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domingo, 21 de junio de 2020

"El libro de Verónica y los juegos del azar" Fotografías de Verónica Hernández Acevedo y Textos de Fernando Cuartas



Máscara

Amo la máscara que deja descubierta el alma, amo ese rostro que al ser tapado desnuda sus misterios.
Es más lo que muestra que lo que oculta una máscara.
Confiesa el rostro la incertidumbre del ser, bajo el antifaz se presenta al incógnita de los desvaríos. El carnaval seduce por el enigma de las máscaras que salen a presentar su lucha contra el anonimato cruel. Allí todos somos alguien, una comparsa de ánimas cubiertas con la desnudez.
El mejor disfraz del cuerpo no es el atuendo sino la perdida de todos los ropajes. Una simple argolla, un leve suspiro, el olor a verbena, la mirada tras el velo, todo dice que somos crepusculares, somos sombras anodinas, salvaje experimento de cubrimos dejando el animal carnal al descubierto, órganos sublimes expuestos, la palidez de la piel mientras pasa la mano un fantasma , la calidez de un pétalo caído sobre un pómulo.
Somos seres sin ropa, en la intimidad de las sombras, somos unos solos en la penumbra de un después. Enmascarados vamos al mercado de la sonrisa, al templo de la sordidez, al ritual del desamparo. Después de quitarnos la careta somos bestias, ángeles caídos, lunares de un festín oculto.
Al salir nos ponemos la cara que nos hacen ser. En la noche, en nuestros sueños más ocultos volvemos a aparecer. No es suficiente el disfraz, hay algo más que se oculta siempre, seres infames, sin nombre, sin fama, anónimos locuaces, que desvestidos del todo minimizamos la orquesta, inermes, sobre cogidos giramos en un lento carrusel. Sólo la música secreta de la piel nos hace, lo más profundo de cada quien, es esa piel expuesta, la aparición de nuestra fragilidad y nuestra belleza anónima. Cada ser vuelve a nacer, desnudos como si volviéramos a ver.



Poema

No duermen los ríos sobre un tapete árido. Las fuentes se tumban sobre camastros de heno y caminos de olvido. La cabellera de la noche se lanza en los vacíos, emerge, se despeina en viento, es un goce del dormir en azahares, blancas flores de perfumes cítricos.
Dormir es nadar en aguas muy oníricas, flotan las imágenes en una lluvia de acertijos. Duerme el cuerpo para que despierten los instintos invisibles. En un lugar del mundo donde existe una balsa, pasa a flote la ceniza que ríe, el gris de los diluvios, el arca donde habitan los fabulosos grifos, la tienda donde venden gritos, el almacén  portuario de un desorden íntimo. Más se duerme para vivir por dentro. Al despertar el rio de los cabellos aún se esparce por los valles del silencio.




Soledad

Nadie nos pidió que estuviéramos dando tumbos sobre el planeta Tierra.
Nacimos por azar y entre el azar nos convertimos en soledades que se encierran para poder ver las otras estrellas que pasan volando en nuestras vidas.
Somos una huida inacabable. Unos desterrados que buscamos refugio en nuestra imagen, nos vemos para iniciar estar borrando lo que ya fuimos o lo que nunca nos dejaron ser.

Soledad entre la lluvia, nuestra isla es una cama con ojos y un habla de miles de acentos. Somos la babel del sueño, todo habla y no sabemos traducir las sombras.
Más, Oh cosa bella! La soledad es también una manera mejor de conocernos.
Habitamos un límite que está entre la carne y la palabra, entre el deseo y el silencio. Un ser desnudo sobre un globo nos indica que dormir es también aprender a despertarnos.





Revista

Volver a mirar el sol en las noches de vigila, es conservar las manzanas doradas en el pulso de la media noche. Ese rostro se ve, se remira, resplandece, revista de mil hojas escritas en los astros. Los ojos hacen preguntas que nadie osaría contestar sin que tiemble la tierra. Profundo silencio entre dos esferas clavadas en el cuerpo, honda sensación de orbitas salidas del presentimiento. El rostro no ha sido enjuagado con túnicas ni incendios. Un olor de sándalo sale de las comisuras del olvido. Una resina de ámbar sacude el universo. Ella está presente en el instante culmen de las desavenencias, sabe del desorden del mundo, de las discordias con los dinosaurios, de lo efímero de las mariposas, del lenguaje secreto de las plantas, ella es en sí misma la prefiguración de lo nocturno. 



Sol del Oeste

Un rayo de luz nos llega desde Hiroshima, aún centellean miles de estrofas de versos sacudidos por las explosiones. El cuerpo sale a experimentar historias, sale y están las reinas y sus costosísimas coronas, están las espadas y las antorchas de la inquisición y sus tormentos. Están las guerras y sus relámpagos obscenos.  También queda la noción de paraíso, ese Edén perdido en edredones. Un manto de serpientes que custodian las Vestales. El hechizo de un escándalo para un anonimato. Quedan los sudarios de Verónica, la sábana inconsútil, el camastro de dos astros quemados por amores nunca pronunciados liberados de todas las tragedias.
Un mundo de leyendas se ha venido encima, una tras otra forman casi un mito, la mujer desnuda al poniente no es lo mismo que la que se desviste con el sol de las auroras. Algo de renovación hay entre la sombra matutina y el guiño de la luna cuando se despide después de destender el tálamo de la vía láctea. 


Menos es más

Hay que aprender a prescindir de ornamentos innecesarios, del boato y la solemnidad, llegar a esas simplezas profundas, decorados simples donde se abandona el cuerpo a viajes personales que no carecen de la hondura de los sueños.

Viajar entre la sombra, es la cicatriz y la estrella, la luna rota y el universo palpitante, dulce presencia sin arrebatos innecesarios, sin modas, sin prendas sutiles del consumo de altares vacuos.

La levedad como sacramento, la profundidad como constancia. La Ventana párpado, el ojo luminoso de un dios terrestre. Adentro la desnuda imagen de lo que es y siempre será el origen de un comienzo, flota la presencia libre entre una pecera casera, ninfa de los claro-oscuros, nada perturbará el secreto de la luz sobre su piel silenciosa en una barca donde depositar los sueños.




Un tren al sur o al norte

Hay días que carecemos ya de dirección, no importa le fuego, ni las lagunas en neblina. Donde estemos es el lugar perfecto, el tren está en el cuerpo, miles de vagones sacuden nuestros poros, pasajeros vamos a un final incierto. La cicatriz del universo está en la espalda, par de hoyuelos que surgen en la greda. Nacemos con una ruptura con las líneas rectas, todo es voluptuoso y carnal siempre en un viaje, transeúntes de  un sueño que se presenta en el estado de la duerme vela.
Ni el sur ni el norte, ya estamos sumergidos en nuestros propios mundos, hay seres que nos dan la brújula de asombros, la coordenada para llegar para algún puerto.
Viajeras sombras, dorso del silencio, cuerpo de la huida, encuentro con la noche, allí en ese lugar donde moran las luciérnagas. 





*Verónica Hernández Acevedo. Ingeniera de sistemas desde hace seis años, de la ciudad de Medellín, es notoria su pasión por la fotografía, con un marcado acento en el cuerpo como un tema estético, dignificando lo femenino desde su mirada de mujer independiente. El volumen, las sombras, los contrastes, la profundidad, la poética de los espacios, la celebración de lo intimista, el sentido de la soledad   y a la vez la capacidad de enaltecer lo corporal con la sensualidad y la exquisitez de lo simple y a la vez de lo profundo, sin adornos, sin abusar caprichos tecnológicos, haciendo del acto fotográfico una expresión donde llana los espacios de una atmosfera sobrecogedora, limpia, audaz y sorprendente.

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