FULL TIME
Nunca nadie me había
exigido tanto. Sí, algunas veces hice horas extras, como en 1918 con la gripe
española. O en el siglo XIV, con la peste bubónica. Hubo momentos en la
Historia en los que tuve literalmente explosiones de trabajo, como cuando los
yanquis tiraron sus bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki: ahí tuve que
atender cientos de miles de bajas apuntadas como daños colaterales. Ni hablemos de las masacres de los nazis en la
Segunda Guerra Mundial: ¡cómo disfruté del ghetto de Varsovia y de los campos
de concentración! Auschwitz fue una fiesta.
En
general, mi trabajo es lento y metódico: unos pocos de miles de fallecidos por
hambre y desnutrición por allí, otros pocos miles por allá de tuberculosis,
malaria y fiebre amarilla, víctimas de accidentes de tránsito, indigentes que
sucumben al frío, drogadictos con sobredosis, obesos y fumadores que sucumben
por infartos de miocardio, crímenes del delito organizado, terroristas
islámicos, dictadores y represores, femicidios. O simple vejez y desgaste. Tengo
unos cuantos socios que me ayudan y un montón de fanáticos que me idolatran. Incluso
un montón de suicidas emprendedores. He entregado infinidad de credenciales de Socios Vitalicios: el primero de todos
se llamó Caín, el primogénito de Adán y Eva.
Pero como
que me llamo La Muerte, nadie me mantiene tan ocupada como este dichoso
coronavirus chino.
VENGANZA
Escucho
gritos en la calle y me asomo a la ventana. Se ha congregado una multitud
enfurecida: hombres, mujeres y niños. Incluso adivino médicos, policías,
bomberos, políticos, sindicalistas, obreros, reporteros de televisión. Todos
han arrojado sus barbijos y enarbolan palos, bastones, hierros, pistolas,
hachas, escopetas, reglamentos, decretos, proclamas revolucionarias,
estetoscopios y micrófonos. Algunos llevan antorchas.
Comenzó la
caza de brujas.
Están
yendo casa por casa, buscando a todos los escritores de ciencia-ficción.
Nos culpan
de haber vaticinado la pandemia.
AL REVÉS Y AL DERECHO
Claro en cosas las pongamos.
Revés al léase: truco del cuenta
dieron se no todavía que los para instrucciones.
Entiende se sí ahora.
Vez otra léalo y paciencia la
pierda no, entendió lo no si.
Complicado tan es no: tiempo su
tómese y desespere se no.
Cosa otra a dedíquese y página la
vuelta dé, aún logró lo no si.
Amor mi llegó acá hasta.
Pongamos las cosas en claro.
Instrucciones para los que todavía
no se dieron cuenta del truco: léase al revés.
Ahora sí se entiende.
Si no lo entendió, no pierda la
paciencia y léalo otra vez.
No se desespere y tómese su tiempo:
no es tan complicado.
Si no lo logró aún, dé vuelta la
página y dedíquese a otra cosa.
Hasta acá llegó mi amor.
CELESTINO CAMILO
CÁRDENAS CONSIGUE CASI CUALQUIER COSA CÓMODAMENTE
Contrariando casuísticas, Celestino
Camilo consigue casi cualquier cosa cómodamente, cero costo.
Come caviar, carne cruda cortada
como carpaccio condimentada con Camembert, cerdo cebado con castañas, comida
china cantonesa, congrio cocido con caldo caliente, camarones caribeños, cangrejo
chileno, cerezas con crema, chocolate confeccionado con costoso cacao criollo,
café Caturra colombiano. Celebra con Cabernet californiano, cava catalana
Codorniú, champagne Chandon colmando copas cristalinas.
Calza cuero caro con cordones,
camisas clamorosas, corbatas cautivadoras.
Cría cachorros Cocker color café
claro.
Conduce Cadillacs coupé, Camaros,
Corvettes, cruceros, catamaranes.
Carga con Colt Commander con cachas
cromadas.
Casinos clandestinos, cabarets
clamorosos coreografiando can-can, cantinas calificadas con cinco cubiertos
cuentan con Celestino Camilo Cárdenas como concurrente.
Constituye colecho: comparte cama,
colchón, cobijas con camarera con caderas cuidadosamente cinceladas con
calistenia. Copula con calurosa convicción, culmina con clímax celestial.
Cuesta creerlo.
CUANDO ESTOY ABURRIDO EN
LA CUARENTENA
Escucho recostado en el
sofá un disco de jazz de Charles Mingus: Blues
and Roots con su magnético e imparable crescendo instrumental, la leo a Margaret
Atwood: uno de sus Cuentos Malvados y
fantaseo con que algún día voy a escribir tan bien como ella, cocino empanadas
de pollo con cebolla de verdeo y mucho pimentón, pinto en acrílico el retrato
de una mujer misteriosa y sensual enfundada en un vestido rojo, camino por mi
departamento de cincuenta metros cuadrados que tiene un balcón que recibe el
sol de la tarde, riego las cuatro plantas que todavía sobreviven a mi encierro,
tarareo un tango de los viejos: Mano a
Mano, al estilo de Julio Sosa aunque se me aparece revoloteando la versión
de “la Gata” Adriana Varela, me zampo unos bombones de chocolate con licor, me
siento al piano y toco despacio una
canción para que no se quejen los vecinos: la eternamente fascinante Imagine de John Lennon, me tomo un jugo
de naranja recién exprimido, escribo en un anotador una idea genial para un
futuro cuento distópico, limpio por décima vez los vidrios del ventanal del
balcón, escucho un viejo disco de blues de Chicago: el genial Muddy Waters con
su Hoochie Coochie Man, me tomo una
lata de cerveza junto con maníes salados, dudo en tomarme otra lata de cerveza
que me mira de reojo desde la heladera, escucho un disco de rock progresivo de
los años setenta: Foxtrot, del Genesis de Peter Gabriel, que me gusta
más que el Genesis de Phil Collins, cedo
a la tentación y me tomo la lata de cerveza, le ataco a una caja de avellanas
recubiertas con chocolate, me agarra la culpa y hago abdominales sobre una
colchoneta en el living mientras escucho tango electrónico francés de una playlist de mi celular, transpiro, elongo,
hiperventilo, transpiro de nuevo, trato de seguir el ritmo de la música pero no
me sale, elongo de nuevo y me duele todo el cuerpo -será que me estoy poniendo
viejo-, me siento en el sofá, me tomo medio litro de agua fría, pongo un disco
de Astor Piazzolla -cualquiera-, bailo solo, voy al baño mientras sigo
escuchando a Piazzolla de fondo, me ducho con agua caliente al son de Adiós Nonino, me ducho con agua fría
mientras suena Libertango, el agua me
masajea y me congela los músculos de la espalda y entonces pego un grito
eufórico y victorioso, como Arquímedes en su mítica bañera cuando descubre el
principio que lleva su nombre y grita ¡Eureka!
para después salir corriendo desnudo por las calles de Siracusa, me seco
vigorosamente sintiéndome Rocky
cuando sube triunfal los escalones del frente del Museo de Arte de Filadelfia,
me lleno de desodorante y de perfume como si tuviera una cita que no voy a
tener, me recuesto desnudo en mi cama solitaria y observo el techo blanco en
busca de alguna telaraña y si tengo suerte de alguna arañita minúscula haciendo
esfuerzos por atrapar a una mosca incauta o a una enérgica polilla que bate sus
alas en vano para zafarse de la mortal susodicha telaraña. Como no tengo
mascotas, me conformo con una inofensiva araña. Puedo quedarme horas mirando el
techo, catatónico, aguzando mis sentidos, capturando en mi memoria estas
escenas de depredación salvaje. Las veces que esto mágicamente sucede, siento
que estoy presenciando un documental de Animal
Planet o de National Geographic,
si vamos al caso. Lástima que no sé sacar buenas fotos y menos filmar. Amo a
las arañas, porque protegen mis libros y mis ropas de las polillas.
A veces, escribo algo
como esto.
* Marcelo Medone, Buenos Aires,
1961. Es médico pediatra, periodista, guionista, cantante lírico (tenor), pintor,
compositor y escritor. Ha escrito cuentos, microrrelatos, novelas, poesía,
obras de teatro, guiones cinematográficos y canciones. Sus textos
periodísticos, de narrativa y poesía han sido premiados en varios certámenes
internacionales y han sido publicados tanto en papel como en digital, tanto en
forma independiente como en antologías, en diarios, revistas, blogs y ediciones
de Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia,
Venezuela, Honduras, México, Canadá, España, Francia y África.
Me gustaron los micros, en realidad excepto Venganza los considero cuentos cortos. Muy bien escritos Marcelo. Felicitaciones.
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