Ernestina
¡Ay Ernestina!
¿Quién iba a imaginar que terminarías así?
Regresaste al hogar de tu infancia a despedir a tu
madre y te quedaste con ella, ahora descansan muy juntitas por la eternidad.
¿Cuántos años habrían pasado desde que la viste
por última vez?
¿30, 40?
Te imagino parada detrás de la ventana mirando al
fondo del inmenso jardín done el gigantesco álamo te seguía esperando, ese
impresionante árbol que te siguió toda la vida por más lejos que estuvieras de
él…
Imagino las sombras que se estiraban en las
esquinas de la antiquísima casa de tu madre, el olor a humedad, el del humeante
café de olla que compartían en el sepelio y el olor dulzón a flores que sin
duda saturaban el lugar y que estoy segura te marearon.
Lo que no puedo imaginar es ver tu rostro con
lágrimas o al menos acongojado… Me pregunto si eras capaz de sentir dolor.
Ernestina…
Habías dejado la casa de tu madre siendo muy joven.
Habías salido huyendo, muerta de miedo, pero creo
que la verdad ya no querías seguir siendo la segunda en la vida de tu madre, tu
hermana siempre había sido la preferida y en lo profundo de tu corazón, más que
celos, sentías odio.
Ya casi no pensabas en tu madre, ya casi no la
recordabas y cada recuerdo que se te aparecía lo despreciabas con un chasquido
de la boca.
Supe que te enteraste de su muerte por tu hermana,
esa hermana a la que el resentimiento y la envidia las unía….
Imagino a tu hermana llorando aferrada a la caja
de tu madre recibiendo la atención de los dolientes a los que ya no conocías.
“Da lástima”, pensarías tú, “es una hipócrita” y
harías una “muina”.
Te imagino con tu olor a ropa quemada de tanto
planchar ajeno, retorciendo en tus manos fuertes y ásperas un pañuelo de papel
que habías llevado por si lo necesitabas y que sin duda terminaría seco.
¡Ay Ernestina!
No podías dejar de ver ese árbol del fondo del
jardín que de niña te llamaba cuando jugabas con tus amigas.
Imagino que escuchabas el rumor amoroso del río
por el que viste tantas veces a una mujer fantasma, en el que ibas a bañarte
cuando eras pequeña y del que tantas historias me contaste.
Te veo muy claramente abriendo la puerta que
conducía al jardín, enfrentando los miedos infantiles, como la mujer adulta que
eras.
Tal vez te faltaba aire en ese ahogo de duelo, en
ese sepelio de extraños que te miraban a hurtadillas e incomodaba.
Te veo detenerte un momento y respirar hondo el
frío y húmedo aire de la región.
Sin duda te acomodaste el chal negro tejido que
llevaste para la ocasión.
Escuchabas el rumor de las hojas, escuchabas
reconociendo a las pequeñas criaturas que habitaban el lugar, estabas atenta a
lo que no reconocieras.
Dejaste transcurrir el tiempo a propósito, no
había nada más que hacer.
De pronto y aunque dudaste diste un paso hacia
donde estaba el árbol, te veo afinando tu vista cansada para ver si lograbas
distinguir algo, lo que fuera, como cuando eras niña.
Esa mano como de garra que aparecía detrás del
árbol y de llamaba. Ven, ven.
Mi querida Ernestina, tus historias me daban
pesadillas.
Tal vez dudaste un momento, tal vez no, pero te
imagino caminando despacio hacia el lugar poco iluminado, hacia el árbol que
había sembrado tu abuelo hacía más un siglo.
Seguramente seguías escuchando los “falsos”
lamentos de tu hermana y eso te fastidió así que decidiste avanzar un poco más,
cada vez un poco más.
Estoy segura de que en algún momento recordabas el
terror que te causaba el árbol en las noches oscuras sin luna, por fortuna esa
noche había Luna llena y una claridad extraordinaria.
El árbol se veía altísimo, imponente y un viento
leve lo sacudía haciendo que sus hojas emitieran una suave melodía que te
sedujo, sus sombras te hipnotizaban y por eso, seguiste avanzando.
Te imagino regresando a tu añorada infancia una y
otra vez, te imagino dando pasos cada vez más seguros hacia tu destino.
Te veo sosteniendo el aire y tal vez sudando frío.
Te imagino frente al árbol, respirando hondo
porque habías logrado llegar hasta él y casi te veo sonriendo al estirar tu
mano y tocar la rugosa corteza y sentir algunas hojas cayendo sobre ti que te
sobresaltaron y provocaron una risa nerviosa.
Te puedo ver feliz haciendo las paces con el
pasado y con el árbol que tanto te había aterrado y cobijado, incluso puedo
escuchar el aire contenido que exhalaste.
¡Ay Ernestina!
Lo que no viste venir fue que en tu alegría y alborozo
te movieras tan rápido como para que tu chal negro tejido se prendiera de una
pequeña rama que no viste bajo la sombra nocturna del árbol.
Un paso de regreso basto para sentir que algo o
alguien te detenía.
Me detengo, no me animo a imaginar tu cara de
terror.
Te encontraron al otro día…
Vieron en el fondo del jardín tu chal revoloteando
con el viento
Yacías tendida boca abajo, transfigurada en un
fantasma.
*Paula Aldana Vite, México. Le encanta escuchar
los relatos que la gente cuenta, en muchos casos son la inspiración de las
historias que escribe, empezó a aventurarse en el hermoso camino de la
literatura para compartir un poco de lo que ama hacer, sus textos no son
pretenciosos, sólo son la voz de quienes viven en México abrazando todo su
magia y sus creencias.
Ha sido una gran lectora y su pasión es escribir
relatos llenos de obsesión y lo que nos atormenta o atemoriza sin que nadie lo
note, esos miedos sutiles que no nos atrevemos a expresar, pero que no nos
dejan tener una vida normal.
Muy buen relato y muy descriptivo. Felicidades
ResponderEliminarGracias!
EliminarGracias por tus comentarios, que bueno que lo hayas disfrutado.
ResponderEliminarMe encanta tu capacidad de escribir emociones. Te admiro mucho.
ResponderEliminarmuchas gracias!
EliminarIncreible relato!
ResponderEliminarHistorias de la vida real
Felicidades
Gracias!
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