La
veía correr por las noches de puntillas sobre las bardas, iba de prisa y con
una agilidad de bailarina que no le conocía… algunas veces me mordí el dedo
pensando que estaba a punto de caer, pero eso nunca sucedió, ni siquiera cuando
la falda del camisón se atoró con las ramas de algún árbol.
Al otro día en el desayuno con olor a chocolate actuaba como si nada hubiera pasado durante la madrugada, yo la miraba y ella sonriendo hermosamente me preguntaba qué era lo que había soñado.
Recuerdo la primera vez que se levantó… la vi recorriendo las paredes sin dejar un solo hueco, abría mucho las piernas y separaba los brazos como si midiera la pared con una cinta invisible. Iba pegando el oído izquierdo, como si alguien le estuviera hablando muy quedito del otro lado y tratara de entender lo que decían. En algunos lugares se detenía y parecía que con las manos buscaba la manija secreta de una puerta que pensé que encontraría. Cada vez que fallaba en su búsqueda de ese portal levantaba el puño y lanzaba golpes al aire de forma molesta. Así recorrió toda la habitación.
Algunas noches en lugar de las bardas corría escaleras arriba y abajo sin descanso, sin tropezar, lo hacía por lo menos una hora y cuchicheaba algo que no lograba entender,
Otras veces se despertaba en medio de carcajadas histéricas e incontrolables y entonces me acercaba a verla, sus ojos parecían estar en otro lado, viendo algo que sólo pasaba frente a ella, muchas veces solo se desplomaba de nuevo en su cama y dormía profundamente.
Nunca recordaba lo que había hecho, aunque algunas veces la veía contemplar con ojos extrañados sus pies adoloridos y sobarlos con alcohol y hierbas de olor mientras me contaba alguna historia.
Yo estaba asustada, por las noches la angustia me impedía dormir, así que por mi mente pasaba toda clase de ideas y en cuanto la escuchaba levantarse de su cama chirriante me asomaba con cuidado para ver qué haría.
La veía fascinada y francamente aterrada bailando con nadie cantando una canción que sólo ella conocía, besando al aire apasionadamente.
Algunas noches actuaba como un felino y les ronroneaba a las patas de la mesa mientras lamía del suelo una leche imaginaria.
Otras veces su cama chirriaba escandalosamente y la escuchaba jadear y gritar tan fuerte que estaba segura de que los vecinos la escuchaban… abochornada me tapaba con fuerza los oídos para no escucharla, pero de nada servía.
Todas las noches sentía miedo, nunca me atreví a
preguntarle algo, a decirle lo que hacía por las noches, ni siquiera por las
mañanas mientras desayunábamos torrejas y el humeante café con leche y me decía
que sentía que la había apaleado toda la noche mientras me veía con esos ojos
tiernos.
No era la misma persona en el día que en la noche.
A veces simplemente deambulaba por la casa cubierta con las cobijas, como si fuera el fantasma de un cuento infantil.
Otra simplemente lloraba y me llenaba de tristeza el corazón escuchar sus lamentos.
Una vez entró de puntillas a mi recámara y esculcó todos mis cajones, lo hacía muy sigilosamente, con movimientos precisos y sin tropezar con nada… en un momento se sentó en mi cama y se balanceaba al mismo tiempo que acunaba a un bebé invisible,
No podía creer que fuera la misma amable y amorosa mujer que me arropaba entre besos cada noche.
También podía despertarme el ruido de las cacerolas cuando al fin había caído vencida por el cansancio del eterno insomnio en el que me tenía muriendo porque eso no era vida y el lugar se llenaba de aromáticas fragancias.
Al otro día no había nada, ni un sólo rastro de lo que había pasado por la noche.
Una vez la vi peinar su largo y hermoso pelo sentada desnuda frente a la puerta de la calle.
Una noche mientras la espiaba por la rendija de mi puerta mientras ponía y quitaba las cortinas de pronto corrió hacia mi con esos ojos perdidos, inyectados de sangre y sin alma y se detuvo justo en la puerta para ponerse a olfatear como si fuera un perro… no pude contener el miedo y muy despacio, temblando, cerré la puerta para correr a refugiarme bajo las sábanas.
Algunas noches, cuando el terror era muy grande y gritaba ella salía del trance y corría hacía mí para abrazarme, besarme y preguntarme si había tenido pesadillas.
Cada vez era más difícil e insoportable.
Una noche la vi lanzar cuchillos mientras discutía ferozmente con un ser invisible, gritando como en un lenguaje extraño del que no pude entender nada…
Llevaba al menos seis meses sin poder dormir, no pensaba con claridad, me sentía terrible, dolorosamente cansada y desesperada. No entendía que pasaba y lo poco que dormía eran pesadillas donde un demonio la poseía y llegaba hasta a mí para llevarme en su locura.
Simplemente no podía más…
Una noche esperé a que durmiera luego de prepararle un té…
Aguardé con los ojos cansados y resecos a que estuviera profundamente dormida. Veía lo hermosa que era y pensaba en lo mucho que la amaba.
Me acerqué sin hacer ruido, tan sigilosa como un ladrón, la besé en la frente y la miré para grabar en mi memoria ese momento...
Tomé una almohada… llorando salté sobre ella, no se resistió, ni siquiera un poco.
Esa mujer era un demonio, ya no era mi madre.
Y por fin caí profundamente dormida.
*Paula Aldana Vite, México. Le encanta escuchar los
relatos que la gente cuenta, en muchos casos son la inspiración de las
historias que escribe, empezó a aventurarse en el hermoso camino de la
literatura para compartir un poco de lo que ama hacer, sus textos no son
pretenciosos, sólo son la voz de quienes viven en México abrazando todo su
magia y sus creencias. Ha sido una gran lectora y su pasión es escribir relatos
llenos de obsesión y lo que nos atormenta o atemoriza sin que nadie lo note,
esos miedos sutiles que no nos atrevemos a expresar, pero que no nos dejan
tener una vida normal.
Sencillamente me fascinó, igual que los anteriores. Muchas gracias por compartirlo. Por favor no deje de hacerlo.
ResponderEliminarGracias por leerme y sus comentarios.
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