Máscara
Amo la máscara que deja
descubierta el alma, amo ese rostro que al ser tapado desnuda sus misterios.
Es más lo que muestra que lo que
oculta una máscara.
Confiesa
el rostro la incertidumbre del ser, bajo el antifaz se presenta al incógnita de
los desvaríos. El carnaval seduce por el enigma de las máscaras que salen a
presentar su lucha contra el anonimato cruel. Allí todos somos alguien, una
comparsa de ánimas cubiertas con la desnudez.
El
mejor disfraz del cuerpo no es el atuendo sino la perdida de todos los ropajes.
Una simple argolla, un leve suspiro, el olor a verbena, la mirada tras el velo,
todo dice que somos crepusculares, somos sombras anodinas, salvaje experimento
de cubrimos dejando el animal carnal al descubierto, órganos sublimes
expuestos, la palidez de la piel mientras pasa la mano un fantasma , la calidez
de un pétalo caído sobre un pómulo.
Somos
seres sin ropa, en la intimidad de las sombras, somos unos solos en la penumbra
de un después. Enmascarados vamos al mercado de la sonrisa, al templo de la
sordidez, al ritual del desamparo. Después de quitarnos la careta somos
bestias, ángeles caídos, lunares de un festín oculto.
Al
salir nos ponemos la cara que nos hacen ser. En la noche, en nuestros sueños
más ocultos volvemos a aparecer. No es suficiente el disfraz, hay algo más que
se oculta siempre, seres infames, sin nombre, sin fama, anónimos locuaces, que
desvestidos del todo minimizamos la orquesta, inermes, sobre cogidos giramos en
un lento carrusel. Sólo la música secreta de la piel nos hace, lo más profundo
de cada quien, es esa piel expuesta, la aparición de nuestra fragilidad y
nuestra belleza anónima. Cada ser vuelve a nacer, desnudos como si volviéramos
a ver.
Poema
No duermen los ríos sobre un
tapete árido. Las fuentes se tumban sobre camastros de heno y caminos de
olvido. La cabellera de la noche se lanza en los vacíos, emerge, se despeina en
viento, es un goce del dormir en azahares, blancas flores de perfumes cítricos.
Dormir es nadar en aguas muy
oníricas, flotan las imágenes en una lluvia de acertijos. Duerme el cuerpo para
que despierten los instintos invisibles. En un lugar del mundo donde existe una
balsa, pasa a flote la ceniza que ríe, el gris de los diluvios, el arca donde
habitan los fabulosos grifos, la tienda donde venden gritos, el almacén portuario de un desorden íntimo. Más se
duerme para vivir por dentro. Al despertar el rio de los cabellos aún se
esparce por los valles del silencio.
Soledad
Nadie nos pidió que estuviéramos dando tumbos sobre el
planeta Tierra.
Nacimos por azar y entre el azar nos convertimos en
soledades que se encierran para poder ver las otras estrellas que pasan volando
en nuestras vidas.
Somos una huida inacabable. Unos desterrados que buscamos
refugio en nuestra imagen, nos vemos para iniciar estar borrando lo que ya
fuimos o lo que nunca nos dejaron ser.
Soledad entre la lluvia, nuestra isla es una cama con
ojos y un habla de miles de acentos. Somos la babel del sueño, todo habla y no
sabemos traducir las sombras.
Más, Oh cosa bella! La soledad es también una manera
mejor de conocernos.
Habitamos un límite que está entre la carne y la palabra,
entre el deseo y el silencio. Un ser desnudo sobre un globo nos indica que
dormir es también aprender a despertarnos.
Revista
Volver a mirar el sol en las
noches de vigila, es conservar las manzanas doradas en el pulso de la media
noche. Ese rostro se ve, se remira, resplandece, revista de mil hojas escritas
en los astros. Los ojos hacen preguntas que nadie osaría contestar sin que
tiemble la tierra. Profundo silencio entre dos esferas clavadas en el cuerpo,
honda sensación de orbitas salidas del presentimiento. El rostro no ha sido
enjuagado con túnicas ni incendios. Un olor de sándalo sale de las comisuras
del olvido. Una resina de ámbar sacude el universo. Ella está presente en el
instante culmen de las desavenencias, sabe del desorden del mundo, de las
discordias con los dinosaurios, de lo efímero de las mariposas, del lenguaje
secreto de las plantas, ella es en sí misma la prefiguración de lo nocturno.
Sol del Oeste
Un rayo de luz nos llega desde
Hiroshima, aún centellean miles de estrofas de versos sacudidos por las
explosiones. El cuerpo sale a experimentar historias, sale y están las reinas y
sus costosísimas coronas, están las espadas y las antorchas de la inquisición y
sus tormentos. Están las guerras y sus relámpagos obscenos. También queda la noción de paraíso, ese Edén
perdido en edredones. Un manto de serpientes que custodian las Vestales. El
hechizo de un escándalo para un anonimato. Quedan los sudarios de Verónica, la
sábana inconsútil, el camastro de dos astros quemados por amores nunca
pronunciados liberados de todas las tragedias.
Un mundo de leyendas se ha venido
encima, una tras otra forman casi un mito, la mujer desnuda al poniente no es
lo mismo que la que se desviste con el sol de las auroras. Algo de renovación
hay entre la sombra matutina y el guiño de la luna cuando se despide después de
destender el tálamo de la vía láctea.
Menos es más
Hay que aprender a prescindir de
ornamentos innecesarios, del boato y la solemnidad, llegar a esas simplezas
profundas, decorados simples donde se abandona el cuerpo a viajes personales
que no carecen de la hondura de los sueños.
Viajar entre la sombra, es la cicatriz y la estrella, la luna rota y el universo palpitante, dulce presencia sin arrebatos innecesarios, sin modas, sin prendas sutiles del consumo de altares vacuos.
La levedad como sacramento, la profundidad como constancia. La Ventana párpado, el ojo luminoso de un dios terrestre. Adentro la desnuda imagen de lo que es y siempre será el origen de un comienzo, flota la presencia libre entre una pecera casera, ninfa de los claro-oscuros, nada perturbará el secreto de la luz sobre su piel silenciosa en una barca donde depositar los sueños.
Viajar entre la sombra, es la cicatriz y la estrella, la luna rota y el universo palpitante, dulce presencia sin arrebatos innecesarios, sin modas, sin prendas sutiles del consumo de altares vacuos.
La levedad como sacramento, la profundidad como constancia. La Ventana párpado, el ojo luminoso de un dios terrestre. Adentro la desnuda imagen de lo que es y siempre será el origen de un comienzo, flota la presencia libre entre una pecera casera, ninfa de los claro-oscuros, nada perturbará el secreto de la luz sobre su piel silenciosa en una barca donde depositar los sueños.
Un tren al sur o al norte
Hay días que carecemos ya de dirección, no importa le
fuego, ni las lagunas en neblina. Donde estemos es el lugar perfecto, el tren
está en el cuerpo, miles de vagones sacuden nuestros poros, pasajeros vamos a
un final incierto. La cicatriz del universo está en la espalda, par de hoyuelos
que surgen en la greda. Nacemos con una ruptura con las líneas rectas, todo es
voluptuoso y carnal siempre en un viaje, transeúntes de un sueño que se presenta en el estado de la
duerme vela.
Ni el sur ni el norte, ya estamos sumergidos en nuestros
propios mundos, hay seres que nos dan la brújula de asombros, la coordenada
para llegar para algún puerto.
Viajeras sombras, dorso
del silencio, cuerpo de la huida, encuentro con la noche, allí en ese lugar
donde moran las luciérnagas.
*Verónica Hernández Acevedo. Ingeniera de sistemas desde hace
seis años, de la ciudad de Medellín, es notoria su pasión por la fotografía,
con un marcado acento en el cuerpo como un tema estético, dignificando lo
femenino desde su mirada de mujer independiente. El volumen, las sombras, los
contrastes, la profundidad, la poética de los espacios, la celebración de lo
intimista, el sentido de la soledad y a
la vez la capacidad de enaltecer lo corporal con la sensualidad y la exquisitez
de lo simple y a la vez de lo profundo, sin adornos, sin abusar caprichos
tecnológicos, haciendo del acto fotográfico una expresión donde llana los
espacios de una atmosfera sobrecogedora, limpia, audaz y sorprendente.
Entré halitos saque alitas al oido
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