo,
sábanas de carne y brazos de la noche.
Solo,
en la plaza milenaria,
me cubro con una capa de humo
y trepo en el concierto de grillos burlones.
Nadie
bebe de mi ánfora
repleta de silencios.
Solamente la noche,
amante oscura, preñada
con la espada
de mis ojos.
Lluvia en verde
Según el color
del delirio,
días inconclusos
se repiten
en días azules
sobre hojas blancas.
Días animales
se vuelan,
con las alas húmedas
hacia la gota
del cielo.
Días grises;
mi corazón de
tierra
canta
en el verde.
Dieciséis
años
En la geografía de mis sueños
mi corazón sigue titilando en
el punto de fuga
del horizonte
donde nuestras bicicletas se
encontraban
para perseguir la tarde
naranja,
amigo.
*Fernando
García Cuéncar. Bello, Antioquia 1961. Filósofo de la Universidad de
Antioquia. Poeta y cuentista. Profesor
de Literatura y Filosofía. Administrador cultural. Promotor de lectura. Ha
publicado “Del posible adiós”, poemas. “Sinsonte”, libro álbum. Sus poemas han
aparecido en distintas revistas literarias de Medellín y del país. Poeta
invitado al 22 Festival Internacional de Poesía de Medellín, año 2012. Ganador
en la Convocatoria especial de Estímulos Unidos Por La Vida 2020 del Instituto
de Cultura y Patrimonio de Antioquia.
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